Aunque no lo crea esta disciplina no vino de la demanda de personas deseosas de cambiar su estética.
En la actualidad estamos tan familiarizados con la cirugía plástica, que sólo la relacionamos con la aspiración a la perfección física y creemos que es un adelanto quirúrgico propio de nuestros días.
Pero, al contrario de lo que se podría pensar, el gran impulso para esta disciplina no provino de la demanda de personas deseosas de aumentar o mejorar sus atributos.
Mucho antes que eso, la Primera Guerra Mundial, de la que este 2014 se cumplen 100 años, con su millonaria cifra de heridos, catapultó las necesidades de cirugía para arreglar todo tipo de graves heridas, sobre todo faciales: desde narices destrozadas a labios alterados, mandíbulas descoyuntadas o cráneos hundidos.
Pero ni siquiera proviene de entonces. Con anterioridad se conocen ya intervenciones estéticas que tuvieron lugar en la Antigüedad, como la reparación de una hendidura en el labio superior (el conocido como labio leporino) por parte del famoso médico romano Galeno. Él y sus colegas contemporáneos practicantes de la medicina eran incluso capaces de “reparar” orejas heridas.
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