Para los familiares, el dolor de no saber qué pasó a sus seres queridos es intolerable.
Lucy Rogers y Faisal Irshaid
BBC
Miles de sirios han desaparecido sin dejar rastro desde que comenzó la rebelión en el país en marzo de 2011.
Los detenidos permanecen incomunicados en locaciones secretas controladas por el gobierno o grupos militantes, donde frecuentemente viven en condiciones inhumanas.
Algunos son torturados, otros mueren. Para los familiares que quedan atrás, el dolor de no saber qué pasó a sus seres queridos es intolerable.
Las recientes decapitaciones de rehenes occidentales por militantes del grupo extremista autodenominado Estado Islámico (EI) en Siria han provocado horror e indignación en todo el mundo.
Este domingo el presidente Barack Obama expresó su rechazo más absoluto ante la muerte del estadounidense Peter Kassig -su nombre antes de convertirse al islam- a manos de EI.
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Aún así, son muchos más los sirios que sufren a manos de secuestradores pertenecientes a violentos grupos rebeldes o fuerzas de seguridad gubernamentales. Sus captores suelen negar su existencia.
Según grupos defensores de los derechos humanos, miles de hombres y mujeres, así como algunos niños, han sido raptados de calles, casas y centros de trabajo, antes de ser llevados a instalaciones de detención oficiales o secretas.
Allí pueden languidecer durante años sin amparo legal ni contacto con sus familias.
Tales desapariciones forzosas y detenciones arbitrarias han sido típicas de la rebelión siria desde el principio, dice Lama Fakih, investigadora de Human Rights Watch (HRW) para Siria y Líbano.
Pero mientras los objetivos principales iniciales eran los manifestantes, Fakih explica, con el tiempo también se convirtieron en víctimas activistas de derechos humanos, periodistas y abogados: observadores legítimos de la actividad gubernamental.
Muchos simplemente desaparecieron, dejando a sus familias sin saber dónde están, agrega.
"Infieles, enemigos de Dios"
Es exactamente lo que le pasó a la escritora y activista de derechos humanos Samira al Khalil, de 53 años.
Su esposo, Yassin al Hajj Saleh, describe cómo fue raptada junto a tres de sus colegas -la abogada Razan Zeitouneh, su esposo Wa'el Hamadeh y el abogado Nathim Hamadi- el 9 de diciembre de 2013.
Un grupo de hombres enmascarados y armados irrumpió en la oficina de Samira en las afuerzas de Damasco, relata Yassin, y se llevaron a los cuatro con sus computadoras.
Uno de los rehenes estaba hablando por Skype con su hermano, quien alcanzó a escuchar a los secuestradores gritar "infieles" y "enemigos de Dios" a sus víctimas.
Al Hajj, también activista y escritor, quedó "en conmoción total" al enterarse por llamadas de sus amigos. "No hice nada, no podía", recuerda.
Los secuestradores, cree, eran miembros del grupo militante islamista Jaysh al Islam, que entonces controlaba partes de Damasco. Objetaban los planes de Razan de establecer una organización judicial en el este de la capital.
Pero, arguye, esos arrestos arbitrarios y detenciones prolongadas sin juicio no son nuevas en su país.
"Representa una larga lucha que no empezó hoy ni al inicio de la rebelión siria, sino mucho antes, como parte de nuestra lucha con el propio régimen sirio".
Al Hajj, de 53 años, habla por experiencia. Tenía 19 años cuando lo arrestaron por pertenecer a una organización opositora comunista. Estuvo cautivo 16 años.
Trasladado de un lugar a otro, el peor año en prisión fue el último.
"Fui constantemente torturado", cuenta. "A veces me torturaban haciéndome pasar hambre. Imagínese desayunar con cuatro aceitunas durante meses. Muy doloroso".
Por eso, teme por la salud y bienestar de su esposa y sus colegas.
"No sabemos si tienen suficiente comida, ropa, si ven la luz del sol o caminan", lamenta Al Hajj. "Son cosas que yo mismo experimenté, como cientos de mis amigos".
La magnitud de las desapariciones
La Red Siria de Derechos Humanos calcula que hasta 85.000 personas están retenidas de forma arbitraria por el régimen.
El Centro de Documentación de Violaciones de Siria (VDC), que ha estado registrando violaciones de derechos humanos en Siria desde abril de 2011, también cree que la cifra alcanza las "docenas de miles".
El VDC también tiene registros de más de 1.200 personas secuestradas por grupos armados, sobre todo por Estado Islámico. Otras 2.600 personas están desaparecidas, dice.
Sin embargo, la oficina de derechos humanos de la ONU cree que la verdadera magnitud de las desapariciones solo se podrá comprender cuando termine el conflicto.
Los testimonios de los supervivientes de las detenciones arbitrarias o las desapariciones forzadas revelan que las víctimas son retenidas en situaciones desesperadas con escasa o nula representación legal.
Human Rights Watch (HRW) ha documentado torturas sistemáticas en 27 instalaciones del gobierno en las regiones de Aleppo, Damasco, Daraa, Homs, Idlib y Latakia.
Los detenidos describen a HRW celdas abarrotadas en las que los presos tiene que permanecer de pie o tomar turnos para dormir.
Muchos dicen que les faltaron alimentos, mientras que otros recuerdan que les vendaron los ojos, los esposaron o los desnudaron.
También describen palizas prolongadas, violaciones, electrocutaciones, falsas ejecuciones, quemaduras y otras agresiones. Algunos de los presos mueren a causa de estas torturas.
El gobierno no es el único responsable de esos abusos.
Amnistía Internacional ha documentado casos de tortura, flagelaciones y ejecuciones sumarias en las prisiones secretas de Estado Islámico.
"Confusión y caos"
Para las familias que intentan encontrar a sus seres queridos retenidos por grupos de la oposición armada, como Estado Islámico, la búsqueda es muy dura porque no hay canales oficiales que se puedan explorar.
Los familiares del fotógrafo Mohammed Nour, de 22 años, que desapareció después de un atentado con auto bomba en Raqqa, en el norte de Siria, en agosto de 2013, se enfrentan a una angustiante lucha para descubrir si está vivo o muerto.
Cuando encontraron una cámara carbonizada y derretida cerca de los restos de la explosión, se imaginaron lo peor.
El hermano mayor, Amer Matar, recibió incluso una llamada de un amigo que le informaba de la muerte de Mohammed.
"Estaba en shock total", recuerda Matar, de 28 años. "Revisé mi computadora y la noticia estaba por todos lados en internet".
La familia corrió hacia el lugar del atentado para confirmarlo.
"Busqué pero no pude encontrar sus restos o su cadáver", dice Matar.
"Fuimos a los hospitales, preguntamos a la gente, incluso a combatientes de Estado Islámico, pero no encontramos nada", añade.
"La búsqueda era como un laberinto. Mucha gente nos dio información falsa o inexacta y esto provocó mucha confusión. Fueron momentos difíciles".
Pero la familia comenzó a escuchar que Mohammed, en realidad, no estaba muerto, sino que estaba prisionero en una cárcel de Estado Islámico en Raqqa.
"Lamentablemente, así es como los familiares de los detenidos en Siria se enteran de dónde están sus familiares", dice Amer. "No puedes sobornar a EI para conseguir información. Ni siquiera reconocen que tengan a gente en sus cárceles".
Matar, que también fue detenido dos veces por fuerzas del gobierno en 2011, ha sabido desde entonces que su hermano fue secuestrado mientras grababa una operación de Estado Islámico para poner una bomba en un auto en Raqqa.
Sin apoyo del gobierno ni dinero para apoyar la liberación de Mohammed, la familia se siente impotente.
"Tenemos las manos atadas, no podemos hacer nada", dice Matar. "Ni siquiera sabemos donde retienen a todos los sirios que tienen prisioneros".
'No renunciar nunca'
Desde la captura de su mujer, Yassin al-Hajj Saleh ha hecho campaña con grupos que defienden los derechos humanos para la liberación de todos los encarcelados en Siria.
Describe cómo está conectado con todas las "madres, los padres, esposas, maridos y hermanos" que intentan saber qué ha pasado con sus seres queridos.
"Las madres dicen que sienten dolor cada vez que hablan sobre sus hijos que están detenidos o secuestrados. Cuando comen, dan un paseo o hacen sus tareas diarias", dice.
"Yo siento exactamente lo mismo. Pienso en Samira en cada momento, en cada segundo de cada día", añade.
Y él y sus compañeros de lucha harán "todo" lo que esté en sus manos para asegurarse de que los responsables pagarán un día por sus crímenes.
"Lucharé por eso hasta que muera", dice.
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