15 sep 2013 , 03:43

Los empleados de Rolls Royce que desafiaron a Pinochet

   

Un extrabajador de la compañía narra la desaparición de motores que se usarían en el golpe de estado

Bob Fulton tiene 90 años y contesta la llamada de BBC Mundo con la ayuda de su yerno. Es la primera vez que se contacta con Chile, el país por el que cuatro décadas atrás arriesgó su puesto en la planta de Rolls Royce, en la pequeña ciudad escocesa de East Kilbride. 

 

Fulton se enteró en la iglesia y por su sindicato del golpe militar chileno. Sabía que los Hawker Hunter, cazabombarderos británicos que Chile adquirió en 1967, habían sido utilizados en el bombardeo a La Moneda en 1973.

 

Con esos datos, y argumentando motivos morales y religiosos, cuando Fulton vio sobre su mesa el motor de uno de los Hawker Hunter chilenos que llegaba a mantenimiento, abandonó su puesto de trabajo. "Cuando vi el motor pensé dos cosas: una fue que en Chile habían pasado cosas terribles; y, la otra, que trabajadores como yo, seres humanos como yo, estaban siendo exterminados, si esa es la palabra. Eso me impulsó".

 

Fulton informó al sindicato. Dos trabajadores, Robert Somerville y John Keenan, junto con él, buscaron los demás motores. El sindicato decidió emular el ejemplo de Fulton y comenzó una compleja negociación con la compañía.

 

Desde Escocia, Somerville recuerda que Rolls Royce reaccionó en shock. "Todo empezó cuando Fulton se negó a trabajar en los motores y nosotros lo apoyamos. El suyo era un acto moral y el nuestro, político", cuenta Somerville a BBC Mundo.

 

"Para la Rolls Royce era complejo, pero la empresa calculó que no podía desafiar nuestra decisión, porque eran proveedores de la Fuerza Aérea Británica y no podían arriesgarse a un paro. Así que acordamos que los motores chilenos quedarían a un lado y se continuaría con los demás trabajos", agregó el empleado.

 

Ellos contaron ocho motores en la planta. Cuatro se fueron a Chile en 1975, Rolls Royce los alcanzó a sacar de forma oficial. Pero otros cuatro se quedaron ahí.

 

Según Robert Somerville, los trabajadores recibieron el apoyo de los demás sindicatos y algunos políticos locales, pero a medida que el tiempo empezó a pasar, la presión por resolver el destino de los motores aumentó. "Entonces decidimos ensamblarlos y dejarlos en un patio, para que todos pudieran verlos y nosotros supiéramos dónde estaban", cuenta el dirigente.

 

Tres años más tarde, el caso llegó a la justicia británica, que determinó que los motores tenían que ser devueltos a sus dueños, la aviación chilena. "Nos negamos. Pero pasaron varios meses y un fin de semana, a fines de agosto, después de un partido de fútbol, los motores desaparecieron. Por gente de seguridad supimos que los habían sacado muy temprano. Nunca supimos que pasó con ellos", dice Somerville.

Pero ¿qué pasó con los motores después de 1975? La historia no es clara y los recuerdos de los trabajadores no coinciden, pero el documentalista belga-chileno Felipe Bustos intenta reconstruirla en un documental recién estrenado en Escocia, "Nae pasaran".

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