Para un municipio como Quito, enfrentar una emergencia o un desastre natural no es algo extraño o que está fuera de lo común. Desde los sismos de Guayllabamba de 2014, por ejemplo, podríamos enumerar, año tras año, las catástrofes. Los incendios forestales gravísimos de 2015 y la emergencia del Cotopaxi; los coletazos en infraestructura e inmigración que produjo el terremoto de Manabí de 2016. El violento paro indígena de 2019 y su reprise en 2022. La larga pandemia y su encierro entre 2020 y 2021. El aluvión en La Comuna y La Gasca de 2022. Y ahora esta sequía infernal y perfecta para atizar el fuego de los pirómanos criminales.
Toda esta línea recta de sucesos desafortunados va acompañada de una permanente crisis política, donde los infortunios económicos y el bloqueo de sus clases dirigenciales, comprometen seriamente la estabilidad de una institución que hace muchos años fue respetada por todo el Ecuador, pero que hoy soporta un acelerado deterioro.
No se puede menospreciar ni cuestionar el liderazgo que el acalde Pabel Muñoz ha impreso en esta triste emergencia. Por encima de cualquier error o vacío en su visión de ciudad, este desastre lo ha manejado con calma, cabeza fría, mucha pedagogía y apertura. Es decir, con generosidad y convencimiento de que él solo no podrá salir adelante. Eso es bueno, porque aquellos caudillos sobrados y autosuficientes solo alimentan el caos, la odiosidad y son proclives a errores esperpénticos.
Es muy pronto para establecer, a ciencia cierta, la magnitud de la maldad detrás de estos incendios. Conforme han pasado las horas, tanto Muñoz como el Gobierno (aquí se inscribe el presidente Daniel Noboa, por cierto) han afinado la tesis de que el fuego fue provocado. Resta saber si esto responde a un verdadero ataque terrorista.
Es en este punto donde debemos preocuparnos. ¿Por qué se planifica una serie de incendios forestales con evidente coordinación? ¿El objetivo es distraer a la gente y a sus dirigentes de otros problemas muy graves como la violencia y el crimen organizado? ¿Profundizar la destrucción económica? ¿O se busca destruir a la institución Municipio de Quito, para que la capital de la República quede bajo el caos constante y a merced del terror?
¿Los incendios forestales en Quito, en 2024, equivalen a los cochebombas en centros comerciales o edificios públicos que soportó Bogotá, durante los 80 y 90?
Es indispensable que las instituciones del país (Gobierno, Fiscalía, fuerza pública, Justicia) pasen de la retórica a los hechos y se propongan descubrir qué fuerzas oscuras están detrás de estos atentados contra los ciudadanos y la naturaleza.
Mientras ello ocurre, Quito demostrará su valentía, solidaridad y resiliencia. Con tropiezos y éxitos, el Municipio sabrá conducir bien esta tragedia como en crisis anteriores. Mauricio Rodas, Paco Moncayo o Roque Sevilla pasaron por momentos así de difíciles. Lo hicieron con éxito porque se rodearon de un pueblo que responde en equipo y lidia la adversidad.
Es al Gobierno, y en particular al Presidente de la República, al que le toca afinar su lectura en torno este país tan complejo de administrar.
Lastimosamente, su gestión ha sido programada, únicamente, para parafrasear el discurso del terrorismo y la inseguridad en entornos como el de Guayaquil, Manta, Esmeraldas o Durán donde se resolvió (sin grandes resultados por el momento) librar una guerra contra el narco. Y bajo ese guion, la capacidad operativa de Noboa y su gabinete es más visible, hasta con tintes de espectacularidad. Pero desde hace varias semanas, las mismas que el Mandatario ha dedicado a convertir Manabí en su central de campaña, la Sierra ecuatoriana vive desastres inconmensurables. A la sequía y la destrucción de los productos hay que sumar los miles de hectáreas de vegetación y boques carbonizadas, por los incendios forestales, y sobre las cuales se ha sentido muy poco interés del Régimen en atenderlas con esmero. Casi casi, ha sido una gestión que no pasa de lo administrativo.
Si Noboa no acerca su despacho a la gente, para atender sus demandas sin demagogia y cálculo electoral, corre el riesgo de que la institución llamada Presidencia de la República sucumba ante quienes pretenden ver a la democracia en llamas. ¿Lo vamos a permitir?
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