“Aprendí hace mucho que la pérdida no solo es probable, sino inevitable.
Siempre hay una tremenda historia detrás de personas o lugares insospechados. La escritora Christina Baker lo sabe muy bien, cuando ha reconstruido, a retazos, una novela que sacude a cualquier lector: El tren de los huérfanos. Aquellos vagones, entre 1854 y 1929, partieron regularmente de las ciudades de la Costa Este de Estados Unidos hacia las tierras de labranza del Medio Oeste, llevando unos 200 mil niños abandonados, cuyos destinos quedarían determinados por la fortuna o el azar. “¿Serían adoptados por una familia amable y afectuosa, o se enfrentarían a una adolescencia de trabajo duro y servidumbre?”.
El libro atrapa desde la portada: una niña pelirroja, salpicada de pecas y una mirada de profundo desconcierto y dolor. Pero el prólogo convence aún más. "Creo en fantasmas. Son los que nos acechan, los que nos han dejado atrás. A lo largo de mi vida los he sentido muchas veces a mi alrededor, observando, siendo testigos cuando nadie del mundo de los vivos sabía lo que ocurría, cuando a nadie le importaba (...) Tal vez no sustituyen a los vivos, pero a mí no me dieron elección. Podía consolarme con su presencia o podía derrumbarme, lamentando lo que había perdido.
Los fantasmas me susurraron, diciéndome que continuara".
Y Vivian continuó. En la obra tiene 91 años. Los fantasmas son la familia que perdió, padres, hermanos, tías… Todo vestigio de su pasado irlandés ha quedado enterrado. Si no fuera por el Claddagh de la cadena que lleva al cuello, regalo de su abuela, no sabría ni quién es, ni siquiera su verdadero nombre. El Claddagh (poblado del mismo nombre en la costa oeste de Irlanda), es un anillo grabado con dos manos que rodean un corazón y, encima, una corona. Es la expresión del amor verdadero o la amistad eterna.
La anciana, en sus últimos años, intenta vaciar cientos de cajas en su desván. Vive en su grande y cómoda casa en Spruce Harbor, estado de Maine. Lo que no sabe es que removerá su memoria y vendrá una avalancha de eventos que la sacudirán. ¿Cómo es mirar el pasado? ¿Cómo es enfrentar de nuevo el dolor?
Hay frases que golpean. La historia de Vivian puede ser la de cualquiera de esos 200 mil niños entregados en adopción. De esos infantes que lo perdieron todo y quedaron a merced del destino. “Aprendí hace mucho que la pérdida no solo es probable, sino inevitable. Sé lo que significa perderlo todo, abandonar una vida y encontrar otra. Y ahora siento, con una certeza extraña y profunda, que debe ser lo que me ha tocado en suerte en la vida, que me enseñen esa lección una y otra vez”.
Cada ser humano es un mundo. Y la protagonista guarda unas sorpresas que conmueven: “Tumbada en la cama del hospital lo siento todo: el terrible peso de la pena, el desmigajarse de mis sueños. Sollozo sin consuelo por todo lo que he perdido: el amor de mi vida, mi familia, un futuro que me había atrevido a imaginar. Y en ese momento tomo una decisión. No puedo pasar por esto otra vez. No puedo entregarme en cuerpo y alma solo para perderlo todo. No quiero vivir nunca más la experiencia de perder a alguien al que amo con toda mi alma”.
No escribo una línea más. Vaya y busque El tren de los huérfanos. Tan bueno es el libro que se ha traducido a más de 20 idiomas y está, todavía, en la lista de los más vendidos en Estados Unidos. Esta novela histórica seduce, pero, sobre todo, motiva a la reflexión, a buscar muy dentro de nuestros orígenes y rescatar nuestra esencia.
*Esta novela la he leído, de a poco, a sorbos, en los dos últimos meses. Esta columna la dedico a dos personas, que no vienen al caso nombrarlas. La primera, quien me hizo llegar, accidentalmente, al libro… Y la segunda, porque he pensado en ella todo este tiempo. Y dejar esta obra, es también una suerte de desprendimiento. Y de liberarme, como lo hace la protagonista de El tren de los huérfanos. Porque la Literatura también es un bálsamo.
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