Día Mundial de la Asistencia Humanitaria: Un ataque terrorista fortaleció el espíritu de la ayuda en el mundo
Las historias de dos mujeres ecuatorianas que trabajan en contextos difíciles dentro y fuera del país, dimensionan la labor que se hace alrededor del mundo para ayudar a miles de personas.
La tarde del 19 de agosto de 2003 es imborrable en la historia de la humanidad. Un ataque terrorista a las oficinas de las Naciones Unidas en Bagdad, mató a 22 personas. Entre los fallecidos estaba el Representante Especial del Secretario General para Irak, Sergio Vieira de Mello de Brasil, Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos.
Cinco años más tarde, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó al 19 de agosto como el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, no solo por lo atroz del hecho, sino porque los fallecidos eran funcionarios humanitarios que prestaban servicios en ese país durante la guerra.
En 2023, no solo se conmemora el vigésimo aniversario del atentado con coche bomba, sino que reconoce al personal humanitario alrededor del mundo por su compromiso de seguir trabajando bajo todo tipo de circunstancias y en cualquier lugar del planeta.
El suceso de hace dos décadas no ha impedido que miles de trabajadores humanitarios en el mundo continúen visitando regiones afectadas por guerras, desastres naturales, desplazamientos forzados en la primera línea de atención en medio de múltiples riesgos y algunas adversidades.
En Ecuador, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), cuenta con este tipo de voluntarios para atender emergencias de desplazamiento forzado, en lugares con contextos difíciles como Lago Agrio, en Sucumbios, muy cerca de la frontera con Colombia. Pero también hay ecuatorianos que han viajado miles de kilómetros para entregar su ayuda en otros paises.
Una de ellas es Margarita, que desde Sudán del Sur, en África, aporta con su talento y dedicación para solventar las necesidades de las personas forzadas a huir del desplazamiento por la guerra en ese país.
El trabajo de Margarita no es sencillo. A diario atiende decenas de personas para que consigan asistencia y que puedan cubrir sus necesidades básicas como vivienda, alimentación, vestimenta, medicinas, artículos de higiene, entre otros. “Las transferencias monetarias son la forma más digna de brindar asistencia”, dice.
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Pero dejar a los seres queridos y amigos atrás y viajar a un país con un idioma y una cultura tan diferente a la de Ecuador no es tarea fácil. Los trabajadores humanitarios, por la naturaleza de su labor, están expuestos a distintos contextos. En el caso de Margarita, apoyar a la emergencia humanitaria producto de un conflicto, hace que su trabajo sea aún más difícil. Pero esto no la ha detenido.
Para ella, el trabajo se hace menos complicado cuando las personas unen su profesión con su vocación, lo que le permite trabajar para y por las personas. Esto, a pesar de que no es un entorno totalmente seguro y en un contexto normal, ya que se trata de servir en medio de un conflicto.
“Me gusta porque cada día aprendo algo nuevo de las personas refugiadas, ya sea en Ecuador, en Sudán del Sur o en cualquier parte del mundo. Me enseñan a ver las cosas positivas en medio de situaciones difíciles, a no perder la esperanza. Admiro la fuerza y resiliencia que muestran en estas situaciones difíciles”.
La incansable lucha por los derechos de las personas en la frontera norte de Ecuador
Natasha M. tiene más de 15 años trabajando por los derechos de niños y niñas, y de grupos en situación de vulnerabilidad. A lo largo de su vida, ha trabajado con diversas organizaciones, así como para el sector público y la academia. “Soy una defensora convencida de los derechos de las mujeres y de las diversidades. Colaboré por muchos años con varias organizaciones feministas”, explica con mucho ímpetu.
La vida de esta activista ha estado marcada por la lucha incansable por los derechos de las personas, sobre todo de quienes tienen algún tipo de vulnerabilidad, y dice que eso la llevó a trabajar en la Amazonía ecuatoriana.
Ahí es jefa de la oficina de Acnur en Lago Agrio, en la frontera con Colombia. A pesar de sus años de experiencia en el mundo humanitario, para esta ecuatoriana no fue sencillo trabajar en una zona afectada por la violencia, donde diariamente se recibe a decenas de personas que huyen del conflicto armado en el vecino país. Llegan de Colombia a Ecuador con la esperanza de encontrar un lugar en donde reconstruir sus vidas.
“Lo que más me ha impactado es la crudeza de las historias de las personas que buscan asilo y protección. Trabajar en frontera me ha obligado a salir de mi zona de confort y ver de frente a las historias que, a veces, no entran ni en la imaginación”.
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A pesar del dolor profundo que causa conocer estos testimonios, Natasha no se rinde y menciona que la valentía de estas personas le da también esperanza y fortaleza para motivarse todos los días.
Pero una de las cosas más complicadas a las que Natasha se enfrenta día a día es a estar lejos de su familia y a lo complicado de la zona en la que trabaja. Pero esto no la ha detenido porque tiene la alegría de conectar con otras mujeres, y llenarse de historias ejemplares en medio de situaciones difíciles en un mundo que no para de atacarse.
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