Sudamérica no necesitaba un reconocimiento superficial, sino un papel protagónico que estuviera a la altura de su legado en el fútbol mundial.
La decisión de la FIFA de repartir el Mundial 2030 entre tres continentes y seis países ha sido anunciada como un homenaje histórico al centenario del torneo. Sin embargo, más allá de las declaraciones grandilocuentes de la Conmebol y su presidente Alejandro Domínguez, esta distribución parece más un símbolo de desorganización que un verdadero logro para Sudamérica.
¿El Mundial “vuelve a casa”?
Es cierto que Uruguay fue la cuna del primer Mundial en 1930, y que Argentina es el actual campeón del mundo, pero ¿basta con la nostalgia para justificar que tres países sudamericanos alberguen apenas un partido cada uno? ¿Basta con que Paraguay sea la sede la Conmebol para también acoger partidos?
Tres partidos de un total de 104 apenas dejan huella en el torneo, sobre todo si consideramos que el grueso de la competición se jugará en España, Portugal y Marruecos.
Lo que podría haber sido una oportunidad de integración y protagonismo para Sudamérica termina reducido a un paréntesis decorativo que genera más preguntas que respuestas.
La frase "el Mundial vuelve a casa" parece más un recurso publicitario que una realidad. En lugar de un homenaje genuino, esta decisión refleja una concesión simbólica que carece de sustancia.
El Mundial 2030 será el primero en jugarse en tres continentes, pero la logística que esto implica es monumental. Los equipos, aficionados y medios de comunicación tendrán que atravesar distancias enormes entre Sudamérica, Europa y África.
Este formato no solo incrementa los costos de traslado, sino que también añade complicaciones innecesarias a un evento ya de por sí complejo.
Por si fuera poco, el estadio de Asunción que albergará uno de los partidos aún no existe. La Conmebol promete que estará listo en 2028, pero las promesas de infraestructura en Sudamérica suelen estar acompañadas de retrasos, sobrecostos y, en muchos casos, polémicas.
Un premio vacío para Sudamérica
La Conmebol celebra esta decisión como un "logro histórico", pero es difícil no percibirlo como una concesión mínima para acallar los reclamos de la región.
Sudamérica, que ha sido clave en la historia del fútbol mundial, merecía un protagonismo mayor. Sin embargo, lo que se le otorga son tres partidos simbólicos que, lejos de engrandecer a la región, subrayan su marginación en la organización del evento.
Lo que debía ser un homenaje al pasado del fútbol se perfila como un dolor de cabeza para el presente y una carga para el futuro. La FIFA ha cedido a la tentación de querer abarcarlo todo, pero a costa de la coherencia y la sostenibilidad de un torneo que tal como está concebido no contenta a nadie.
Más que un Mundial inclusivo, lo que se presenta es un evento fragmentado que difícilmente logrará satisfacer a todos los involucrados.
El centenario del Mundial merecía un homenaje auténtico, no un rompecabezas logístico disfrazado de inclusión. Sudamérica no necesitaba un reconocimiento superficial, sino un papel protagónico que estuviera a la altura de su legado en el fútbol mundial.
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