Todas las mañanas, Melitta Bentz (1873 – 1950) se tomaba una taza de café.
Pero después de cada sorbo, había algo que le disgustaba.
El sabor amargo y los restos molidos de los granos que quedaban en su boca terminaban por estropearle un momento de disfrute.
La mujer alemana -que hasta entonces era ama de casa- decidió tomar cartas en el asunto.
Y desde su cocina en Dresde, su ciudad natal, comenzó a hacer experimentos para que la bebida que se hacía cada vez más popular en Europa fuera más placentera de tomar.
Después de varios intentos fallidos, un día arrancó un trozo de papel del cuaderno escolar de uno de sus hijos y lo metió en una vieja olla de hojalata en la que había hecho algunos agujeros.
A continuación agregó café molido, vertió agua caliente sobre él y… ¡voilà! El café goteó a través del papel, directamente a la taza, obteniendo un líquido uniforme, sin residuos, y bastante menos amargo.
Primeros años
Lo que Melitta Bentz tenía frente a sus ojos era el primer filtro de café.
Visionaria como pocas para su época, probó su nuevo invento con sus amistades más cercanas, organizando “tardes de café”.