Afganistán: la retirada de Estados Unidos, ¿la peor decisión de Biden en política exterior?
¿Qué podría salir mal de la decisión de Joe Biden de retirar las tropas de combate estadounidenses de Afganistán justo el 11 de septiembre de 2021, exactamente 20 años después del ataque a las Torres Gemelas?
En los Estados Unidos de hoy en día, a menudo se tiene la sensación de que todos los caminos conducen al 11 de septiembre, el acontecimiento más determinante -y doloroso- desde Pearl Harbor, el sorpresivo ataque de los japoneses en el Pacífico, que acabaría llevando a Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial.
Y así fue como el 11 de septiembre condujo a la guerra más larga que haya protagonizado este país en la historia. El ataque a las Torres Gemelas, el avión que se estrelló contra el Pentágono y el que se estrelló en un campo de Pennsylvania desataron el nacionalismo estadounidense.
Los jóvenes -de hecho, personas de todas las edades- acudían a las unidades de reclutamiento para alistarse. Estados Unidos había sido atacado; estos patriotas querían luchar para defender el país, la "tierra de la libertad", y vengarse de quienes quisieron hacer daño a Estados Unidos.
Y no hay que confundir esto con una especie de patrioterismo irracional. No era eso. Conocí a muchas personas -no sólo estadounidenses-, que si bien eran de tendencia liberal y no eran grandes admiradores de todo lo que hacía Estados Unidos, tenían la sensación visceral de que éste era un momento para apoyar al equipo.
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¿Estabas del lado del Estado de derecho, de las elecciones libres y justas, del debido proceso, de la igualdad de género, de la educación universal? ¿O estabas del lado de los que estrellaban aviones contra edificios, o apedreaban a la gente hasta la muerte, o arrojaban a los homosexuales desde los edificios, o negaban la escolarización de las niñas?
Si esto parece una simplificación excesiva, tal vez lo sea, pero cuando ocurrió el 11 de septiembre, así es como muchos lo veían.
De cruzada nacional a "guerras interminables"
Pero en 2016 las guerras exacerbadas por el nacionalismo ya habían perdido su fuerza.
Y fueron uno de los factores que llevaron a la elección de Donald Trump: el cansancio de las "guerras interminables", que era como el candidato Trump se referiría a los atolladeros en que se convirtieron los conflictos de Afganistán e Irak para ese momento.
Los estadounidenses querían, comprensiblemente, levantar el puente levadizo: traer las tropas a casa, dejar que la gente de esos países resolviera sus propios problemas y renunciar finalmente a la idea de que el modelo estadounidense de democracia liberal era un producto exportable que podía imponerse. La cruzada liberal intervencionista había terminado.
Trump, de haber ganado en noviembre pasado, habría retirado las tropas estadounidenses probablemente más rápido. Joe Biden espera cumplir la promesa de Trump de retirarse.
Pero en términos políticos lo más pragmático habría sido seguir firmando cheques para pagar la permanencia de los militares estadounidenses en Afganistán durante un año más. Y luego otro. Y quizá otro después.
La presión política para retirarse no era abrumadora. Los altos mandos de la Defensa, el establishment de la política exterior y los aliados de Estados Unidos en el extranjero pensaban que cualquier cosa que no fuera el statu quo en Afganistán sería una imprudencia.
Pero una pregunta carcomía la mente del nuevo presidente Biden, y era la que planteaba Hillel el Viejo en los tiempos bíblicos: "Si no es ahora, ¿cuándo?"
Biden -que en 2009 aconsejó al presidente Barack Obama de no enviar más tropas, y no le hizo caso- se decidió por el ahora. Y retirará las tropas de Afganistán. Y esa bien podría ser la decisión más trascendente de su presidencia.
20 años… ¿perdidos?
Cuando ocurrió el ataque a las Torres Gemelas, yo era corresponsal de la BBC en París, y estaba en el norte de Francia camino a un centro de refugiados que iban camino a Reino Unido. Estaba conduciendo hacia Calais cuando recibí la llamada de un colega diciéndome que parara en la estación de servicio más cercana para ver la televisión, y enterarme de lo que estaba ocurriendo.
No sabíamos qué pasaría después, ni dónde acabaríamos. Un año después del optimismo del nuevo milenio había un nuevo relato y no era precisamente feliz: la guerra contra el terrorismo, un choque de civilizaciones. Llámelo como quiera.
Merece la pena recordar por qué Estados Unidos, el Reino Unido y otros países entraron en Afganistán. Los talibanes se habían convertido, en efecto, en una escuela para los islamistas que querían librar la Yihad contra Occidente.
Los aspirantes a Al Qaeda iban al país a entrenarse para la guerra santa. Los terroristas del 11 de septiembre habían perfeccionado sus habilidades y tramado su plan allí. La eliminación de los talibanes y la lucha contra Al Qaeda se convirtieron en elementos críticos para la seguridad mundial.
A las pocas semanas del 11 de septiembre, yo estaba en el norte de Afganistán. Nos desplazábamos con las tropas de la Alianza del Norte, apoyadas por Estados Unidos y el Reino Unido, mientras la coalición internacional expulsaba a los talibanes del poder.
El primer día lo pasamos viajando desde Khoja Bahauddin, entonces cuartel general de la Alianza del Norte, por una carretera en la que los talibanes habían matado a varios periodistas en una emboscada dos días antes.
Después de una noche terminamos en un pueblo llamado Taleqan. El orden talibán había caído la noche anterior a nuestra llegada. Una de las fotos emblemáticas fue la de un aula de una escuela de niñas que se había convertido en un depósito de armas para los cohetes talibanes, que en su precipitada retirada dejaron atrás.
El último bastión de los talibanes en ese momento fue Kunduz, un corredor de comunicación vital entre las ciudades de Kabul y Mazar-i-Sharif, y la frontera con Uzbekistán, al norte.
Ahora, tanto Taleqan como Kunduz han vuelto a estar bajo el control de los talibanes, y un tercio de las capitales regionales del país están bajo su control.
Y esto plantea un dilema muy incómodo para Joe Biden y su política de "si no es ahora, ¿entonces cuándo?".
Veinte años después y tantas vidas perdidas, y tantos miles de millones de dólares gastados, ¿para qué ha servido? ¿Qué se ha conseguido? ¿Qué se les dice a las familias de todos esos militares asesinados por los talibanes que ahora Estados Unidos se rinde?
¿Qué va a impedir que los grupos extremistas vuelvan a establecer sus campos de entrenamiento de la yihad? En la audiencia del Consejo de Seguridad de la ONU del pasado viernes se informó que hasta 20 grupos diferentes de extremistas, en los que participan miles de combatientes extranjeros, ya están luchando con las fuerzas talibanes.
¿Una segunda guerra en Afganistán?
Estoy seguro de que, mientras escribo esto, más familias de civiles afganos estarán empacando sus posesiones temerosas de lo que significará el control talibán, quizás dirigiéndose al norte de Francia y luego al Reino Unido. ¿Volverán las escuelas de niñas a convertirse en depósitos de armas?
Las cicatrices del 11 de septiembre son evidentes en todas partes: miles de militares han regresado con prótesis y mentes perturbadas. Las tasas de suicidio han aumentado. Las familias han perdido a sus seres queridos. En las calles de Estados Unidos hay hombres con vasos rojos de plástico para pedir limosna, muchos de ellos con carteles que dicen que son veteranos de Irak y Afganistán.
El deseo de volver a casa y aislarse de un mundo problemático es totalmente comprensible. No en vano el eslogan "America First" tuvo tanta resonancia.
Hay también una diferencia entre imponer tu voluntad como la policía del mundo, y ser un guardián de paz. Miles de tropas estadounidenses siguen estacionadas en Corea del Sur, a pesar de que la guerra de Corea fue hace 70 años. Los presidentes estadounidenses parecen haber aprendido que una paz tensa es mejor que una guerra caliente o una región desestabilizada.
Joe Biden esperaba que su decisión diera lugar a titulares como "La guerra de Afganistán ha terminado" o "La guerra más larga de Estados Unidos ha terminado".
¿Qué podría salir mal? Tras 20 años, y con el restablecimiento del control por parte de los talibanes, ¿podrán los historiadores decir en el futuro que el vigésimo aniversario del ataque a las Torres Gemelas marcó el inicio de una segunda guerra en Afganistán?
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