En términos democráticos, el presidente Daniel Noboa tenía dos maneras de deshacerse de la Vicepresidenta de la República. Que ella renuncie al cargo o que la Asamblea Nacional le enjuicie políticamente, siguiendo las causales que determina el artículo 129 de la Constitución: por delitos contra la seguridad del Estado; por delitos de concusión, cohecho, peculado o enriquecimiento ilícito o por delitos de genocidio, tortura, desaparición forzosa o asesinato.
Cualquier otro intento por sacarla de juego resultará no solo infructuoso, sino contraproducente, pues el resultado inmediato, como de hecho ya ocurrió, es la victimización del personaje agredido. No deja de sorprender la miopía de los asesores de Noboa al no haber evitado que su animadversión por Abad se descontrolara. Así, ella pasó de ser un factor de amenaza, que podía ser controlado, a ser una amenaza en serio.
Ni siquiera miraron la historia para sacar lecciones provechosas. Una de ellas, el conflicto entre el presidente Lucio Gutiérrez y el vicepresidente Alfredo Palacio, que comenzó cuando el equipo que rodeaba al coronel creó una atmósfera tóxica de la que Palacio sacó ventaja cuando Gutiérrez quemaba sus últimos cartuchos para aferrarse en el poder, perdiendo al aliado más importante en esos momentos de infortunio. Algo que, por ejemplo, no le ocurrió a Guillermo Lasso, pues planificó su retirada anticipada sin preocuparse por la traición de Alfredo Borrero.
¿Qué era lo más sensato? Entender la dimensión política que tiene un segundo mandatario dentro de la disputa por el poder. Como es un dignatario elegido por votación popular, su permanencia en el cargo está sujeta a que se cumplan los períodos reglamentarios. Como dijo el vicepresidente Palacio a finales de 2003: “Gutiérrez no me puede pedir la renuncia, porque no soy su ministro”.
El fantasma del golpismo, en el caso de la rivalidad Noboa-Abad, tampoco tenía asidero. El gobierno para el que fueron electos es de solo 18 meses, tiempo en el que difícilmente se concreta una ruptura democrática. Por fuera de Abdalá Bucaram, que solo gobernó seis meses, las caídas de Mahuad, Gutiérrez y la muerte cruzada de Lasso se produjeron pasado el año y medio.
Noboa, además, tiene la opción de escoger una nueva candidata vicepresidencial para la elección de 2025.
Lo sensato era integrarla al gobierno, encargarle funciones puntuales, quizás un par de ministerios, y evaluarla sistemáticamente. Enviarla al otro lado del mundo y tratar de minar su fuerza desde tantos flancos (dejarla en Israel, cerrar la operación de la Vicepresidencia, restarle seguridad, ordenarle no hablar con la prensa, mandar a su hijo a La Roca y buscar una sanción electoral por campaña anticipada) le puede salir muy costoso a Noboa porque pese a todo ello, no se ve el interés de Abad de renunciar al cargo, mientras le acusa de autoritario y de violencia política.
Ella quiere gobernar los días que Noboa esté de licencia y lo hará frente a una Asamblea que el Presidente ya no controla. Por lo tanto, el país político quedará a merced de los sobresaltos que Abad sea capaz ocasionar.
Noboa se equivocó en la estrategia y el error de Verónica Abad será siempre suyo. A los amigos hay que tenerles cerca y a los enemigos, mucho más.
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