Desde el día uno Duque tiene una encrucijada en el alma.
Minutos después de haber asumido la presidencia de Colombia el 7 de agosto de 2018, Iván Duque recibió el primer llamado de atención de un miembro de su partido, el Centro Democrático.
En plena posesión presidencial, el entonces presidente del Senado, el congresista Ernesto Macías, dio un punzante discurso que se llevó el show y puso a Duque en una encrucijada que sigue vigente y puede marcar el futuro de su gobierno: cómo lidiar con el ala radical del movimiento derechista liderado por el expresidente Álvaro Uribe.
"Le corresponde a usted, presidente Duque, como comandante supremo de la fuerza pública, no solamente realizar los relevos en la cúpula, sino generar un cambio en la mentalidad de los nuevos comandantes para recuperar la seguridad y la tranquilidad de los colombianos", pidió Macías, entre otras cosas, en un discurso que el propio Uribe calificó como "necesario" en un video que luego se filtró.
Era una señal evidente de los cambios que esperaba el partido de gobierno en la cúpula militar que heredaba del gobierno anterior, en el que se había llevado a cabo un exitoso proceso de paz con las FARC.
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Quince meses después, cuando Duque enfrenta una inédita ola de protestas que cumple una semana y ha dejado cuatro muertos y cientos de heridos y detenidos, la encrucijada ha vuelto a mostrar sus dientes.
Mientras algunas facciones del uribismo le piden a Duque mano dura ante las protestas e incluso la renuncia, el mandatario ha lanzado una serie de conversaciones con los líderes de las mismas para resolver algunas de sus demandas.
Con 42 años de edad y escasa experiencia política, Duque llegó a la presidencia gracias al apoyo de Uribe.
Aunque algunos lo califican de centrista y conciliatorio, otros sugieren que su padrino político lo escogió precisamente por su inexperiencia, buscando que no se desmarcara como lo hizo Juan Manuel Santos, también elegido, en 2010, por el mandato de Uribe.
Proceso de paz
En el centro de las protestas y de la encrucijada del presidente está el acuerdo de paz que firmó el gobierno de Santos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 2016.
Santos llevó el primer borrador del acuerdo a un plebiscito que fue rechazado por un mínimo margen por la mayoría de los votantes, que acogieron la preocupación uribista de que el acuerdo abriera el espacio para la llegada al poder del llamado "castrochavismo".
Un segundo acuerdo, que incluyó casi todos los arreglos solicitados por Uribe, fue finalmente firmado el 24 de septiembre del 2016.
Dos años después, una de las principales demandas de las protestas es que Duque -elegido con el mandato uribista de no dar concesiones al "castrochavismo"- implemente a cabalidad el acuerdo de paz con las FARC. Es una de los temas sobre las mesas de diálogo lanzadas por el presidente.
Pero el gobierno defiende su política de "implementación con legalidad", frase que hace eco a la inquietud uribista por la supuesta impunidad que permite el acuerdo.
En la práctica, Duque ha promovido los programas establecidos en el acuerdo de producción agropecuaria para exguerrilleros, pero los aspectos más complejos, como la participación política de excombatientes, están pendientes.
Se suma el asesinato de decenas de exguerrilleros que regresaron a la vida civil, así como de líderes sociales e indígenas cuya situación no cambió con el acuerdo.
"Implementar los acuerdos no solo es llevar a los guerrilleros al Senado o darles incentivos productivos, sino que hay que acompañarlos a ellos, y a las nuevas generaciones, con reformas inclusivas en temas de tierras, sociales y culturales", asegura María Jimena Duzán, politóloga y escritora de un libro sobre la paz.
La paz en Colombia -estima la analista- va más allá de una cuestión de seguridad: implica "acatar el mandato de la Constitución de 1991", pionera en América Latina por su contenido político-cultural, "y es que eso es lo que piden las protestas".
Las demandas de los colombianos en las calles, entonces, son diametralmente opuestas a las del electorado y los compañeros de partido de Duque.
¿Cómo resolver la encrucijada?
Un influyente uribista, el exministro del Interior Fernando Londoño, pidió en su programa radial esta semana que "el presidente gobierne y que, si no quiere gobernar, que renuncie".
El también miembro del Centro Democrático -famoso por haber pedido que el uribismo hiciera "trizas" el acuerdo de paz- añadió que "si (Duque) se quiere dedicar a conversar, que pida una licencia mientras alguien gobierna", en referencia a los diálogos que entabló con sectores sociales.
Duque se refirió a esta suerte de pedido de mano dura con en una entrevista radial: "No me ponga a contestarle a ciertos personajes que se alimentan de su propio odio. Aquí estamos gobernando con el plan que ganamos la primera y segunda vuelta de la presidencia y el cual logró consolidar un plan de desarrollo".
En el fondo de la "caricaturización de Fernando", según el columnista y precandidato presidencial del uribismo Rafael Nieto, está "un llamado de atención para que cumpla su mandato y no se deje encerrar en un ejercicio de diálogo con sectores que son representativos pero no son el país".
El político añade: "Todos los gobiernos, y sobre todo un gobierno impopular como este, tienen que tener el oído afinado para captar lo que sectores de la ciudadanía le están solicitando, pero quienes van al paro no son ni el pueblo ni los ciudadanos ni la gente, sino un sector, que tiene legitimidad, pero no es el más representativo".
"Si el gobierno", concluye Nieto, "traslada el sistema de decisión política del Congreso a estos diálogos directos y abandona la agenda con la que fue elegido para recoger lo que le pide la calle, estaríamos ante un ejercicio antidemocrático".
Duzán, que se declara antiuribista y defensora del proceso de paz, añade: "Duque está en el peor de los mundos porque está detestado por todos; por una generación que siente que no lo escucha y por su propio partido, que lo quiere de soldado abyecto y ya le está pidiendo lo que ni siquiera los líderes del paro le piden, la renuncia".
"Estamos ante un vacío de poder que no sabemos cómo puede terminar, pero yo no creo que Duque, que no fue elegido por sus propios méritos sino porque lo puso Uribe, vaya a ser capaz de definirse", concluye la analista.
Cuando Uribe, en 2009, se planteó una segunda reelección -que al final fue impedida por la Corte Constitucional- dijo tener una "encrucijada en el alma".
Hoy Duque tiene la suya. Lo que haga al respecto, al parecer, definirá su gobierno.
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