La doctora, con casi 4 décadas de labor comunitaria, apunta al trabajo con los jóvenes.
Érase una vez una médica embarazada de 27 años en busca de un área marginal para trabajar; érase una vez Mapasingue Este; érase una vez octubre de 1981.
El cerro como sinónimo de lodo y bandas que lo habían trepado tras los desalojos de los puentes. “No eran individuos comunes y corrientes. Tuvimos algunos muertos, asesinados”. Sembríos de terror.
“Teníamos los ‘tumba puertas’, gente armada que cargaba su maleta con recortadas; se metían a las casas, robaban… hasta un día que violaron a una señora de 90 años y una niña de 14. Y la comunidad no soportó y lastimosamente no somos nadie para quitarle la vida a nadie, pero los familiares de los afectados quemaron a estos jóvenes. Y hasta allí hubo terror de violación”. El hampa y la brutalidad, en un maridaje de horror…
Érase, érase.
Ahora es una mañana de un día de finales de noviembre de 2019. 38 años mediante. La doctora Benedita Figueroa Ortega narra ese cuento de miedo pretérito con una voz delicada, como si sus cuerdas vocales bordaran las telas más suaves del planeta para envolver un pasado de dolor. 65 años de vida y casi unas 4 décadas en un liderazgo comunitario que no supo de miedos. Y si los tuvo, aquí sigue ella en pie: enfrentándolos.
El sol reverbera en la bulliciosa calle central de la Cooperativa Primero de Mayo de Mapasingue Este, mientras en la casa, y más específicamente en el consultorio de Benedita, presidenta de la Cooperativa Primero de Mayo, el clima no le sigue la corriente al astro rey. Todo está al tono de ella. Es el mismo en el que desmenuza para un equipo de ecuavisa.com sus luchas, su trabajo, el pasado, el presente y los anhelos de este sector de la ciudad.
La biblia y el mandil como ‘armas’
Arribó en el 81 para dar atención médica, ya que en la zona no había doctores. Tenía, digamos, algo a su favor: conocía parte del sector por sus familiares. Ellos vivían en la Cooperativa El Cerro, la segunda de Mapasingue Este.
Después de que reubicaron a la gente del sur, del puente de la A, mucha se fue; estaba enseñada a vivir en casas en el agua, desde donde pescaba para comer. “Se quedaron unos cuantos que sembraron el terror”.
Uno de los primeros momentos para ayudar fue cuando 2 personas que vendían en las veredas, “eran acechadas por los jóvenes, de quitarles sus negocitos, de comerse y no pagarles. Solamente fui leyéndole los derechos a las personas”.
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“Cuando yo defendí a la primera, que vendía colitas y no le pagaron y le lanzaron piedras a sus ventanales, yo estaba atendiendo (pacientes), y mi arma, como cristiana, siempre fue mi biblia, y mi arma, como médico, fue salir a defender con mi mandil”.
Su consultorio entraba entonces a categoría de trinchera. “Lo que yo hice fue crear dentro un departamento legal y le di cabida a abogados conocidos, familiares, para que ayuden a estas personas a resolver sus problemas y evitar que la gente sea perjudicada”. Se unieron con la Policía y conformaron un comité central para comenzar a poner nombre a las precooperativas.
“Fue terrible al principio, pero fuimos haciendo la labor, fuimos poniéndolos en su lugar, fui consiguiendo que la gente confíe en mí”, dice Benedita, que echa una mirada al cielo de su consultorio para recordar que entre el 82 y el 84 arrancó su liderazgo.
Foto: ecuavisa.com
Un antes y un ahora
“Al principio, no había pavimentación, el cerro era puro lodo, fue duro venir acá. Teníamos la carretera vía a Daule y allí escalábamos… Luego se rellenó, luego se pavimentó”, rememora.
El comité central de organizaciones fue una piedra angular en la transformación del sector. “Se hicieron las carreteras, las escalinatas, luego vinieron las escuelitas y luego entró Children International, que ayudó a muchas familias y hasta ahora sigue ayudando”.
“El Municipio de Guayaquil y los departamentos de Obras Públicas de los gobiernos ayudaron mucho. En cada período siempre dejaron una obra para este sector”, asegura la médica cirujana y ocupacional.
En cuanto a obras pendientes, pide a la alcaldesa Cynthia Viteri terminar con las que el ahora exalcalde Jaime Nebot no alcanzó a concluir en su administración: “Hay muchas, entre ellas una esquinera, que es la única vía de acceso a la vía a Daule y es la única vía para la comunidad del cerro en caso de incendio”.
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“Tenemos todo gracias a Dios: carreteras, escalinatas, escuelas, colegios, iglesias… Lo que falta es ese departamento de capacitación a jóvenes y hogares con problemas internos”.
Benedita reserva un capítulo dedicado a la tabla de tenencia y consumo de drogas, que describe como “un mal”.
“El problema del decreto del consumo libre de estupefacientes nadie lo entendió. Si no lo entendieron autoridades, ni algunos legisladores o no lo quisieron entender, imagínese en las escuelas y los colegios. La gente entendió mal, no se explicó que no era un libre consumo a todo mundo, era un libre consumo a los enfermos crónicos; sin embargo, ya estaba el producto en las calles”, lamenta la lideresa comunitaria que, a lo largo de la entrevista, reposa sus manos sobre sendas carpetas piponas de fotos de su trabajo.
“No he venido por los buenos, he venido por los que están perdidos”
Quizá cuando Benedita, la lideresa, habla de la juventud es cuando más adopta un matiz simpáticamente confuso entre madre y educadora. Se le dibuja una sonrisa perfectamente medida cuando cuenta que los muchachos que “han tomado mal camino” le piden un consejo.
“Me dan un abrazo y me dicen: ‘mamá en casa no habla como tú’. Eso a mí me llena. No solamente estoy con la gente que se porta bien, acuérdese de las palabras de Cristo: ‘No he venido por los buenos, he venido por los que están perdidos’”.
Foto: ecuavisa.com
“De los chicos que a veces han tomado malos caminos, ya estoy viendo de ellos 3 generaciones: primero fueron sus padres, luego fueron sus hijos, ahora son sus nietos. Son pocos, ellos quisieron, y yo no les acepté, decirme madrina. Madrina no porque siempre veo las películas de los padrinos y eso. Siempre fui (y es) la doctora”.
¿Fue difícil ser lideresa, tuvo miedo? “Viéndolo desde ahora, hubiera sido más complicado ser varón, porque tuvimos dirigentes que fallecieron luchando, que los hirieron. Tuvimos algunos muertos, asesinados por las bandas…”
“Mucho temor al principio porque yo, una mujer, una dama, muy frágil… pero bueno, fui consiguiendo que la gente confíe en mí”, dice.
Si retrocediera el tiempo, ¿escogería otro lugar para ir a trabajar? “En ningún otro lugar, por más urbanizado que sea, yo trabajé como médico ocupacional en Ciudad Celeste, Samborondón, son bellísimas, pero solo miro cielo, tierra y 4 paredes”.
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“Acá venga la noche de año nuevo, suba a una pequeña terraza y usted ve maravillas de la ciudad. Si me voy algún día a vivir (a otro lado), esto siempre será un lugar de esparcimiento, a pesar de su entorno social”, dice Benedita, con satisfacción. Eso sí, sus nietos, de su único hijo, que también es médico, no crecerán allí.
Érase una vez la década del 80. Aquel Mapasingue Este. El director de la escuela del niño de Benedita camina una calle del sector. Jóvenes murmuran: ‘No, bota eso, no, mira, mira, esconde’. El educador imagina que policías vienen atrás de él y provocan la alerta y el recato de los muchachos. El profesor se vira y ¡oh, sorpresa!, es la lideresa. “‘Doctora, a usted le tienen más miedo que a la Policía’”, le dijo el maestro. Ella sonríe con modestia.
Ahora, es más del mediodía de un día de finales de noviembre de 2019. Ha terminado la conversación y Benedita, la lideresa comunitaria, la presidenta de la Cooperativa Primero de Mayo de Mapasingue Este, la doctora, sale del consultorio y camina por la calle central. Va arropada por su mandil, esa capa blanca de superheroína con la que ha luchado por casi 4 décadas.
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