Hace dos años y medio un tsunami arrasó con la costa nordeste de Japón y afectó la planta nuclear.
Estrés, ansiedad y miedo. A esto se enfrenta la población de la región nipona de Fukushima por la incertidumbre ante la radiación, más de dos años y medio después de que un tsunami arrasara la costa nordeste de Japón y causara el mayor accidente nuclear de las tres últimas décadas.
"Desde que se produjera el accidente, 57.000 personas han abandonado Fukushima, mientras que las que se han quedado tienen que vivir con la duda de si su decisión fue la mejor o de si viven o no en un lugar seguro, lo que les produce estrés", explicó Tsuyoshi Akiyama, director del departamento de Psiquiatría del Hospital Kanto, en Tokio.
Akiyama participó esta semana en Viena en el Congreso Internacional de la Asociación Mundial de Psiquiatría, en el que ofreció una ponencia sobre Fukushima.
Más allá de los fenómenos relacionados con la contaminación radiactiva derivada del accidente, el Gobierno japonés tiene que lidiar con un problema de salud pública también difícil de detectar: el incremento de trastornos de salud mental.
"Con el fin de olvidar la ansiedad, mucha gente bebe. Las tasas de alcoholismo han aumentado radicalmente, y los que no beben, caen en la depresión", agregó Akiyama.
Según el experto, estos problemas vienen de la "angustia" y el "miedo" que siente la gente, lo que ha llevado a la "construcción de un estigma" que está marcando las vidas de los que se quedaron.
La incertidumbre sobre el riesgo que existe para los habitantes de Fukushima, el "peligro invisible" propio de un accidente nuclear o la separación de los miembros de numerosas familias han abocado a muchas personas a la depresión y la ansiedad.
"Mucha gente vive episodios de estrés por el miedo a contaminar a otros, a comer alimentos de Fukushima, por los rumores de que nadie podrá sobrevivir o las alertas para que las mujeres de allí no tengan hijos", dijo el psiquiatra.
"Este estigma, al final, acaba dañando la salud", subrayó.
Junto a otros expertos, Akiyama participa en el "Proyecto Fukushima", un grupo de investigación financiado por el Gobierno nipón para estudiar la salud mental de los ciudadanos de la región y buscar soluciones que "acaben con el estigma".
Diversos estudios afirman que, tras un desastre natural, que la salud mental de las víctimas mejore con el tiempo o se agrave depende del grado de respuesta y de ayuda recibida para recuperarse de los daños.
En Fukushima, la situación actual no parece distar mucho de la que describieron 1.495 trabajadores de la planta nuclear en un estudio realizado entre mayo y junio de 2011 por la Academia Militar de Medicina de Japón.
En aquel momento, el 46,6 % de los trabajadores de la planta nuclear accidentada presentaron síntomas de estrés psicológico debido a la evacuación de sus viviendas, por haber estado a punto de morir, por la visión de las explosiones de hidrógeno, la pérdida de bienes por el tsunami y la muerte de familiares o compañeros de trabajo.
Algo similar ocurrió después del accidente nuclear de Chernóbil en 1986 en Ucrania, cuando aumentaron un 20 % las muertes ligadas a la salud mental durante el año posterior al desastre, según una investigación de la psiquiatra Evelyn J. Bromet, de la Universidad de Stony Brook (Nueva York, EEUU).
En aquel informe, Bromet explicaba que se duplicó el número de casos de estrés postraumático tras el desastre entre el personal de limpieza y los adultos que vivían en áreas contaminadas, a causa de la exposición a la radiación.
Sobre Chernóbil, la Organización Mundial de la Salud llegó a advertir de que "el impacto psicológico podría superar a las consecuencias radiactivas directas del accidente en términos de riesgo para la salud".
"Aunque el aumento de la ansiedad, el consumo de alcohol y la depresión sean fenómenos compartidos con Chernóbil, la situación no es la misma" en Fukushima, defendió Akiyama.
"Chernóbil ocurrió durante la era soviética, el accidente era un tabú y no se dejaba que la gente hablara del tema, mientras que en Japón sabemos lo que ha pasado y estimulamos a la gente a que hable de ello y tome conciencia", señaló.
"Llevamos a cabo terapias con lecturas de textos, talleres de teatro para estimular los sentimientos de los participantes", precisó.
"Buscamos establecer una metodología razonable para ayudar a los residentes a vivir con esa ansiedad, que va a existir de todas maneras, para que puedan llevar una vida saludable y que los miembros de la comunidad se ayuden entre sí", destacó.
Con todo, el especialista aseguró que hasta dentro de cinco o diez años los problemas mentales de la sociedad no desaparecerán.
Hasta ese momento "no se tendrán datos fiables sobre si ha habido una incidencia mayor del cáncer o no en la población, por lo que el miedo seguirá hasta entonces", concluyó.
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