Las fuerzas armadas del gobierno y otras milicias luchan contra más de 1.000 grupos.
Mientras la guerra civil en Siria entra en su cuarto año con aproximadamente 200.000 muertos, 18 millones de víctimas entre refugiados y desplazados interiores y una gravísima destrucción de infraestructura, una serie de actores de la comunidad internacional buscan iniciativas de paz.
La cita esta semana ha sido en Moscú, donde el gobierno sirio y algunos sectores de la oposición han aceptado reunirse.
Es difícil que haya avances en el corto plazo pero factores que afectan a varios de los terceros países claves, especialmente Rusia e Irán, podrían generar un diálogo político.
Debido a los repetidos fracasos en las conferencias de Ginebra 1 (2012) y 2 (2014), las expectativas de los actores internacionales son cada vez más moderadas, orientándose a lograr ceses el fuego, acuerdos humanitarios parciales que impliquen a sólo algunas de las partes en conflicto y treguas, con la expectativa de escalar luego a niveles más ambiciosos.
Pero las dificultades son muy fuertes. En primer lugar, la guerra tiene una gran diversidad de protagonistas y frentes.
Las fuerzas armadas del gobierno (y los grupos paramilitares que ha creado) y las milicias de Hezbolá luchan contra más de 1.000 grupos armados, según el seguimiento que hace el Carter Center de Atlanta (Estados Unidos).
Varios de estos grupos luchan entre sí por liderazgo político sobre determinadas regiones, acceso a recursos económicos o enfrentamientos étnico-religiosos (sunitas contra chiitas).
Muchas de las milicias tienen una agenda política que va más allá de Siria y están formadas por sirios y militantes de otros países de Oriente Medio y Europa.
Estos grupos cambian constantemente de configuración y alianzas, dificultando para mediadores internacionales las posibilidades de establecer con ellos diálogos políticos.
Diferentes milicias reciben o han recibido fondos, armas, facilidad para cruzar fronteras, especialmente desde Turquía, e infraestructura de una serie de países como Irán, Arabia Saudita, Qatar y Turquía, además del apoyo en armas ligeras y asesoramiento militar que le dan EE.UU. y algunos países europeos al Ejército de Siria Libre.
En algunos medios diplomáticos se considera que hasta que Irán y Arabia Saudita no pacten será difícil lograr un acuerdo de paz en Siria.
La presencia del Estado Islámico hace más necesario este acuerdo estratégico.
El factor del Estado Islámico
La ofensiva del autodenominado Estado Islámico (EI) o ISIS (Islamic State in Iraq and al-Sham ) en el verano de 2014 ha complicado la situación.
Por una parte, ha internacionalizado la guerra al conquistar parte de Siria e Irak.
Segundo, ha permitido al presidente sirio Bashar al Asad contar con el apoyo explícito e implícito de Estados Unidos y la coalición de más de 60 países, además de Irán y Rusia, que luchan contra esta organización político-militar.
Tercero, EI lucha contra algunos grupos armados que combaten a Bashar al Asad pero ha ganado el apoyo de otros complicando la geometría del conflicto.
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Respecto de la oposición no armada, que opera especialmente desde fuera de Siria, se encuentra fragmentada, ha perdido peso y apoyo diplomático debido a sus divisiones internas.
Progresivamente EE.UU. y algunos países europeos han ido cambiando su política de acuerdo con las circunstancias.
En 2012 la Casa Blanca indicaba que "Bashar debe marcharse" o anunciaba que caería en pocas semanas.
Ahora, sin embargo, considera que, aunque debilitado, el presidente ha inclinado la balanza de la guerra en su favor.
El surgimiento de Estado Islámico complicó aún más la situación en Siria.
En el terreno de posibles negociaciones esto ha cambiado el escenario porque hay una aceptación en Occidente que debe contarse con él en cualquier negociación y proyecto de transición.
Pragmatismo de Washington
Pese a la alta tensión entre Washington y Moscú por Ucrania y Crimea, el secretario de Estado de EE.UU. John Kerry indicó su apoyo a la iniciativa rusa, al igual que el enviado especial de Naciones Unidas para Siria, Steffan de Mistura.
EE.UU., según afirmó el diario The New York Times el 20 de enero pasado, orienta su diplomacia hacia un "cambio gradual" en Siria.
Aunque Washington continúa proveyendo asistencia militar al Ejército de Siria Libre, que combate a al Asad, a la vez bombardea posiciones del Estado Islámico dentro de Siria, algo que beneficia al gobierno de Damasco.
El presidente Barack Obama y el secretario de Estado John Kerry habrían llegado a la conclusión que es preferible aceptar, convivir y tratar de alcanzar acuerdos con el régimen.
La otra alternativa es un avance de Estado Islámico y que Siria colapse fragmentada entre diversos grupos armados y con una zona en la costa mediterránea controlada por Bashar.
La ONU y los acuerdos locales
Desde que tomó posesión de su cargo en 2014 como enviado especial de Naciones Unidas para el conflicto sirio, Steffan de Mistura ha centrado su esfuerzo en lograr acuerdos de alto el fuego y "congelar" el conflicto en ciudades estratégicas como Alepo.
La idea es comenzar con un acuerdo humanitario, permitir el acceso internacional de ayuda, avanzar hacia intercambios de prisioneros, y lograr que la oposición entregue sus armas pesadas a cambio de tener el control administrativo de la ciudad.
Una "Autoridad para la Paz y la Reconstrucción", liderada por Naciones Unidas, implementaría los acuerdos. Se formarían autoridades locales con las milicias que acepten, y estas reportarían a la autoridad interina.
Una experiencia similar se experimentó previamente en Homs, pero de hecho fue una rendición de las milicias más que un acuerdo pactado.
Al parecer otros acuerdos se están llevando a cabo entre ciudadanos en diversas localidades sirias.
El conflicto de cuatro años ha causado más de 200.000 muertos.
Sin embargo, Charles Lister, del centro Brookings en Doha, luego de entrevistar más de 50 miembros de grupos armados sirios considera que para ellos la propuesta de “congelación” de Naciones Unidas no es más que “una fantasía”.
Las iniciativas rusa y egipcia
Las conferencias de Ginebra 1 y 2 estaban orientadas a lograr acuerdos de alto el fuego, tregua y formación de un gobierno de transición.
Para Rusia (e Irán, aunque no participó en las Conferencias) la presencia de Bashar era un requisito imprescindible para evitar el colapso de las instituciones, especialmente las fuerzas armadas.
Tanto Moscú como Teherán temían y temen que la caída de las instituciones, mezclada con la radicalización sectaria, conduzca a un colapso del Estado como ocurrió en Irak después de la invasión occidental de 2003.
En los últimos meses la diplomacia rusa, en coordinación con Irán, preparó una reunión de miembros de la oposición siria en Moscú para los días 26 al 29 de enero.
A la invitación asistieron especialmente miembros de la oposición interior y fue rechazada por la oposición que opera desde el exterior.
Vitaly Naumkin, director del Instituto de Estudios Orientales, y moderador de la reunión, explicó que la iniciativa "no pretende sustituir ni ser una alternativa a las conferencias de Ginebra".
El objetivo fue promover un diálogo "entre patriotas sirios".
Moscú se ha opuesto a las resoluciones de la ONU contra Siria.
Hasta ahora Moscú consideraba que el único actor legítimo era el gobierno en Damasco.
Al reconocer que hay "patriotas" en la oposición, "incluso entre algunos grupos armados", Naumkin dió a entender que Moscú habría flexibilizado su posición.
El mismo día que comenzaron las conversaciones en Moscú el presidente Bashar al Asad, en una entrevista con Foreign Affairs, indicó que hay una oposición "nacional" con la que es posible dialogar mientras que no ve el sentido a dialogar con los que considera "títeres" pagados por Arabia Saudita, Qatar y Turquía o Estados Unidos.
En la misma entrevista subrayó que Estados Unidos debe presionar a Turquía para que cierre la frontera a los yihadistas que pasan hacia Siria, e indicó que Moscú serán "conversaciones sobre conversaciones".
Rusia tiene razones para buscar una solución política con más flexibilidad.
Primero, Rusia y Siria mantienen una estrecha relación desde la Guerra Fría. Rusia tiene acceso a la base naval de Latakia y es su principal proveedor de armas.
Segundo, Moscú teme que los avances del Estado Islámico radicalicen a sectores de su amplia población musulmana y las sanciones occidentales por las crisis de Crimea y Ucrania unidas a la caída del precio del crudo fragilizan su posición internacional.
Además, según Aron Lund, del Centro Carnegie en Líbano, la diplomacia rusa teme a una creciente influencia iraní en el régimen sirio.
En el caso iraní, Teherán también se ve afectada por la caída del precio del petróleo y tiene interés en mostrar a EE.UU. que puede ser un socio fiable de cara a las negociaciones sobre el programa nuclear iraní.
Bashar al Asad considera que la oposición son "títeres" pagados por Arabia Saudita, Qatar, Turquía y EE.UU.
Irán tiene la capacidad de influir para que las milicias libanesas de Hezbolá dejen de luchar en Siria. Esa es una carta implícita que utiliza en sus negociaciones sobre el programa nuclear.
Por otro lado, el gobierno egipcio ha establecido contactos con sectores de la oposición, el gobierno sirio y la diplomacia rusa para explorar canales de diálogo entre Damasco y grupos de la oposición.
Para Egipto es importante tratar de recuperar su papel como país líder en la región.
Luego de la dura represión lanzada por el gobierno del general Abdelfatah al Sisi sobre los Hermanos Musulmanes, El Cairo se presenta como un aliado de Occidente y Rusia contra el extremismo yihadista en la región.
Turquía manifiesta también su apoyo a la iniciativa rusa. El gobierno de Ankara, acusado de pasividad ante el avance del Estado Islámico, tiene interés en mostrar una actitud diferente.
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La respuesta de la oposición
La iniciativa rusa no está orientada a tener resultados inmediatos sino a abrir un canal de posible acercamiento entre el gobierno y las diferentes oposiciones, incluyendo algunos grupos armados.
Bashar al Asar se rehúsa a dejar el poder en un período de transición.
Inicialmente la Coalición Nacional de las Fuerzas de Oposición y Revolucionarias de Siria, el Comité de Coordinación Nacional, y el Consejo Nacional Sirio respondieron negativamente a la invitación de Moscú, pero algunos miembros asistieron a título personal.
Khaled Khoja, el líder de la Coalición Nacional declaró la semana pasada que mientras Rusia quiera imponer que al Asad se mantenga en el poder no habrá posibilidades de negociación.
Sin embargo, el comentarista jordano Urayb ar-Rintawi escribió recientemente en el periódico ad-Dustourque que diversos grupos de la oposición acordaron en El Cairo 10 puntos en los que no se menciona que al Asad deba dejar el poder en un período de transición.
Esos puntos se volvieron a reafirmar en Moscú.
Mientras se discuten estas ideas e iniciativas la guerra en Siria está transformando la geopolítica de Oriente Medio y ha generado la crisis humanitaria más fuerte desde la Segunda Guerra Mundial.
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