El estero recorre toda la ciudad de Guayaquil, a su riberas se han asentado miles de personas.
El estero Salado, importante brazo de mar que se adentra en la ciudad de Guayaquil, representa para muchos el eterno compañero de esta ciudad. Con el paso de los años miles de familias se fueron asentando en sus riberas que recogen historias de vida. En este reportaje especial Andrés Jungbluth muestra dos miradas distintas desde y hacia el estero:
Su inmensidad recobra vigor si le damos un vistazo desde los cerros de la ciudad y adquiere mayor protagonismo al contemplar de cerca la fauna y flora que aún se preserva. Esa misma riqueza aprovechaba Teresa Barca 30 años atrás cuando llegó a las riberas del salado en el suburbio oeste de la urbe porteña.
Sus horas y las de sus vecinos transcurren en ese entorno, con todos los beneficios que representa haber escogido ese lugar como su refugio de vida. Doña teresa nos dice que junto al estero ha pasado toda una vida y que mal haría al buscar otros destinos en la ciudad.
Este importante brazo de mar que con sus 30 kilómetros de ramales recorre desde el golfo, el sur, centro y norte de Guayaquil, ha visto como sus riberas se van poblando, adentrándose en los rincones de este ecosistema. Al igual que los alrededores de la vía Perimetral, esos rincones llegan a otros destinos urbanos como los de las ciudadelas Urdesa y Urdesa norte.
Desde que se casaron hace 40 años, Kitty y Agustín Franco decidieron vivir a orillas del estero. Los dos coinciden en que fue una de las mejores decisiones de sus vidas. También reconocen que los olores putrefactos que emana el estero han diminuido con el paso de los años tras tareas de oxigenación y cuidados que hoy en día recibe el estuario, convertido para Agustín, en un ícono natural a nivel mundial.
Son las profundas miradas de dos familias desde orillas distintas, unidas por el estero de todos los guayaquileños.
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