5 de las preguntas más apasionantes que la ciencia aún no ha podido responder
Algunos son de larga data, otros han ido surgiendo a medida que adquirimos más conocimiento: cuanto más sabes, más sabes qué no sabes.
Hay pocas cosas más emocionantes que desentrañar los misterios del mundo natural.
Y no son sólo para las mentes brillantes que lo logran.
Es un placer que, afortunadamente, está al alcance de todos.
Piensa en ese momento maravilloso en el que comprendes por primera vez un enigma, generalmente gracias a que una o, a menudo, varias de esas mentes brillantes dieron sus almas, corazones y vidas por desvelarlo.
La ciencia ha tenido un éxito sorprendente en la investigación, pero quedan muchos interrogantes aún sin resolver.
Final de Recomendamos
Algunos son de larga data, otros han ido surgiendo a medida que adquirimos más conocimiento: cuanto más sabes, más sabes qué no sabes.
Así que, desde cómo las bicicletas se mantienen en posición vertical hasta los incomprensiblemente raros números primos, hay un vasto océano de incógnitas.
Eso es estupendo. Las preguntas nunca se deben agotar, no sólo porque encierran la esperanza de una respuesta, sino porque la curiosidad, como dijo el filósofo Thomas Hobbes, es la lujuria de la mente.
Pero, ¿cómo escoger cuáles si te prometimos sólo 5?
Pues con mucha dificultad, algo de reflexión y la lamentable arbitrariedad que caracteriza estas tareas.
1. ¿De qué está hecho el Universo?
El Universo en sí es una fuente de interrogantes: qué había antes de que existiera; es infinito o sencillamente inmenso; es único o uno de muchos...
Pero particularmente curioso es el hecho de que los científicos, por el momento, sólo comprendan la naturaleza del 5% de su estructura.
Aunque eso no es poca cosa.
Estamos hablando de los átomos, de sus componentes -protones, electrones y neutrones- y de los neutrinos, las esquivas partículas que pueden atravesar la materia (hasta toda la Tierra) como si no hubiera nada ahí.
Todo eso nos suena familiar ahora pero conviene recordar que, a pesar de que la idea del átomo fue registrada ya en el siglo V a.C. y fueron los griegos lo que le dieron el nombre, no fue sino hasta principios del siglo XIX que el químico John Dalton desarrolló un argumento muy persuasivo que llevó a la sorprendente conclusión de que toda la materia estaba hecha de pedacitos muy, muy pequeños, indivisibles... atómicos.
Así que desde entonces, muchas preguntas han sido respondidas.
Pero persiste un gran misterio, y es sustancial: de qué está hecho el otro 95%.
Lo que se sabe es que aproximadamente el 27% es materia oscura.
Fue descubierta por primera vez en 1933 y actúa como un pegamento invisible que une galaxias y cúmulos de galaxias.
Se sabe que está en la vecindad pues tiene masa y, por ende, fuerza de gravedad, que se puede medir cuando atrae al 5% conocido.
Y si ese manto invisible es misterioso, aún más lo es lo que compone más o menos el 68% del Universo: la energía oscura.
Sabemos de su existencia desde 1998.
Los expertos explican que es algo parecido al éter, que llena el espacio e impulsa la expansión del Universo a velocidades cada vez mayores.
Y poco más.
Hay varias hipótesis pero tras décadas de investigación, el misterio pervive.
2. ¿Cómo surgió la vida?
Si te vinieron a la mente las palabras "caldo primigenio" vas por buen camino.
La hipótesis, propuesta en la década de 1920 por Alexander Oparin en la URSS y el genetista británico JBS Haldane simultánea e independientemente, es una de las varias teorías que compiten como respuesta.
La noción es que cuando la Tierra era joven, los océanos estaban llenos de sustancias químicas simples importantes para la vida, y que con la mezcla de gases en la atmósfera y la energía de los rayos, se podrían haber formado aminoácidos, los componentes básicos de las proteínas.
Es para muchos científicos la mejor candidata para explicar cómo surgió la vida en la Tierra.
Pero no está universalmente aceptada ni es la única.
De hecho, sobre la vida no hay acuerdo ni siquiera sobre dónde empezó.
Hay estudiosos que creen que en el mar, otros que en piscinas geotérmicas, en el hielo o hasta lejos de la Tierra (y llegó aquí con asteroides o polvo espacial).
¿Y cuándo? Mmm... no se sabe con exactitud: el momento del origen de la vida también está en duda.
Lo único que sabemos con certeza es que ocurrió después de que la Tierra se formara, hace 4.500 millones de años, y antes de hace 3.400 millones de años, la época de los fósiles más antiguos confirmados.
Aún más complicado es cuál fue el mecanismo.
Aquello de que los aminoácidos se ensamblaban formando proteínas es una posibilidad, pero no es tan popular como la hipótesis de que la vida comenzó con el ARN, un primo cercano del ADN que puede transportar genes y copiarse a sí mismo, y además plegarse y actuar como una enzima.
Otra idea es que los primeros organismos eran simples masas o burbujas, unas "protocélulas" que actuaban como contenedores para los componentes de la vida.
Así que aún no hay acuerdo sobre la respuesta a una de las preguntas más profundas de la ciencia.
Y eso que no nos atrevimos a formular esa otra pregunta: por qué empezó la vida.
3. ¿Qué nos hace humanos?
Es una pregunta que se ha ido volviendo más difícil de contestar.
Antes había aspectos que parecían excepcionalmente humanos: el lenguaje, reconocernos al vernos reflejados, la capacidad de crear y usar herramientas o de solucionar problemas complejos.
Pero animales como los pulpos y los cuervos, por nombrar sólo a dos, nos fueron quitando ese complejo de superioridad.
¡Y qué decir del ADN!
Resultó que el genoma humano es 99% idéntico al de un chimpancé, ese animal que horrorizó a tantos cuando les pareció que Charles Darwin había insinuado que era de la familia.
Es cierto que nuestros cerebros son más grandes que los de la mayoría de los animales: tenemos, por ejemplo, tres veces más neuronas que los gorilas.
Pero teniendo en cuenta que nos superan animales como el elefante, no parece que la respuesta esté ahí.
Ni en ningún lado aún: lo que hay son preguntas.
¿Será por tener la corteza frontal más gruesa? ¿O el pulgar opuesto? ¿Quizás nuestra cultura, o la capacidad de cocinar, o nuestro dominio del fuego? ¿Tal vez la cooperación, de compasión y el intercambio de habilidades?
Pero, ¿es algo de eso lo que nos hace humanos o sencillamente dominantes?
4. ¿Qué es la consciencia?
De pronto la consciencia es lo que nos hace humanos, pero es difícil saberlo sin entender qué es.
El órgano de la consciencia, según los expertos, es el cerebro humano, lo más complejo del universo conocido: 100 mil millones de células nerviosas incesantemente activas que controlan las funciones biológicas y nos ayudan a pensar.
No sólo nos permite responder a sonidos, aromas y toda clase de señales ambientales sino también a retener información.
Es más: al integrar y procesar mucha información, podemos concentrarnos y bloquear esos estímulos sensoriales que nos bombardean en vez de reaccionar.
Además, nos permite distinguir entre lo que es real y lo que no lo es, e imaginar múltiples escenarios futuros que nos ayuden a adaptarnos y sobrevivir.
Pero no es una computadora, es mucho más.
Nos da una vida interior: nosotros no sólo pensamos sino que además sabemos que pensamos.
¿Cómo genera el yo, la experiencia única que tenemos de ser únicos?
¿Cómo hace posible el pensamiento abstracto?
La consciencia es lo más sorprendente del cerebro y un interrogante que quizás nunca podremos resolver.
5. ¿Por qué soñamos?
Los científicos y expertos en sueño saben cuándo soñamos: normalmente durante la parte de movimientos oculares rápidos (REM) del ciclo de sueño.
Lo que no saben es por qué soñamos.
Sigmund Freud creía que los sueños eran expresiones de deseos insatisfechos (a menudo sexuales); otros conjeturan que los sueños no son más que imágenes aleatorias de un cerebro en reposo.
Algunos estudios parecen señalar que los sueños podrían desempeñar un papel en la memoria, el aprendizaje y las emociones.
Aunque también podrían ser una forma de reflexionar o liberar el estrés de la vida cotidiana, o incluso una forma inconsciente de desentrañar experiencias desafiantes.
Nuestros sueños también pueden proporcionar una especie de mecanismo de supervivencia al permitirnos simular amenazas potenciales o ensayar situaciones sociales con anticipación.
Pero quizás no cumplen una función específica. De pronto no son más que el subproducto de la incesante actividad de nuestro cerebro mientras dormimos.
Más poéticamente, recordando a Calderón de la Barca, son eso: sueños, como la vida, y los sueños, sueños son.
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