El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca inyectó optimismo a los cuarteles de la oposición venezolana donde prácticamente se habían resignado a que Nicolás Maduro consolide su dictadura sobre la base de un asqueroso fraude electoral.
Sin embargo, ¿entre las prioridades de EE.UU. está el hacer respetar las elecciones del 28 de julio, permitiendo la asunción de Edmundo González, el legítimo vencedor? ¿Cuál es el riesgo de que este panorama geopolítico quede como una euforia pasajera?
Solo quedan cinco semanas para zanjar este conflicto y todo luce complejo. Hay que recoger varias de las posturas de Trump frente a Caracas, como el nombramiento de Marco Rubio como secretario de Estado. El nuevo jefe de la diplomacia más poderosa de Occidente es un político de ascendencia cubana y militante de una derecha radical que ha puesto nervioso al Grupo de Puebla. En sus años como senador de Florida ha combatido la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua y hasta aseguró que la agrupación de Rafael Correa tiene contactos con grupos mafiosos y criminales para desestabilizar a los gobiernos que no son de su línea. Al tiempo que Trump ya habla de aranceles comerciales más caros para México, país gobernado por la izquierda.
Desde esos hechos, sería muy ingenuo suponer que estando en la cumbre de su carrera política y con una cuota de poder mundial apabullante, a Rubio no le interesará darle a Cuba la libertad que merece desde 1959. Y para conseguir su democratización hay que cortar con el chavismo en Venezuela, país que pese a su destrucción económica, es el sostén del castrismo de Miguel Díaz-Canel.
Ha sido tan clara la posición de Trump, que la administración de Joe Biden se apresuró ya a reconocer a Edmundo González como el presidente electo de Venezuela. Y detrás de él lo han hecho otros países como Ecuador.
El cerco diplomático parece cerrarse y tanto Maduro como el sinestro Diosdado Cabello han tomado nota de estos mensajes.
Por eso, se han visto obligados a liberar a algunos de sus presos políticos como señal de concertación. Y, sobre todo Maduro ha tenido que morderse la lengua en sus comentarios hacia Trump, al tiempo de buscar un espacio de negociación que Rubio, con total seguridad, no alentará.
El drama de la inmigración irregular que azota a EE.UU. es una consecuencia de la diáspora venezolana, un país que hace menos de 20 años no era un problema para Washington, como lo han sido México, Colombia, Ecuador o los centroamericanos.
La actualización de las sanciones a Caracas volvió a estresar a los autócratas, acostumbrados a chantajear a medio planeta con su petróleo, incumpliendo compromisos políticos.
A eso se suma el hartazgo de Brasil, hecho que se sintió en su deseo de que a Venezuela no le se incluyera en los BRICS. O que el regreso de la izquierda moderada en Uruguay no es garantía de que el chavismo sumará un nuevo aliado.
Por eso a Edmundo González se lo ha visto entusiasta y convencido de que asumirá el poder en enero de 2025.
Sin embargo, nada de esto es garantía de transición. Maduro tiene el control total de Venezuela y mientras las Fuerzas Armadas Bolivarianas le obedezcan y su cúpula medre de ese gobierno mafioso y corrupto, hay poco espacio para un cambio.
La oposición no tiene capacidad de desatar una revuelta popular, por el miedo a un desangre fratricida. Eso ya se probó desde el triunfo electoral de julio pasado. Y, claro, es muy poco probable que Trump desate una intervención directa en Venezuela, cuando su discurso es desactivar la guerra entre Rusia y Ucrania, apostando por una negociación que favorezca a Putin, arriesgando el enfado de sus aliados de la Unión Europea.
Quizás en el foco bélico de Europa Central, así como en la guerra entre Israel y Palestina radique la tabla de salvación de Maduro para seguir en el poder, aprovechando que la diplomacia mundial está metida en conflictos más urgentes y gordos y que el petróleo marcará un nuevo espacio de acuerdos.
Habrá que ver si dentro del coctel con el que Trump espera convencer a Putin para parar su embestida a Ucrania pasa por pedirle que baje su apoyo al chavismo en Venezuela, esperando que Maduro caiga por inanición, una apuesta que como se ha visto en Cuba, puede durar miles de décadas.
Solo quedan cinco semanas...
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