08 ene 2015 , 04:29

Cientos de "diablos" expresan su rebeldía contra la opresión española

   

La Diablada de Píllaro es una celebración tradicional que se realiza en enero de cada año.

La dominación española terminó hace dos siglos en Ecuador, pero en Píllaro, un cantón de la provincia de Tungurahua, muchos siguen expresando su rebeldía por la opresión en la tradicional diablada, una colorida fiesta que aúna símbolos católicos con ancestrales rituales indígenas.

 

Cada año, durante la primera semana de enero, cientos de "diablos" se toman las calles portando caretas hechas con cuernos, cráneos y mandíbulas de animales, y vistiendo trajes rojos y negros, mientras danzan al ritmo de bandas populares, látigo en mano y emitiendo sonidos guturales para asustar a niños y adultos.

 

La folclórica Diablada Pillareña, que desde 2009 es parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de Ecuador, es una manifestación de esta típica celebración propia de las regiones andinas y altiplánicas de Sudamérica, entre las que destacan las de Oruro (Bolivia), Iquique (Chile), Yare (Venezuela) y Puno (Perú).

 

"En las épocas de la colonia, los hacendados daban un día al año para que los esclavos celebraran sus festividades. Ellos, en rebeldía, comenzaron a disfrazarse de diablos para mostrar que no querían estar sometidos", explicó a la AFP Florencio Vernaza, funcionario del municipio de Píllaro, una zona rural donde viven unas 40.000 personas. 

 

La diablada sigue siendo una "demostración de inconformidad", añadió, anotando que en estas fiestas, atracción turística del lugar, participaron unos 8.000 disfrazados.

 

Carlos Velasco, que de joven disfrutó haciendo "diabluras", descarta que Dios sea parte de la festividad.

 

"Dios no entra en esta tradición porque Dios es Dios (...) Han querido decir que esta es una creencia por el diablo pero no, esto es eminentemente cultural", afirmó.

 

Según este pillareño, la ira de los "peones" por el maltrato que recibían de sus patrones les llevó a buscar esos atuendos y a expresarse de esa forma. 

 

Julio Moya, uno de los fabricantes de las endemoniadas caretas, que pueden llegar a pesar 10 kilos, coincide con Velasco.

 

"Mi inspiración no es divina. Porque, ya digo yo, creo en Dios firmemente, pero tengo este arte en las manos", dijo, mientras entre risas asegura que sólo a Dios le teme, porque los diablos "no hacen nada".

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