El morocho con empanadas se ha convertido en un bocadillo ideal para las frías noches quiteñas.
El morocho es un cereal tan antiguo como la historia del Ecuador y tan popular como nuestra música. Pero además de ser una bebida deliciosa es el sustento de muchas familias que durante años se han dedicado a prepararlo.
Son las 19:00 en Quito, una olla humeante de morocho dulce, espeso y delicioso espera la llegada de golosos comensales en muchos sectores de la capital. A esta misma hora en otros sitios del país se elabora este apetecido potaje que es tan conocido como los pasillos o las bandas de pueblo.
Un vaso de esta bebida tiene detrás una noche de remojo del cereal, la paciencia para molerlo hasta que quede sin cascara y todo el proceso que se necesita hasta que los quiteños se lo llevan a su boca.
Tomarse un vaso de morocho caliente requiere experiencia que nos enseña a manejar la respiración, exige técnica para soplar y luego sorber. Nadie va a negar que alguna vez se quemó la boca tomando morocho, "tomaras por los laditos decían nuestros mayores". Además es un potaje que salva el frió en la Sierra, salva las ganas en la Costa y además salva de apuros cuando no hay ingresos.
María Tenesaca cuenta que desde niña salía a vender morocho con empanadas junto a su madre y este era el ingreso que tenía para sostener una familia de 7 hermanos.
Pero el morocho solo no hace milagros, tiene una fiel compañera la famosa empanada de viento.
Este bocadillo elaborado con masa de harina de trigo, preñada con trozos de queso, empapada en aceite y que antes de ir al altar con el morocho se infla en la paila de aceite hirviendo.
Ahora si van juntos hasta saciar el hambre del comensal más exigente, las ganas de la antojada la de cualquier ciudadano que los busca en cualquier tarde quiteña.
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