22 jun 2020 , 06:33

¿Somos las personas naturalmente vagas?

   
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Resulta que no estamos biológicamente programados para hacer la menor cantidad de cosas.

Existe un video de la oficina del gobernador de California, Estados Unidos, en el que el comediante estadounidense Larry David, en su usual estilo sardónico, insta a las personas a quedarse en casa para detener la propagación del covid-19.

"¿Qué les pasa, idiotas?", dice, "¡están dejando pasar una oportunidad fantástica para sentarse en el sillón y ver televisión todo el día!".

Los consejos oficiales durante la cuarentena parecían sonar fáciles de seguir para algunos: quédate en casa, siéntate en el sofá, engánchate con algún programa.

Todo esto parece apelar a nuestro lado más ocioso, más vago.

Pero resulta que no estamos biológicamente programados para hacer la menor cantidad posible de cosas.

La ley del menor esfuerzo de Zipf

De hecho, prosperamos en la actividad. O al menos, en un buen equilibrio entre estar ocupado y poder descansar.

Es cierto que a menudo buscamos la opción fácil, el camino de menor resistencia, el acceso directo al éxito.

Un hombre juega un videojuego en su celular con los pies sobre el escritorio.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption ¿Por qué trabajar más si puedes quedar bien haciendo la mitad del trabajo que un colega?

Si tienes un control remoto, ¿por qué levantarte y cambiar de canal en el televisor? Si tienes un automóvil, ¿por qué ir en bicicleta al supermercado? Si puedes salirte con la tuya haciendo la mitad de trabajo que un colega, ¿por qué no?

Cualquier tipo de trabajo o esfuerzo implica tensión mental y física, por lo que tiene sentido evitarlo siempre que sea posible. Y a veces hacemos exactamente eso.

Esta conducta a veces se conoce como la ley de menor esfuerzo o la Ley de Zipf, una ley de la que podrías pensar que nadie está tentado a romper. Excepto que la rompemos todo el tiempo.

¿Alguna vez has soñado con no hacer absolutamente nada? Con estar acostado en una hamaca durante toda una tarde. Solo mirando al techo, escuchando el silencio.

Sin embargo, no hacer nada puede ser en realidad muy difícil de hacer.

Experimento con choques eléctricos

En un famoso estudio realizado hace unos años en la Universidad de Virginia, EE.UU., los participantes fueron puestos uno a la vez en una habitación completamente vacía.

No tenían teléfono, ni libros, ni pantallas, y no se les permitía tomar una siesta. Se colocaron electrodos en sus tobillos y se quedaron solos durante 15 minutos.

Un cuarto blanco vacíoDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption Nuestra necesidad por recibir estímulos puede ser sorprendente.

Pero antes de quedarse solos, a los participantes se les había mostrado cómo presionar una tecla de computadora que estaba conectada a una máquina que administraba una descarga eléctrica.

Puedes suponer que tras haber apretado el botón una vez, nadie querría volver a hacerlo. Incorrecto.

De hecho, el 71% de los hombres y el 25% de las mujeres se dieron al menos una descarga eléctrica durante su tiempo en solitario, y un hombre se propinó 190 descargas eléctricas.

No tener nada que hacer era tan insoportable, que muchos de los participantes prefirieron torturarse a sí mismos en lugar de tolerar la falta de distracciones.

La paradoja del esfuerzo

A veces tomamos la ruta fácil y hacemos lo menos posible, pero a veces valoramos más las situaciones si tenemos que realizar un esfuerzo considerable.

Las personas constantemente eligen hacer cosas que no necesitan hacer y que a veces son dolorosas.

Un grupo de gente haciendo ejercicios.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption Mucha gente se ejercita más de lo que necesitan para su salud.

Piensa en todos tus amigos que corren maratones o tienen regímenes de castigo en el gimnasio. Van mucho más allá de lo que se requiere para la salud y el estado físico.

¿Y qué hay de las personas que caminan sobre hielo para llegar a los polos de la Tierra o que navegan alrededor del mundo?

Michael Inzlicht, de la Universidad de Toronto, Canadá, llama a esto la paradoja del esfuerzo.

La alegría intrínseca del esfuerzo nos da tanto placer que no tomamos el atajo.

Podríamos pasar horas pensando para tratar de resolver un crucigrama críptico, en vez de usar un motor de búsqueda para encontrar la solución.

Aprendemos esto temprano en la vida. De niños, a través de la experiencia y la persuasión, se nos enseña que el esfuerzo conduce a la recompensa y, con el tiempo, esto nos condiciona a disfrutar el esfuerzo por sí mismo. Esto se conoce como laboriosidad aprendida.

Una persona en una cumbre de una montaña mirando a las nubes debajo.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption Muchas cumbres se pueden alcanzar sin muchas molestias, pero muchos ven el esfuerzo como parte de la recompensa.

Se puede llegar a las cumbres de muchas montañas del mundo en teleférico o telesilla.

Pero, por supuesto, los montañistas prefieren pasar la noche al lado de una roca escarpada, arriesgarse a la congelación, que tomar la ruta turística.

El economista conductual George Loewenstein llamó a su artículo sobre este síndrome "Porque está ahí", en honor a la famosa respuesta del montañista George Mallory, cuando le preguntaron en 1923 por qué intentaba llegar a la cima del Everest.

Esta cita explica que los humanos simplemente no pueden resistir la oportunidad de lograr objetivos y dominar situaciones, incluso cuando no necesitan hacerlo.

Incluso si no te identificas personalmente con los montañistas, la mayoría de nosotros podemos identificarnos con el "efecto Ikea", o el hecho de que las personas valoran más los artículos del hogar si los han armado ellos mismos.

Fluir

Todo esto significa que, mientras nos quedamos en casa y nos aislamos, acostarnos en el sofá y mirar televisión solo será una parte de cómo pasamos el tiempo.

Podríamos pensar que es divertido descansar durante algunas semanas, pero de hecho nos llevará a la distracción.

Una mujer mira su celular echada en el suelo.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption En tiempos normales, muchos de nosotros no tomamos muy en serio la idea del descanso.

El descanso forzado y prolongado, a menos que estemos enfermos y nuestros cuerpos lo exijan, no conduce a sentimientos de relajación sino de inquietud e irritabilidad.

Durante una cuarentena, necesitamos encontrar la forma de replicar, en la medida de lo posible, los ritmos y el sentido del equilibrio que logramos, en el mejor de los casos, en la vida cotidiana.

Por lo tanto, es importante ejercitarse, establecer tareas, hacer cosas que son difíciles.

Y todos deberíamos buscar actividades o experiencias que promuevan lo que la psicóloga Mihaly Csikszentmihalyi llama "flujo", en su libro Flow: The Psychology of Optimal Experience (traducido al español como "Fluir: una psicología de la felicidad").

Estas son tareas como pintar o hacer jardinería o armar rompecabezas, que nos absorben tanto que no notamos el paso del tiempo y dejamos de preocuparnos por todo lo demás.

Descansar

En tiempos normales, la mayoría de nosotros no tomamos el descanso lo suficientemente en serio.

Una mujer en un sofá con un control remoto en la mano.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption La biología no nos ha programado para hacer lo menos posible.

Por lo tanto, durante estos períodos excepcionales, deberíamos aprovechar la oportunidad de descansar más si podemos, y llevar esos ritmos más equilibrados de descanso y ocupaciones a nuestras vidas después del cierre.

Pero durante este momento difícil, descubriremos que no somos criaturas instintivamente perezosas. De hecho, podríamos descubrir que hacer menos y descansar más requiere inicialmente un gran esfuerzo.

Claudia Hammond es autora del libro The Art of Rest: How to Find Respite in the Modern Age ("El arte del descanso: cómo encontrar un respiro en los tiempos modernos").

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