La reserva del río Anzu guarda sus secretos, entre formaciones de piedra caliza, y una red de cavernas

Son 658 hectáreas de vegetación que se extienden, al pie de los Andes orientales, en las estribaciones del Parque Nacional Llanganates, en la colonia 24 de Mayo, cantón Mera, provincia de Pastaza.

Cada paso, en su sendero de 2,8 kilometros, promete un descubrimiento. Al inicio, el río Anzu, esculpe el paisaje. La fuerza constante del agua ha tallado las más caprichosas formas en la piedra caliza. Su agua es fría y cristalina y se pueden observar 14 especies de peces, entre ellas bagres, carachamas y sardinas.

Mientras se camina por la orilla del río, aparece una muralla de rocas. La temperatura de 19 grados crea condiciones ideales para el crecimiento de heliconias, que necesitan bundante agua. Entre sus hojas habitan 72 tipos de anfibios. Una de ellas es la rana de cristal María Elena, cuyo cuerpo translúcido revela más que su anatomía.

A solo 500 metros al sur, el sonido del río se diluye y un nuevo concierto aparece: el canto de las aves. En las copas de los árboles habitan especies únicas como las tangaras orejidoradas, que buscan entre las ramas los frutos más dulces, especialmente guayabas. Más arriba, las oropéndolas destacan con sus elaborados nidos colgantes, suspendidos en las ramas más altas de los pigües.

Aquí conviven 286 tipos de aves, pero el verdadero misterio yace bajo tierra: la caverna Unión de los dos Continentes es parte de una red de 35 cuevas en Pastaza, tiene 40 metros de profundidad. Es oscura y silenciosa y ahí, a 10 grados, habitan 300 “murciélagos de trompa”, junto a arañas cangrejeras y saltamontes.

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Las filtraciones de agua de montaña han esculpido estalagmitas y estalacticas. Una de ellas, la Copa del Mundo tiene 1,30 metros. Según la Fundación Ecominga, estas formaciones crecen solo un centímetro cada mil años.

De vuelta a la superficie, sorprende la presencia de matapalos, copales y guaduas, árboles que alcanzan entre 20 y 25 metros. Un sonido agudo se escucha en lo alto del dosel. Es el chillido de los monos chichico. Luego de una hora de camino, los troncos se rodean de bromelias, orquídeas, helechos, líquenes y musgos que crecen en abundancia. Por aquí se desliza la imponente boa constrictora. (ambiental sonido de monos chichicos)

La reserva río Anzu es un espacio donde la conservación y el desarrollo responsable convergen. Esta singularidad lo lo consolida como un sitio clave para la conservación. Por ello, el año pasado fue reconocido por el Ministerio de Ambiente como la primera y única reserva “omec” del país, una denominación que destaca su importancia en la protección de ecosistemas únicos y especies excepcionales.

La fundación Ecominga lidera la protección de la reserva. Con el apoyo de dos guías y un administrador trabajan en proyectos de reforestación, vigilancia y monitoreo de especies.

“En campo, cuando encontramos huellas de animales tomamos fotografías, registramos en tamano, la ubicacion, la altura y guardamos el archivo y eso queda registrado en nuestra base de datos”, dijo José Grefa, guardaparque de la reserva río Anzu.

Uno de los animales más territoriales que hay en esta selva es el jaguar. Este felino recorre unos 40 kilómetros por día buscando alimento. El río abastece a 30 000 personas en tres de los cuatro cantones de la provincia.

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