El lamento del abuelo de los niños asesinados en el Guasmo: "Si yo no hubiera llegado tarde del trabajo, estarían vivos"
Las calles de la cooperativa Guayas y Quil lucen desoladas y los habitantes sumidos en el temor después del ataque armado que resultó en la muerte de cinco niños y su madre.
Han pasado cinco días desde que la pesadilla comenzó para la familia Pinto Arias. Las palabras apenas pueden captar la magnitud del dolor que están viviendo, luego de que un ataque armado acabó con la vida de los pequeños Jordana, Briana, Adiel y Aitana, de entre cinco meses y siete años, en la cooperativa Guayas y Quil, del sector de Guasmo Sur en Guayaquil.
Jorge, abuelo de las víctimas, describe que la noche del 11 de diciembre, parecía otra más, todo transcurría con normalidad: su hija y su nuera cocinaban, mientras él ingresaba a bañarse. Pero, en cuestión de segundos, su vida, como la conocía, cambió para siempre: "Escuché un 'pa, pa, pa, pa' nada más; luego escuché a Rosa gritar".
Una vez que el estruendo provocado por las balas se detuvo, él salió y vio a su nuera, quien con su cuerpo trató de convertirse en un escudo para proteger a sus bebés. Jorge recuerda la escena y aún se asombra al pensar en lo que hizo su nuera esa noche:
"Qué mujer tan valiente. Con siete tiros, llevó a su hijos al hospital. Luego de tanta sangre que perdió, se desmayó".
Rosa, quien estaba embarazada, falleció tres días después del ataque. Hoy, al repasar esa noche, a Jorge lo persigue la idea de que sus pequeños nietos se hubiesen salvado si él no hubiera llegado tarde de un viaje de trabajo que realizó a Babahoyo: "Todo fue cosa del destino, justamente ese día yo llego tarde (lamenta), si yo hubiera llegado cinco o seis y media, no las matan".
Él explica que su habitación estaba ubicada no en la parte delantera, donde ocurrió el ataque, sino en la parte trasera de la casa. Todos los días a su regreso, sus nietas iban allí: "Yo ahí tengo un televisor, ellas iban a mi cama y se ponían a ver televisión y a jugar".
Los ojos de Jorge están rojos, con rastros de lágrimas. Habla tranquilo, pero con pesar: "Las bebés eran mis engreídas, todos vivíamos juntos ahí", cuenta. Hace casi dos años se habían mudado al sector, eran tres familias: los esposos, hijos, abuelos, yerno y otra hija con su nieta. En total, 11 personas.
La violencia que azota a la ciudad ya había acechado a la familia Pinto semanas atrás. Jhordan, su hijastro y padre de las víctimas, trabajaba como empaquetador en una distribuidora, pero "los vacunadores empezaron a molestar a los camiones; un día lo encañonaron y le robaron todo".
Después de ese episodio, Jhordan decidió renunciar a su trabajo por miedo a las posibles represalias: "Yo le dije: retírate porque te van a matar; tú tienes cuatro hijos, aquí como sea comemos".
Pero, semanas después, todo cambió. Junto a Jorge está Olga, su esposa, ella recuerda la última conversación que tuvo con una de sus nietas. La niña le preguntó qué le daría por Navidad y le pidió: "Regálanos una tablet, cómpramela tú porque mi papi está sin trabajo". Olga le había prometido que con el décimo del abuelo se la compraría.
"Hasta cuando me fui a la Iglesia y me dijo: chao abuela", repasa. Hace una pausa y añade, "es duro". A Olga se le quiebra la voz. La herida que ha dejado la tragedia está viva y con secuelas en toda la familia. Hoy, su nieta de año y medio que sobrevivió al atentado "no quiere dormir del susto".
"Nunca volverá a ser la navidad como antes, nosotros les comprábamos sus juguetes, bajo la pobreza de nosotros, ellos tenían sus juguetes"
Aunque sabe que con el pasar de los días asimilará la realidad, dice que es especialmente difícil cuando tienen que regresar a la casa donde ocurrió la tragedia para ver las pertenencias que aún tienen ahí: "Da nostalgia ver ese vacío, ver esa ropa, los juguetes de ellos".
Ahora tienen que buscar dónde arrendar porque volver ya no es una opción, ni por seguridad ni por los recuerdos: "Ellos daban vida a la casa. Le digo a mi esposo y a mi hijo que quiero algo más pequeño. Ya no quiero una casa grande, ¿para qué? Si hay vacío."
La familia Pinto aguarda el siguiente paso, que consiste en recibir la asistencia psicológica comprometida por parte del municipio de Guayaquil. Asimismo, anhelan justicia para su familia y confían en que brinden apoyo laboral a Jhordan.
"Nunca había pasado algo así"
Las calles de la cooperativa Guayas y Quil lucen desoladas y los habitantes sumidos en el temor, pocos están dispuestos a hablar, y aquellos que lo hacen prefieren hacerlo sin cámaras y sin revelar sus nombres. Según la Policía, los sicarios se confundieron de vivienda, ya que el blanco original era la casa contigua. Con ello concuerdan algunos vecinos entrevistados por este medio.
Diana (nombre protegido) vive en el sector hace 40 años y conoce al padre de las víctimas, Jhordan, desde que era un niño, dice: "Siempre andaban paseando con el papá (los niños), son personas buenas, sanas. Primera vez que pasa algo así".
Según detalla, el vecindario solía ser tranquilo, pero hace dos años todo cambió. De acuerdo con la versión policial, allí existe una disputa territorial entre las bandas criminales: Los Lagartos y Mafia 18. Además, su ubicación geográfica cercana al Puerto lo convierte en lugar clave para las bandas que envían droga al exterior.
"Ya la gente casi no sale, vinieron a matar a esa mujer y se equivocaron, mataron a los pobres inocentes", lamenta Diana. La policía recogió más de 30 restos de bala de la escena del crimen. "Dieron bala sin consuelo", agrega.
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Laura (nombre protegido), una residente fundadora del Guasmo, rememora el lunes pasado: "Eran como fuegos pirotécnicos, y luego la gente corría diciendo 'han matado a cuatro niños'; nos duele mucho". Coincide en que el barrio ha cambiado, lamentando: "No era así se ha dañado".
Miguel (nombre protegido), al sumarse a las voces de otros residentes cercanos a los Pinto, sostiene: "El atentado no iba dirigido a ellos, sino a otra vivienda; esa familia murió de forma inocente". A pesar de esto, asegura que el barrio sigue siendo tranquilo y que el incidente fue una excepción, argumentando: "Nadie sabe realmente qué pasó". Sin embargo, sus palabras entran en contradicción al compartir una experiencia propia.
Hace tres meses, estuvo al borde de la muerte al resultar herido de manera colateral durante un tiroteo mientras regaba las plantas. "Ya no salgo; escapé de la muerte. Una bala perdida llegó cerca de aquí", señala la herida, añadiendo: "La bala llegó muerta, es decir, sin fuerza, si llegaba viva me perforaba".
Por este caso, solo hay un detenido de 23 años, Byron Steven B.M, alias Borrego, aunque según testigos fueron al menos cinco sujetos los que cometieron la matanza. Los criminales huyeron en un carro blanco.
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