La detención del joven periodista Román Protasévich era un punto de honor para Aleksandr Lukashenko.
La semana pasada, cuando leí la noticia de que un avión comercial había sido desviado por uno militar y lo habían hecho aterrizar en Bielorrusia solo para capturar a un periodista disidente al régimen de ese país, me pareció estar leyendo la trama de la próxima película de James Bond ambientada en la Guerra Fría.
Al parecer, la detención del joven periodista Román Protasévich era un punto de honor para Aleksandr Lukashenko, quien le teme más a la prensa independiente y crítica que a las nuevas sanciones que parecieran estar en ciernes para él y sus colaboradores.
Pero, ¿qué se puede esperar después de este episodio por parte del resto de las naciones occidentales? La reacción ha sido de rechazo y pudiera ser un caso único que tendrá similares consecuencias (incluso a nivel de la aeronáutica civil por el grave precedente que este hecho representa).
O al menos eso pareciera ya que la más reciente cumbre de países de la Unión Europea se ha debatido el tema a puerta cerrada y sin ningún tipo de teléfono móvil o dispositivo para evitar las filtraciones de información o declaraciones de lo que pasará a partir de ahora en las ya tensas relaciones entre Bielorrusia y el continente.
Todo parece indicar que este evento sería la ruptura definitiva del acercamiento de Lukashenko a Occidente y la apertura a una posible adhesión a Rusia que siempre ha estado esperando esta oportunidad.
En este punto no quisiera pecar de ingenuo pero tampoco caer en el alarmismo innecesario. Ni estamos en los años noventa ni existe el Muro de Berlín. Vivimos en un mundo globalizado en el que en cuestión de minutos las noticias vuelan y nos estallan en la cara.
Mi gran pregunta es: ¿hasta cuándo seguirán existiendo regímenes que actúan con total impunidad y van en contra de los más elementales derechos humanos como lo es la libertad de expresión?
¿Es que acaso no existe manera de controlar esas malas prácticas de una forma efectiva? ¿Las sanciones de viaje y enajenación de bienes a los altos personeros que representan estos grupos son suficientes más allá de la diplomacia de micrófono?
Personalmente, me gustaría ver más contundencia en este y muchos otros casos que, en ocasiones, me hacen perder la fe en la justicia terrenal.
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