Quina, el casi extinto árbol medicinal del escudo de Perú que pocos conocen e inspiró el gin tonic
El hábitat original de la quina es el bosque de neblina andino, pero casi ha desaparecido.
El indio Pedro de Leyva avanzó a tropezones y cayó moribundo sobre la orilla de un estanque en medio de los andes peruanos.
La leyenda dice que lo devoraba la malaria.
Empapado en sudor, se acercó al agua, apartó las hojas y ramas que habían caído en el remanso y tomó algunos sorbos amargos.
Y entonces, la fiebre cedió.
Al enfermo lo había salvado la mezcla milagrosa de agua con las cortezas de aquel árbol insólito que crecía rodeando el estanque.
Esta historia del siglo XVII, recopilada por el tradicionalista peruano Ricardo Palma, intenta explicar las propiedades antipalúdicas del árbol de la quina, acaso uno de los descubrimientos médicos más importantes de la historia.
Y también uno de los más ignorados.
Hoy, el compuesto activo que se extrae de la planta, llamado quinina, es más fácil de encontrar en un bar que en una farmacia.
¿Cómo pasó este árbol de salvar millones de vidas a ser un ingrediente de coctelería?
Milagrosa y olvidada
La quina es originaria de los países andinos desde Venezuela a Bolivia, pero casi ha desaparecido de la región.
Pocos la han visto en estado natural y aunque figura en el escudo nacional de Perú, incluso a los más patriotas les costaría reconocerla.
“El árbol del escudo ni siquiera está bien dibujado”, advierte el ingeniero forestal Alejandro Gómez a BBC Mundo.
En julio las calles peruanas se embanderan para celebrar la fiesta nacional y con ello se revela lo poco que se sabe del símbolo que representa la diversidad botánica del país.
“Hay quienes creen que es un manzano, un eucalipto o incluso un arbusto de coca”, dice Gómez, quien trabaja en el Instituto de Innovación Agraria de Perú (INIA) tratando de recuperar la quina.
El árbol oficial del país sufre de una popularidad ingrata y anónima.
La confusión más común es llamarla “quinua”, y suponer que se trata de ese nutritivo seudocereal que en los últimos años multiplicó su fama (y su precio).
Pero mientras la quinua es una hierba, la quina es un árbol andino de hojas anchas que puede superar los quince metros de altura y está emparentada con el café.
Lo que la hace valiosa es su corteza, rica en quinina.
Este alcaloide es el que le dio fama al árbol, y también su condena.
El árbol de la vida
Según la leyenda, cuando el indio Pedro de Leyva se recuperó, juntó agua y raíces de quina en un cántaro y lo llevó a su pueblo.
La popularidad del brebaje milagroso se extendió rápidamente.
“La quinina corta el ciclo de vida del parásito de la malaria y le impide infectar otros glóbulos rojos, que es donde se alimenta y reproduce”, explica a BBC Mundo, Dionicia Gamboa, PhD en enfermedades tropicales de la Universidad Peruana Cayetano Heredia.
Desde su descubrimiento y durante tres siglos, el alcaloide fue el medicamento más efectivo para combatir la enfermedad.
Y no hablamos de cualquier pandemia.
Investigaciones publicadas en las revistas Nature y National Geographic sostienen que la malaria o paludismo pudo haber matado a más de la mitad de todos los seres humanos que han existido.
De acuerdo con la tradición, fueron los jesuitas quienes difundieron el uso de la quinina luego de curar a Doña Francisca Henríquez, condesa de Chinchón y esposa del virrey de Perú.
Los ecos de esta historia inspiraron el nombre científico que el árbol lleva hasta hoy: Cinchona Officinalis.
A lo largo de los siguientes siglos casi no hubo equipaje de explorador, conquistador o soldado que no llevara quinina.
Hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial.
Muerta de pie
Durante generaciones, hordas de comerciantes recorrieron los bosques andinos en busca de quina.
La mayoría fueron taladas y a otras les arrancaron la corteza de pie, como despellejadas en vida, para venderlas en Europa.
Según las anotaciones del naturalista alemán Alexander Von Humboldt en 1805 se cortaron 25.000 árboles sólo en la provincia ecuatoriana de Loja.
La quina curó una fiebre y provocó otra que resultó mortal para ella.
“Es un árbol en extinción y ni siquiera existe un inventario de los que quedan”, advierte el ingeniero del INIA Alejandro Gómez, quien coordina el proyecto de reforestación en uno de los últimos reductos de la especie en Perú.
De las más de 20 variedades de quina que existía en el país, sólo se tiene certeza de que quedan ejemplares de unas cuatro.
“La gran amenaza para su ecosistema sigue siendo la tala ilegal y la quema de bosques para expandir la frontera agrícola”, señala a BBC Mundo Verónica Galmez, especialista en bosques andinos de la organización suiza Helvetas.
En la actualidad, las grandes plantaciones de quina no están en América Latina sino en Asia.
Durante el siglo XIX, para salvar sus colonias que hervían de malaria, los ingleses introdujeron el árbol en la India y los holandeses en Indonesia.
El nuevo comercio floreció hasta la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, cuando cortaron el suministro de quinina a las tropas aliadas expuestas al paludismo en el Pacífico.
La emergencia obligó a desarrollar medicamentos artificiales alternativos.
Actualmente, los tratamientos contra la enfermedad en Perú, el país que tiene a la quina en la bandera, usan quinina asiática o compuestos hechos en un laboratorio.
A tu salud
Hielo, una parte de gin, dos partes de agua tónica y una lámina de piel de limón, es la receta clásica de un gin tonic, aunque en los bares de Londres discutirán eternamente la fórmula perfecta.
El coctel, sin embargo, no nació sobre una pulida barra de madera sino durante las campañas de conquista inglesas en medio de las ciénagas de la India.
Para ocultar el amargor de la quinina los soldados la mezclaron con agua de soda, lo que da como resultado el agua tónica.
Echarle gin era un siguiente paso lógico. Este destilado formaba parte de sus raciones.
Por aquellos años, otra enfermedad, esta vez una epidemia de cólera, brotó en la zona de Angostura, en Venezuela.
Para combatirla se popularizó una pócima que combinaba una decena de plantas locales, entre ellas un extracto de quina.
Esta medicina fue bautizada como Amargo de Angostura y hace muchos años dejó las recetas médicas para formar parte de las gastronómicas: Hoy corona los piscos sours en las barras de Chile y Perú.
Son las empresas indonesias que siembran quina las que actualmente abastecen por igual a la industria farmacéutica como a la de bebidas.
Si la leyenda fuera cierta, los peruanos que levanten un pisco sour para celebrar esta semana su día nacional, podrán sentir en el sabor el lejano vestigio de la medicina que salvó a Pedro de Leyva hace cuatrocientos años.
Es también el sabor de una pérdida.
Aunque el coctel sea dulce, será un trago amargo.
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