07 sep 2015 , 05:15

Ser caballero no es cuestión de género

   

La gentileza se aprende. No hay necesidad de ser hombre o mujer para ser más amable

Hoy voy a comenzar con la historia de…

 

El portero pasivo

portero pasivo

 

Eran un poco más de las 11 de la noche y llegaba de viaje, estaba con maletas en mano y muy cargada. Adentro,  el portero del edificio observaba todo, vamos a llamarlo en actitud pasiva casi inerte. Pensé que al verme tan congestionada de cosas se levantaría de su cómodo puesto y vendría  abrirme, pero no, quieto y muy tranquilo se quedó.

Bajé una maleta, la otra también, busqué en mi cartera y (cualquier persona sabe que en la cartera de una mujer se encuentra todo menos lo más buscado) hasta que al fin, las llaves. Abro la puerta, levanto mis cosas y digo:

-  “Buenas noches”

 y él responde 

- “Buenas noches señorita, ¿necesitaba ayuda?

No alcancé a contar hasta 10, definitivamente, y le dije

- “Claro que si. Si me hubiera abierto la puerta hubiera ayudado mucho”.

 

Para no hacerme mala sangre, seguí mi camino y cogí el ascensor. Era muy tarde y estaba cansada como para discutir con este señor.

 

La caballerosidad, la cordialidad, la amabilidad o como prefieran llamarlo

 

En la época de mis papás, abrir la puerta a una mujer era símbolo de respeto, de caballerosidad. Bajarse, tocar el timbre, entrar a la casa y tener una conversación antes de recoger a tu novia era imprescindible. Lo contrario significaba “ni pienses que vas a salir con mi hija”

 

 

 

 

 

Hoy, con un mensajito de whatsapp parece que basta, lo cual es terrible, pero eso sí, una pitada desde afuera, ¡imperdonable!, por lo menos que eso se mantenga. El tema es que los años pasan y la informalidad nos empieza a dominar en todos los campos y, repentinamente, empezamos a creer que no hay que continuar con ciertos gestos que son sinónimo de respeto.

 

La caballerosidad

 

Y sigo con más historias:

 

La lata rodante

 

Saliendo del gimnasio decidí cruzar al supermercado. Tenía el antojo de comer atún, así que pasé exclusivamente para comprar unas latas de atún. Con el ánimo de hacerlo todo rápido no cogí carrito sino que -error mío-  las llevé en las manos. En medio camino, lata de atún rodante. No importó cuánto tiempo yo dejara pasar la lata en el suelo, absolutamente nadie se acercó a ofrecerme ayuda. Difícil de creer.

 

La mujer invisible

 

La mujer invisible

 

Salía un señor del almacén al que yo iba a entrar. Cara con cara, él al frente mío. Yo entraba, él salía. Lo veo que cruza y me suelta la puerta en mi cara. ¡Nunca me había sentido tan mujer invisible! Le costaba solo quedarse unos segundos más y un mínimo esfuerzo de mantener su brazo estirado, eso era todo. Al parecer era demasiado pedirle, y al parecer, no solo a mi me pasa.

 

La gentileza se aprende. No hay necesidad de ser hombre o mujer para ser más o menos amables. ¿Por qué habría de ser necesario pertenecer al género masculino para simplemente tener modales, si todos podemos tener gestos cordiales independientemente del género al que pertenezcamos?

 

No se trata de ser machistas o feministas. Todos tenemos un rol, como hombres o como mujeres, pero más allá de eso, todos tenemos un papel importante y es, en primera instancia, respetarnos. 

La gentileza se aprende

 

Dejar pasar primero, saludar con un “Buenos Días”, ceder el parqueo, dar el puesto a una mujer que está con sus dos hijos, recoger del suelo algo que a otra persona se le ha caído, tratar con respeto al cajero del supermercado. ¡Qué tan difícil puede ser!

Es un tema de educación, de respeto, de costumbre y, más allá de todo, de sentido común.

 

Repito, no importa si eres hombre o si eres mujer, porque ser caballero no es cuestión de género. 

 

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