El Alcalde de Guayaquil aprovechó el momento e hizo de la sesión solemne por la gesta del 9 de Octubre un buen espacio para gestionar la política y hablar de ella. Su enfoque sobre esta conmemoración estuvo cargado de reflexiones históricas e institucionales que le permitieron cumplir dos objetivos: refrescar su imagen, golpeada con fuerza por las acusaciones de supuestas irregularidades en sus gasolineras particulares; y ser el centro de la convocatoria institucional del país, donde estuvieron varios candidatos presidenciales.
Los compol modernos dirán que siempre pesarán más las imágenes y que, por lo tanto, no habrá discurso, capacidad de oratoria ni gestos republicanos que ensombrezcan lo que horas más temprano ocurrió en la sesión solemne organizada por el Gobierno. Es decir, la condecoración del presidente Daniel Noboa a su padre, Álvarito:, uno de los íconos más tiernos de la turbulenta política nacional.
La guerra simbólica fue intensa. Noboa logró que la gente hablara, ya sea con hilaridad o con molestia, del show de alegría de su papá. Y con ello, se intentó desactivar toda la conversación negativa que el miércoles había generado la extensión de los apagones y el desbarajuste en el Ministerio de Energía.
A estas alturas es difícil saber si golpes como estos resultan efectivos o contraproducentes. Porque más allá de los minutos de distracción y las cadenas con memes, se destapó una serie de reproches por la indelicadeza que supone que un presidente condecore a su papá, porque simplemente está en el poder y así lo quiso. Esto, al final del día, debilita a cualquier primer mandatario.
Aquiles Álvarez, por el contrario, fue más sobrio. Y aunque se le escapó un par de “carajos” al final de una intervención “corta para no aburrir”, habló de democracia y de la solidaridad histórica del Guayaquil con el resto del país. Aunque enumeró pocas obras (quizás porque no hay mucho que mostrar), hizo un compromiso potente con las zonas más olvidadas de la urbe: el sueño del agua potable.
Fue tal su énfasis y la insistencia de su promesa, que Álvarez no podrá escapar de ella cuando termine su administración.
Mientras Noboa optó en su sesión solemne por hablar de él y de cómo su tarea reconstructora es ardua y apta para personas preparadas y algo locas, Álvarez fue muy discreto a la hora de lanzar puyas al Gobierno. Tampoco hizo alusión alguna al paraguas correísta que lo llevó al triunfo de febrero de 2023.
Y, lo más inteligente, evitó hablar del expresidente y del exvicepresidente que momentos antes recibieron la peor sanción moral en el mundo de la política criolla: que el Departamento de Estado de EE.UU. los ponga en la lista de no elegibles para ingresar a su territorio, por el peso de la corrupción sobre sus espaldas. Se inclinó por alentar la democracia y el voto responsable. ¿Con cuál sesión solemne quedarse? La reflexión es suya, estimado lector.
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