¿Qué puede ser peor? La capacidad que ahora tiene la Asamblea para arrinconar al Gobierno, al punto de asfixiarlo si es que se lo propone. O la incapacidad del presidente Daniel Noboa y sus operadores para definir una estrategia de supervivencia.
Los siete meses y medio que el país tiene por delante, hasta las elecciones generales del 9 de febrero, serán muy difíciles para la estabilidad institucional. Y no porque sostengan, con excesivo dramatismo, Esteban Torres y Valentina Centeno, que en un par de días los honorables declararán loco al mandatario para destituirlo y gobernar con Verónica Abad.
El problema va más allá. De lo que se ha visto hasta el momento, Torres ha minado los puentes con casi todas las bancadas, incluyendo la socialcristiana, que lo parió políticamente. En un año preelectoral, la capacidad de legislación siempre será baja, porque a los sectores de oposición no les interesa quemarse con leyes que, generalmente, son impopulares. Y Noboa tiene la presión de exhibir buenos resultados en todos los ámbitos.
Por el contrario, los niveles de fiscalización suben exponencialmente, porque solo se busca afectar al presidente.
La sesión de este jueves, para condenar a Noboa por sus infidentes declaraciones, criticando a varios presidentes de la región, y de crear una comisión para investigar presuntas irregularidades del Gobierno, es una muestra de que el parlamento quiere desprestigiarlo y bregar para que pierda la reelección. Basta revisar el discurso de Paola Cabezas, calificando al mandatario de un “error de la democracia”, además de ser poco importante para el continente “porque ya se va”.
A esta realidad, de altísima confrontación legislativa, se suma que ahora la Asamblea tiene mayores instrumentos para destruir la agenda de este y cualquier otro gobierno, porque necesita menos votos para anular un veto presidencial. La cosa, en consecuencia, pinta mal.
Por eso, llama la atención que el subsecretario Torres, que se supone es el cuadro de Noboa más experimentado en la arena parlamentaria, opte por una lectura inmediatista y demagógica, señalando que el odio a Noboa es por ser imbatible en el campo electoral.
Así gane, difícilmente se alzará con una mayoría absoluta de parlamentarios, por lo que el problema de gobernabilidad se mantendrá al punto de que habrá que pensar en una nueva muerte cruzada para ver si en algo se compone la capacidad de representación. La troncha, como así la llaman Torres y Centeno, tiene hoy toda la capacidad de gobernar desde el legislativo sin que nadie en Carondelet haya puesto el grito en el cielo, explicando a los ecuatorianos la magnitud de este choque entre funciones del Estado.
Es una crisis que puede ser peor que la que Guillermo Lasso lidió, entre otros factores, por el afán desestabilizador del entonces legislador Torres y los socialcristianos. O como la de aquellos parlamentos que engulleron a Lucio Gutiérrez y Abdalá Bucaram. No hay talento político ni formación académica para denunciar una pugna de poderes, como lo hizo Jaime Roldós. Con semejantes enemigos, la campaña de Noboa por la reelección se pone en aprietos.
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