La pregunta cobró sentido luego de la incómoda reacción del Presidente de Brasil con respecto al baño de sangre que anticipa el déspota venezolano si en las elecciones del 28 de julio, en ese país, triunfa la oposición.
Por eso, ni bien Nicolás Maduro habló de una “guerra civil fratricida”, Lula da Silva habló con la prensa extranjera sentando dos ideas muy claras.
La primera tiene que ver con la necesidad de aceptar las derrotas dentro de un ambiente democrático. “Cuando pierdes, te vas a casa y te preparas para presentarte a otras elecciones”, dijo.
Y la segunda idea, quizás más importante, tiene que ver con el convencimiento de Lula de que solo el respeto a los resultados democráticos podrá sacar a Venezuela de la crisis económica, permitiendo la reunificación de las familias, luego de que 7,7 millones de personas emigraron de esa nación en menos de 10 años.
Si a estos postulados se añade su molestia, meses atrás, por el hecho de que el sistema venezolano invalidara a María Corina Machado para ser candidata presidencial, podría suponerse que Brasil, esta vez, tendrá una posición mucho más firme frente a un proceso autoritario devenido ya en una pestilente dictadura.
Habrá analistas políticos, con argumentos de sobra, que minimicen la posición de Lula y su gobierno, pues ha sabido convivir, en evidente camaradería, con el chavismo, desde 2002.
Por lo tanto, puede haber recelo a la hora de asumir sus declaraciones como las de una ruptura inminente con Maduro y el bolivarianismo.
Sin embargo, no es menos cierto que la izquierda latinoamericana vive hoy un momento de desgaste por cuenta de los excesos de sus peores exponentes en Venezuela, Cuba y Nicaragua. Si a eso se suma la posición crítica de Chile, con Gabriel Boric a la cabeza, frente a todo lo que representa el despotismo corrupto de Venezuela, quizá a Lula no le quede otra opción que romper con ese país y asfixiarlo política e ideológicamente.
Esta sería una jugada interesante, tomando en cuenta que el mandatario brasileño tiene una imagen que reconstruir en la región, luego de todas las acusaciones que recibió en su contra por el caso Odebrecht así como por las “ayudas” judiciales que le permitieron ser candidato y ganar la presidencia con un estrecho margen.
Además, Lula inició su tercer gobierno denunciando un golpe de Estado por parte de Jair Bolsonaro, con lo cual su discurso de respeto al mandato popular debiera ser coherente.
A lo largo de estos años se ha visto cómo el chavismo se ha perpetuado en el poder gracias a los juegos geopolíticos de los que ha sido parte, acercándose a Rusia, Irán o China y desafiando siempre a EE.UU. Esto le ha sido posible, en buena medida, por el silencio de Brasil como líder regional y de otros países como Argentina, Ecuador o Bolivia.
Pero, ¿qué pasaría con Maduro si Lula rompe definitivamente? ¿Solo le quedaría México como un gran aliado regional, desconociéndose aún la posición de la presidenta electa Claudia Sheinbaum? ¿Cuál será la posición de un Gustavo Petro debilitado en Colombia y que ha pedido a Caracas respetar el juego democrático?
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