Los centenares de venezolanos que huyeron de su país y encontraron refugio en Islandia
"Me encantan los ríos, el agua, la playa y me acuerdo de todo eso en este lugar".
La distancia entre La Guaira y Reikiavik es de 6.800 kilómetros, que Emilet intenta conjurar con solo cerrar los ojos y pensar en el mar que baña su ciudad natal. Cuando los abre de nuevo, se incorpora con dificultad y para caminar debe pelearle a su pierna derecha, que apenas puede mover.
Hace 11 meses, mientras arreglaba su pequeño apartamento en el centro de Reikiavik, una tabla que estaba destinada a ser una mesa le cayó en la mitad del pie derecho y se lo fracturó.
Desde entonces comenzó un trajín médico que la llevó a la depresión -el pie sigue sin curarse - y de allí, a su rutina de acostarse sobre la hierba de Hellisgerði para conectarse a ojos cerrados con su Venezuela natal y olvidarse de su dolor por un rato.
"Yo la he pasado mal. Yo lo único que sé es que, si tuviera mi aguardiente de culebra y mi loción de árnica, yo me habría curado en un mes", opina.
"Mejor dicho, si yo hubiera estado en Venezuela no hubiera padecido esto".
Pero no está. Emilet, como millones de venezolanos, huyó de su país debido a la crisis económica y política que ha marcado a Venezuela en la última década.
Lo curioso es que una isla, más cerca del círculo polar ártico que del Caribe y donde en invierno apenas hay cuatro horas de sol y temperaturas cercanas a los 20 grados bajo cero, se ha convertido en uno de los destinos elegidos por los venezolanos para empezar una nueva vida.
Protección subsidiaria
De acuerdo con el gobierno islandés, en 2019 y 2021 Venezuela fue la nacionalidad con el mayor número de solicitudes de asilo aceptadas y en lo que va de 2022 solo ha sido superada por otra nacionalidad cuyo territorio se encuentra en jaque: Ucrania.
"Desde hace algunos años, especialmente desde 2017, los venezolanos gozan de lo que se llama protección subsidiaria, esto es un tipo de asilo que toma más en cuenta la situación del país que los casos particulares",le explica a BBC Mundo Francisco Gimeno, líder de proyectos de la Cruz Roja de Islandia.
En 2019, Islandia aceptó 180 solicitudes de asilo de venezolanos, por encima de otras nacionalidades como iraquíes o sirios. En 2020 ese número, debido a la pandemia, se redujo a 104, pero en 2021 se duplicó respecto de 2019, con 361 casos.
Y hasta abril de 2022 ya van 265 solicitudes aprobadas a los venezolanos.
Esto, en un país donde la población total es de unas 365.000 personas.
"Eso es un número muy importante, teniendo en cuenta lo diferente que es el clima, el idioma y, sobre todo, lo lejos que queda Islandia de Venezuela. Pero muchos de ellos se han adaptado bien a un país como este", añade Gimeno.
Sin embargo, el aumento del flujo migratorio ha llevado a las autoridades islandesas a intentar cambiar el trámite de asilo para los venezolanos.
La oficina de Migración de Islandia señala en un documento enviado a BBC Mundo que, en diciembre de 2021, publicaron "una notificación sobre un cambio en la práctica administrativa con respecto a las solicitudes de protección internacional de ciudadanos venezolanos".
Y ese cambio no es una buena noticia para los emigrados: radicalmente señala que, debido al "mejoramiento de las condiciones" en Venezuela, los ciudadanos del país dejarían de recibir la protección subsidiaria y deberían argumentar su caso de forma individual.
"Esa decisión, que también se intentó en 2020, fue denunciada ante una corte islandesa. En el caso del año pasado se logró revertir al explicarse que la situación en cuestión de derechos humanos en ese país continúa siendo delicada, pero este año estamos esperando la decisión de la corte", explica Gimeno.
Aprender como niños
Emilet supo que se tenía que ir de Venezuela cuando su sueldo de radióloga en el Centro de Salud de La Guaira apenas le alcanzaba para comprar un par de utensilios de limpieza.
"Por esos días, en 2015, mi papá murió y un sobrino, recién nacido, también falleció. Y como el hospital se quedó sin suministros para atender a los pacientes, yo lo único que hacía era presentarme, meterme en la sala de radiología y llorar todo el día", recuerda.
Aunque ella también trabajaba los fines de semana haciendo arreglos de fiestas infantiles para completar el sueldo, decidió que lo mejor era abandonar el país. Su primer destino fue Perú, "pero allá aguanté más hambre que en Venezuela".
"Con un amigo investigamos y nos dimos cuenta de que Islandia podía ser un buen destino. Entonces comencé a hacer las vueltas".
Además de la amplitud que contemplaba la normativa de asilo, Islandia también es reconocido de forma global como uno de los países "más amigables" para los inmigrantes.
De acuerdo a una encuesta de Gallup publicada el año anterior, lo ubica en segundo lugar, solo detrás de Canadá.
En febrero de 2020 finalmente aterrizó en el aeropuerto de Keflavík de la capital islandesa y comenzó con los papeles de asilo. Ya los pocos meses obtuvo la aprobación. "Sentí que había llegado a la tierra prometida: nos daban un lugar, ayudas".
Pero la pandemia del covid-19, en marzo de 2020, puso un freno súbito a todo eso. No había trabajo y la pasó mal. Cuando a principios de 2021 la economía volvía a reactivarse, ocurrió el accidente de su pie.
"Y caí en una depresión muy fuerte. Mi pie primero se fracturó por la parte de arriba, después se desprendió por la parte de abajo y pasaban y pasaban los meses y no se soldaba. Había algo que no funcionaba bien".
Emilet se toma la cabeza al hablar sobre el tema médico. Ella se lamenta que su fractura se ha alargado más de lo necesario.
"Creo que no entendieron que yo era una mujer que acababa de comenzar la menopausia y que necesitaba un tratamiento de vitaminas para poderme curar la pierna", relata.
Uno de los diagnósticos que recibió de los doctores que la atendieron es que la demora en sanar tenía causas psicológicas, lo que para algunos especialistas representa uno de los principales desafíos que tienen las personas que huyen de un país como Venezuela y llegan a un país como Islandia: reparar su trauma mientras se adaptan a un país totalmente distinto al suyo.
"Muchas de las personas que llegan de Venezuela vienen muy dañadas", señala Alma Serrato, una psicóloga que trabaja en la asistencia social con los asilados que llegan a Islandia.
"Algunos fueron víctimas de la violencia, pero, sobre todo, les cuesta muchísimo procesar que esos ataques o la razón por la que huyes de tu país te los cause la entidad o las personas que se suponen eran las encargadas de cuidarte, de darte protección", opina.
Y mientras procesan el desarraigo, muchos de los venezolanos tienen que enfrentarse a una especie de renacimiento en un país totalmente opuesto al que vivían.
"Son personas que ven por primera vez la nieve. Y que tienen que aprender cosas tan básicas como vestirse para el frío. Aprender cosas en tu nivel de adulto responsable. Y vuelves a ser como un niñito. Aprender a caminar en el hielo, en la nieve, aprender a comer, a hablar".
Hablar. Para muchos aprender el islandés se ha convertido en un desafío para la integración.
"Yo no sé en qué estaban pensando los vikingos cuando formaron estas palabras en este idioma", bromea y se queja Emilet. "Uno tiene que estar loco para entenderlo".
Islandés y español, agua y aceite
En el segundo piso de un edificio blanco ubicado en medio de un mall comercial del centro de Reikiavik funciona Multikulti, un centro de estudio de idiomas.
Uno de los requisitos que exige Islandia a las personas que reciben protección internacional es asistir a los cursos de islandés que brinda el gobierno.
Esta tarde el salón que corresponde al curso de español está lleno de venezolanos. Hay un receso de 15 minutos. La mayoría de ellos se sirve café caliente de una jarra y habla, como ocurre frecuentemente entre la comunidad de inmigrantes por estos días, sobre los posibles cambios en la política de asilo.
Uno de ellos comenta que escuchó un rumor a que se han presentado muchos robos en el país hechos por venezolanos(información que no es confirmada por la policía) y que tal vez eso dé pie a que se considere el cambio de política. Emilet, que es una de las alumnas del curso, ignora la charla y se concentra en el papel donde está la palabra "nautakjöt", carne de vaca en islandés, que es parte del nuevo vocabulario del día.
"El islandés es un idioma con raíces germánicas muy difícil de aprender, en especial para las personas que hablan español, por varias razones: no ha evolucionado mucho en los últimos años y la construcción de las palabras es totalmente distinta al español", explica Mariel, docente de Multikulti.
Y pone un ejemplo con un animal: el pingüino. "En inglés se dice penguin… y en islandés se dice mörgæs, que viene de 'mor' o grasa y 'gaes', ganso. O sea, ganso obeso. El islandés no quiere parecerse a ningún otro idioma y por eso es tan difícil de aprender".
Para ella, el problema de fondo es que el país no estaba preparado para recibir a los venezolanos.
"Se nota por ejemplo en que no hay un diccionario de islandés-español y tampoco hay textos educativos para enseñarlo, así que eso es una dificultad", agrega.
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