Se recuerda un año más de la huelga general de trabajadores que terminó con una masacre en Guayaquil
Revolución del 15 de noviembre de 1922
Cuando asumió la presidencia de la República el Dr. José Luis Tamayo, para gobernar durante cuatro años, de 1920 a 1924, la crisis que se venía incubando desde 1914 como consecuencia de las restricciones económicas producto de la Primera Guerra Mundial llegó a límites casi insostenibles para la economía nacional y se presentó con toda su agudeza.
Esta situación afectó duramente a los ecuatorianos, sobre todo a las clases de menores recursos económicos, y el costo de la vida alcanzó niveles muy altos, imposible de soportar. Por otro lado, la moneda ecuatoriana sufrió una desvalorización, y el dólar americano que se compraba a 2 sucres por 1 dólar, ya en 1922 se lo adquiría en 3,20 sucre por un dólar.
Por esa época ya se había creado en Guayaquil la Confederación Obrera del Guayas, y se advertían los primeros movimientos tendentes a lograr la organización sindical, situación que fue aprovechada por los políticos para intentar poner fin al gobierno de Tamayo y de esa manera alcanzar el poder.
Ante los abusos y los privilegios entronizados entre las clases dominantes, y las limitaciones económicas y sociales que venía padeciendo el pueblo ecuatoriano, se unía un idealismo político y clasista que por primera vez pretendía hacerse valer plenamente en todo el país, pero cuyas aspiraciones chocaban con lo establecido por la Constitución de esa época.
Las masas obreras de Guayaquil, que eran las que representaban el poder productivo ecuatoriano, reclamaron mejore salarios, la reducción de las horas de trabajo a la semana y, sobre todo, la incautación de los giros internacionales para evitar la especulación con la venta. Finalmente, en los primeros días de noviembre de 1922 se decretó en Guayaquil la primera gran huelga de trabajadores.
Durante una semana la Perla del Pacífico vivió sin alumbrado y sin abastecimiento de alimentos, y miles de hombres empezaron a desfilar por las calles exigiendo soluciones inmediatas a sus problemas y al alto costo de la vida, paralizando completamente la actividad comercial, industrial, social y económica de Guayaquil.
"El 15 de noviembre se produjo, al fin, dicha huelga, con un motín de proporciones monstruosas. Pareció que Guayaquil no se compusiera más que de masas proletarias. Los discursos fogosos de los síndicos las enardecieron de repente, y desarmaron a las fuerzas policiales, apostadas, por obvia precaución , en diversos lugares de la ciudad. No faltaron en seguida incitaciones para el asalto a los almacenes en busca de armas, ya que llegó a conocerse la intención gubernamental de disolver por la fuerza la manifestación. Por desgracia, la busca de armas en los almacenes se convirtió en una furiosa y vandálica destrucción de propiedades y en el asalto y el robo.
Salieron los batallones, las masas fueron rodeadas, y los soldados realizaron una espantosa carnicería en las calles, en las plazas y dentro de casas y almacenes. La matanza no terminó sino a avanzadas horas de la tarde. Cuantos grupos pudieron, se salvaron solamente gracias a una fuga veloz. Luego, en la noche, numerosos camiones y carretas se dedicaron a recoger los cadáveres y echarlos a la ría" (O. E. Reyes. ob. cit. tomo II, p. 257.
Posteriormente, cuando aquellos que pidieron a las autoridades que actuaran con mano dura se lavaron cobardemente las manos tratando de rehuir a sus responsabilidades, el Gral. Enrique Barriga, jefe de Zona de Guayaquil, declaró virilmente: "Yo soy el único responsable de esos sucesos".
"Terminó la huelga con centenares de cadáveres que fueron llevados por sus colegas y amigos, envueltos en la bandera de la patria a amontonarles en cualquier sitio del cementerio. El baño de sangre que manchó a Guayaquil en esa fecha fatídica fue cruel y excesivo. ¿Por qué fue tan fuerte e inusitada la represión? A más de medio siglo de distancia fácil es dar respuestas y juzgar a los hombres de 1922, sobre quienes pesó la terrible coyunda de la ira popular y del resentimiento obrero" (E. Muñoz Borrero.- ob. cit. (1) p. 355)
La tragedia de Guayaquil pudo haberse evitado si el Gobierno hubiera atendido prontamente las reclamaciones de los trabajadores, y, sobre todo, si no hubieran aparecido los "heróicos y sacrificados dirigentes clasistas y politiqueros", que a la hora de la verdad son siempre los primeros en salir corriendo y los últimos en dar la cara.
La revolución del 15 de noviembre de 1922 marcó el inicio de las transformaciones sociales de los trabajadores ecuatorianos, y sus consecuencias económicas tuvieron fundamental incidencia, tres años más tarde, en la Revolución Juliana.
Información tomada del libro Diccionario del Ecuador, de Efrén Avilés Pino
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