Si nos ponemos a pensar, es más lo que recibimos que lo que dedicamos a dar.
Este sábado, al medio día, saliendo del supermercado, al que fui caminando, me encontré a un señor. Bordeaba los 80 años e intentaba avanzar apoyado en dos muletas. Su paso frágil se hacía más lento porque en cada muleta tenía una bolsa plástica con las compras que había hecho. Era un día gris y lluvioso en Buenos Aires.
Parada detrás de él, sentí una necesidad de preguntarle a dónde iba. “Unas 8 cuadras más, pero no te preocupés que yo puedo ir solo”, me dijo. Claro que podía ir solo, pero corriendo riesgos de cruzar las calles y de caerse. Una caída a los 80 años no es la misma caída que cuando teníamos 10, pensé.
-“Déjeme ayudarlo, yo lo acompaño”.
- “Te vas a demorar mucho conmigo, camino lento”, me contestó con su acento argentino.
- “No tengo nada más importante que hacer ahora que esto”, le dije.
Cogí sus paquetes y le libré sus manos para que manipulara sus muletas con tranquilidad. El paso era verdaderamente lento, pero decidí disfrutarlo. Y empezamos a conversar.
-“¿Cuál es su nombre?”, le pregunté.
Si iba a avanzar ocho cuadras, a paso lento, debía iniciar una conversación, y aprovecharla.
-“Osmar”, me respondió. ¿Y vos, de dónde sos?
- “De Ecuador”, le contesté.
- “¿De Quito?”.
-“No, de Guayaquil”.
- “Ah, mirá vos. ¡Emelec!”
- “¡Si¡”, emocionada le respondí entre risas. Cada vez me impresiona más como el fútbol se traduce a un idioma tan universal.
Seguimos entre risas y una conversación muy agradable durante los siguientes 50 minutos que duró el recorrido de las ocho cuadras. A la mitad del camino, él, en vista de que tenía ayuda, decidió parar por una tienda a comprar una botella de agua, una cola y un vino. Acá en Argentina todo es con vino y él dice que la doctora le recomendó, desde hace 20 años, tomar una copa de vino al día. Que eso lo ayudaría a estar saludable, y él, muy bien mandado, lo ha seguido a rajatabla.
Osmar es un hombre de 83 años, que trabajó durante muchos años en una empresa de venta de lentes de contacto. Ya cuando no pudo trabajar más se jubiló. Está casado desde hace 40 años y vive solo con su esposa, sin hijos. Sus muletas lo acompañan desde que tenía 60. Me pregunto, ¿qué tan duro puede ser llegar a la vejez sin hijos que te ayuden y te acompañen? Y creo que la respuesta es “duro, debe ser difícil”. Aún así, ellos son dos compañeros de vida y dependen el uno del otro, nada más.
Al llegar a la esquina me dijo “Podés quedarte aquí que ya me has ayudado bastante”, pero yo le aseguré que si ya habíamos avanzado siete cuadras, una más no sería nada y que con gusto lo haría. Llegamos a la garita, abrió muy hábilmente la puerta, con sus muletas de apoyo, cogió los paquetes que yo le estaba cargando y se despidió diciendo:
-“Muchas gracias”. “Si tuviera tu edad, ya estaría en Ecuador con vos”, dijo entre risas y con un humor muy respetuoso y educado.
-“Que tengás mucha suerte y que seás muy feliz”. Y entró por la portería del edificio.
Yo di media vuelta y me fui.
Seguramente él subió a su apartamento, saludó a su esposa y le contó lo agradecido que estaba por la ayuda que recibió de una desconocida, pero en realidad quien más se sintió agradecida fui yo.
¿Podría yo haber tenido un mayor regalo ese sábado, que haber conocido a un hombre que ha vivido casi tres veces más que yo, haber escuchado sus historias y haber recibido el maravilloso deseo que me dejó de que fuera feliz?
Algunas veces como que nos cuesta pensar en los otros.
Llegamos al mundo y empezamos a absorber todo, a succionar todo lo que encontremos, a lucrar de todo. El mundo nos da tanto y nosotros ¿qué le damos a cambio?
Si nos ponemos a pensar, es más lo que recibimos que lo que dedicamos a dar. Fuimos criados para pensar que debemos ir al colegio, graduarnos, estudiar, trabajar y pasar toda la vida en un ritmo de productividad incesante, para, al final de los días, descansar. Está muy bien ser productivo, está bien educarse y producir, para llevar adelante proyectos y mantener a la familia. La pregunta es ¿mi actividad diaria aporta al mundo y a los seres que en él habitan?
Si tu área de trabajo es la medicina o la ayuda social, definitivamente estás en una profesión que se dedica a ayudar al otro. Si eres orientador familiar, sicólogo, comunicador y usas la palabra para construir, en buena hora logras dar pasos fuertes para dar un aporte a este lugar en el que vives. Si decidiste arrancar un proyecto en la gestión ambiental, por supuesto que estás ayudando a generar medios para que el planeta sea más sustentable, pero ¿y si no?
Y si no, pues hay cosas que se pueden hacer a diario y que también aportan al mundo.
Hace un poco más de un mes estuve de paso por Guayaquil. A diferencia de aquí, en Buenos Aires, que mi medio de transporte son mis pies, y el transporte público. Cogí mi carro y fui a hacer una serie de diligencias que debía completar antes de regresar a Argentina. En Urdesa, pasando por Las Monjas y calle segunda, vi como una señora, no vidente, intentaba pasar de una calle a la otra con la única ayuda de su bastón. La vi por el retrovisor y el semáforo estaba en verde, con más carros atrás de mi y no pude ayudarla. Sentí que quedé en deuda con ella, porque pude haber parado el carro y ayudarla a cruzar la calle, pero no lo hice, porque estaba en el carro, porque estaba a mi ritmo, porque había tráfico y, me quedó pendiente.
No todos tenemos la posibilidad de ejercer trabajos que, directa o indirectamente, ayuden al otro. No todo el mundo tiene la posibilidad de estudiar y elegir una profesión que sirva de ayuda al resto (ni siquiera tenemos todavía total acceso a la educación). Pero no por eso estamos exentos de ayudar. Esa debería ser la primera lección que deberíamos aprender desde pequeños, en la escuela, mientras te enseñan a pintar, leer y contar números: ayudar al otro.
Si nos detenemos un instante, al menos de vez en cuando, entre nuestro ritmo agitado, la familia, las obligaciones, el trabajo, las cuentas por pagar, las actividades del fin de semana, los hijos, si nos detenemos a realizar al menos una acción, en favor de otros (aunque no conozcamos a la persona a la que vamos a ayudar), creo que empezaremos a ver cómo ayudamos a construir. Pienso que es cuestión de tomar conciencia y tomar la decisión, porque todos podemos hacerlo.
Quien sabe, a lo mejor, la próxima vez que veas un adulto mayor en la calle, un invidente o alguien que necesite tu ayuda, te detengas, le des algo de tu tiempo, tal vez seas tú quien se lleve un regalo a través de un simple y sencillo gesto, porque a través de dar también estás recibiendo.
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