Con un tono humorístico, Boris Johnson dejó el cargo de Primer Ministro.
El tiempo de Boris Johnson como primer ministro británico se caracterizó por momentos de drama y escándalo. Pero el martes, el mandatario se despidió con un aire casual, expresando: “Pues bien, eso es todo, amigos”.
El último discurso de Johnson como primer ministro a la puerta del 10 Downing Street, pronunciado antes de ir con la reina Isabel II a ofrecerle su renuncia, fue típico de Johnson: un poco de humor, un poco de erudición clásica y otro poco de declaraciones cuestionables. Y dejó a muchos preguntándose si realmente es el final de la carrera política de alguien que ha sabido zafarse de aprietos.
“Fue un discurso típico de Boris”, consideró Hannah White, directora del centro de investigaciones Institute for Government. “Se centró en gran parte en sí mismo y en sus logros. Pero creo que es evidente que se está lamiendo las heridas. Sabe que si se va ahora, seguirá siendo una figura influyente. Y creo que esperará hasta la próxima oportunidad”.
Para los seguidores de Johnson, el discurso fue un momento para lamentar la partida del primer ministro más entretenido que ha tenido Gran Bretaña en su historia moderna, y quizás para albergar esperanzas de un eventual retorno al poder. Para los críticos, es un recordatorio de por qué colapsó su gobierno, en medio de escándalos y sin poder lograr las metas políticas de Johnson.
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Por supuesto Johnson no mencionó nada de eso en su discurso. Más bien, afirmó haber tenido grandes logros bajo su gobierno, como la salida británica de la Unión Europea, la campaña de vacunación contra el Covid-19 más rápida de Europa y el envío de armas a Ucrania para ayudarla a defenderse de los invasores rusos.
Pero algunos de esos logros, en el mejor de los casos, son cuestionables. Johnson afirma que “logramos el Brexit”, pero las consecuencias del aparatoso y amargo divorcio con la Unión Europea perdurarán en ambos bandos durante décadas. Y si bien es verdad que la campaña de vacunación fue eficaz en Gran Bretaña, también es verdad que el país tuvo una de las más altas tasas de mortalidad por Covid-19 de toda Europa.
Tal como lo hizo en su primer discurso como primer ministro hace tres años, Johnson retrató una Gran Bretaña ultramoderna, de desarrollo tecnológico y energía eólica. Pero como ha ocurrido en otros de sus pronunciamientos, eso es parte realidad y parte anhelo.
Algunos de los logros que aseguró haber alcanzado en realidad están solo en etapa preliminar, como la construcción de tres líneas ferroviarias y “un nuevo reactor nuclear cada año”. Otros, como la reforma de las prestaciones sociales, quedan como espinosos problemas para su sucesora, la nueva primera ministra Liz Truss.
Y en medio de toda la retórica triunfalista, persistía un sabor amargo. Durante toda su carrera, Johnson ha restado importancia a los escándalos provocados por su conducta o sus declaraciones, pero al final fue destituido por un escándalo que excedió la tolerancia del público: revelaciones de que se le dio un empleo en el gobierno a un legislador acusado de abuso sexual, lo que causó renuncias masivas en su gabinete.
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