La gente decía que el diablo andaba suelto en Monterrey. La ciudad del norte de México vivía una psicosis social a finales de 1959, luego del asesinato de varias personas en circunstancias horrendas.
Un par de crímenes fueron de los más sonados en esa urbe que, por entonces, no estaba habituada a los grandes titulares de las historias de sucesos.
Primero se dio el asesinato de Jesús Castillo Rangel, un joven cuyo cuerpo fue desmembrado y enterrado en un consultorio médico del barrio Talleres.
“Ese hallazgo genera una enorme preocupación. Y el hecho de que unos días después se sabe que el autor material era un médico brillante, joven, impacta a la ciudad, que queda conmocionada”, explica a BBC Mundo el periodista y escritor Diego Enrique Osorno, quien investigó los casos.
Después fueron masacrados tres hermanos de la familia Pérez Villagómez, que volvían de Texas de un viaje de compras y fueron atacados por un “loco” armado en una carretera cercana a la capital de Nuevo León.
“Para ese entonces, la ciudad tiene una psicosis muy grande porque estaban ocurriendo crímenes que nunca habían pasado”, señala Osorno.
Tales casos de alto impacto no estaban relacionados entre sí, pero inesperadamente se conjugaron para que el célebre escritor Thomas Harris, autor de The Silence of the Lambs (conocida en América Latina como El silencio de los inocentes), creara a uno de los villanos más icónicos de la literatura y del cine del siglo XX: el doctor Hannibal Lecter.
El escritor se inspiró en particular en el hombre tras el asesinato de Jesús Castillo: el médico mexicano Alfredo Ballí Treviño.
Doctor Salazar
Thomas Harris era un joven periodista de 23 años asentado en Waco, Texas, donde colaboraba con un diario local y con la revista Argosy.
Para esta última publicación, le pidieron viajar a México para entrevistarse con Dykes Askew Simmons, un estadounidense oriundo de Texas que había sido detenido y sentenciado por el asesinato de los hermanos Pérez Villagómez en 1959 y que se decía que podría ser un “chivo expiatorio”.
Simmons era un hombre con múltiples marcas en el rostro, entre ellas la de su labio leporino así como otras cicatrices. Fue ingresado a la prisión estatal de Topo Chico, Nuevo León, donde fue condenado a muerte (una de las últimas penas capitales dictadas en México antes de su abolición).
El convicto intentó en una ocasión escapar de prisión, pero el plan no resultó y recibió varios disparos de los guardias.
“No se desangró porque lo salvó un médico de la cárcel muy hábil”, explica Harris en la edición del 25 aniversario de su novela The Silence of the Lambs.