26 nov 2023 , 08:00

"Somos voces en el desierto": mujeres que rescatan los sueños de la niñez en sectores de violencia en Guayaquil

Desde Isla Trinitaria, Bastión Popular y Socio Vivienda, mujeres lideran proyecto sociales para rescatar la infancia de la violencia en los territorios. Estas son sus historias.

Son como un terreno fértil en medio del desierto. Los espacios liderados por Patricia Toro desde Isla Trinitaria, Rocío Valdez en Guasmo Sur y Juliana Valencia en Socio Vivienda 2, buscan rescatar la infancia en contextos de violencia.

Estas mujeres construyen comunidades en lugares a los que las autoridades a menudo no llegan: "La recomendación es no ir”, dicen a la prensa. Estos sitios no solo llevan consigo el peso del estigma, sino que también enfrentan los efectos tangibles de la violencia por el abandono estatal.

En medio de ese entorno, Patricia desafía los obstáculos enseñando arte a jóvenes y niños con discapacidad. Por su parte, Rocío acompaña, junto a otros maestros, a 120 niños, mostrándoles día a día que tienen otra opción. Mientras que Juliana lucha por crear una asociación, en el lugar que ha sido intervenido en múltiples ocasiones por policías y militares, donde, dice, la calma aparentemente, ha comenzado a regresar.

Así transforman y reconstruyen sueños de la niñez porque, como ellas mismas dicen, ellos son el hoy, no el mañana. Estas son sus historias de resistencia.

"Raíces Negras", un oasis en el Guasmo para acompañar a niños y jóvenes

En la cooperativa Proletario sin Tierra, ubicada en Guasmo Sur, se encuentra el centro Raíces Negras, fundado hace 30 años, un espacio cultural convertido en un oasis para la juventud del sector. Rocío Valdez, quien es religiosa Esclava del Sagrado Corazon de Jesús, lidera este centro, y con una gran sonrisa habla de la labor que realizan: ”Nace de la necesidad prioritaria de acompañar los procesos de los niños en el sector; inserción en espacios o lugares pobres”.

Aquí, la rutina gira en mantener a los jóvenes ocupados, por la mañana ingresan los que asisten a la escuela nocturna, y en la tarde llegan los que van a clases temprano. Los chicos realizan actividades como bailes, manualidades, contención, pero también reciben ayuda psicológica y acompañamiento en tareas escolares. “Ellos añoran este espacio porque no hay otro igual, al menos, en el sur del Guasmo, esta es la casa de los niños, muchos han crecido aquí”, dice Valdez.

Reconoce que en los últimos dos años, desde que la violencia se ha intensificado en las calles, la labor que realizan enfrenta nuevos desafíos. “Nuestros sectores son fronterizos porque está la población más vulnerable y por tener esa pobreza extrema, los niños pueden tender a esa realidad de violencia o de grupos”, reconoce, pero agrega que es justamente el fin de este centro, mostrarles que hay otra opción para su futuro: “Hemos salvado a muchos chicos que optan por esto, por la vida, les ayudamos a que ellos escojan mejor entre la vida o la muerte, muchos escogen por la vida”.

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Y, un testimonio de esa apuesta es Abel Mideros, quien a los 17 años llegó a este centro buscando ayuda. "Este lugar es mi hogar, mi familia. Cuando estaba en la calle, me sentía desolado; a veces, nadie te quiere, y había mucho racismo", recuerda. Hoy, a sus 32 años, es profesor de danza en el mismo centro que, hace 15 años, le enseñó que existía otra posibilidad. "En este lugar encontré refugio y paz".

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“Hemos ayudado a nuestro jóvenes sobre todo a que sueñen, nuestro eslogan es creando o reconstruyendo sueños para que muchos de ellos sean promotores de cambio”

Una profesora de la Asociación Hilarte acompaña a una estudiante en una actividad.
Una profesora de la Asociación Hilarte acompaña a una estudiante en una actividad. ( )

El arte y la educación como armas de resistencia

En 1994 un grupo de actores en Guayaquil, entre ellos, Patricia Toro tenían que desarrollar un proyecto con niños en situación de riesgo para obtener una especialización educativa. Pero, no quedó allí, luego de varias transformaciones, hoy la Escuela Hilando Arte, también conocida como 'Hilarte’, se enfoca en promover el derecho a la educación y ser un espacio de contención.

Actualmente acompañan a 129 niños de los cuales 39 tienen necesidades especiales en los centros ubicados en el Suburbio oeste y en Isla Trinitaria. Toro, enfatiza la importancia de que en los barrios existan pequeños santuarios de arte, de deporte, de cultura, sobre todo, en este tiempo, que los desafíos son mayores: "Ahora hay muchos más fracasos; uno detecta cuando un niño está tan enojado con la vida y tienen una rabia interna; sabemos que tenemos más desafíos”.

Su obra muestra que es posible salvar a niños en contextos de violencia, pero siempre de la mano de un soporte familiar, “si al menos hay alguien que le importe es posible, pero si no hay nadie a quien ese niño puede sostenerse, es muy difícil”.

Al contrario de lo que se puede pensar, Toro señala que en estos sectores no se ha apagado a la comunidad, aunque, ahora es más solitario, "no puedo decir que no existe violencia, eso sería tonto, de mi parte, negarlo, pero sí hay una vida cotidiana donde la gente trabaja, venden comida, juegan bingo, es difícil ahora por situaciones de balas perdidas, pero hay una vida comunitaria”.

Toro resalta que la lucha que realmente desgasta es poder mantener económicamente estos espacios, “a veces conseguirlo y que lleguen a tiempo son las peleas mucho más difíciles que la pelea cotidiana”.

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“Necesitamos comunidades fuertes para que la niñez crezca fortalecida es una forma de hacer país"

"Si nosotros no trabajamos por nuestro sector: ¿Quién lo va a hacer?"

El día está nublado, hay personas conversando en las veredas, mientras que varios niños y niñas juegan en una larga cancha sintética de futbol, parecería imposible que lo descrito sea en Socio Vivienda 2, en el noroeste de Guayaquil, considerado como uno de las zonas más peligrosas de la ciudad. En septiembre de 2022, cientos de militares y miembros de la Policía lo intervinieron, tras las constantes balaceras por la disputa de dos bandas por el territorio.

Pero, la calma aparentemente ha comenzado a llegar. Aquí, hace una década vive Juliana Valencia, presidenta de la Asociación Chapil, el nombre es un tributo al fruto de su tierra, Esmeraldas. Ya son seis años, desde que comenzó un semillero para acompañar a la infancia, hoy acoge a 42 niños desde uno a 13 años, además, de personas mayores. “Tienen muchos sueños”, dice, unos niños quieren aprender a cocinar, otros quieren ser deportistas, doctores y hasta presidente, su rol es “enseñarles que no todo es violencia, que no todo es maltrato”.

Juliana lamenta el estigma que pesa sobre quienes viven en “Socio”, para ella, la situación ha mejorado "gracias a Dios", aunque se conoce que la disputa terminó porque una de las bandas ganó el territorio, “dicen que esto es una zona roja, no podemos sacar prestamos por vivir aquí, y no nos dan la oportunidad, por unos, todos creen que somos igual y no es así”.

A la cancha aún le falta iluminación, al comedor una cocina y bloques de cemento, pero no la voluntad de Valencia de seguir luchando por los niños y adulto mayores. Ella lamenta que a su juicio las autoridades se han olvidado de ellos, por eso decidió impulsar la transformación desde su comunidad:

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“Si nosotros no tratamos de cambiar esto, ¿quién va a venir a cambiarlo? violencia hay en todos lados (...) luchamos día a día por los niños y los adultos mayores”.

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