En el órgano tubular de la Iglesia de San Francisco se compuso el Himno de Quito
En Quito hay seis órganos tubulares, pero el de la Iglesia de San Francisco guarda una historia especial similar porque, en 1944, en este se compuso el Himno a la Ciudad que cantamos hasta los presentes días.
El fray Fernando Pozo Almeida, exprovincial de la comunidad franciscana, contó que fue creado en su música por Agustín de Azkúnaga (Vizcaya, España, 1885- Quito, 1957) y de la letra se encargó Bernardino Echeverría (Cotacachi, 1912-Quito, 2000), quien fue arzobispo de Guayaquil y primer cardenal del Ecuador.
Se inspiraron en la historia y trascendencia que envuelven a la capital de los ecuatorianos. "Lamentablemente las partituras no existen en este convento. La original la entregaron al Municipio, pero no se interesó mucho. Según datos históricos, una persona sacó del Municipio la partitura y se encuentra en el archivo Aurelio Espinosa Pólit de los padres jesuitas", contó Pozo a Ecuavisa.com.
El fray Ricardo Arias, ecónomo del convento de Riobamba, toca el órgano tubular y conoce su historia. Contó que es de fabricación española (Bilbao) y llegó a la capital en 1931. Lo trajo el fray Francisco Alberti (Vizcaya, España, 1878- Quito, 1934) , uno de los pioneros de la música en la capital por sus piezas musicales que fueron interpretadas por el coro de San Francisco.
Añadió que hubo una convocatoria para escribir el Himno de Quito. La composición de los frailes Azkúnaga y Echeverría resultó elegida. "Las autoridades se dieron cuenta que la canción también era dedicada al patrono de los frailes, San Francisco de Asís y como nuestra comunidad fue la primera y la que trajo el trigo y la cebada, le dieron el nombre a la ciudad".
Fidel Guerrero Gutiérrez es investigador musical y catedrático de la Universidad Central del Ecuador. Con base en un artículo del historiador Luis Andrade Reimers, cuenta en su blog Memoria Musical del Ecuador que la Municipalidad convocó un concurso para que la ciudad tenga su Himno en diciembre de 1943. "Penosamente tuvo que ser declarado desierto por falta de concursantes".
Sin embargo, en julio de 1944, se presentaron dos religiosos franciscanos para entregar su composición. Se trataba del conocido compositor y organista español Agustín de Azkúnaga y de Fray Bernardino Echeverría, quien gustaba de escribir poesía.
Inicialmente, la propuesta de los religiosos fue apilada en un montón de papeles, pero un funcionario del Cabildo, quien había presenciado la entrega del Himno, solicitó que se le permitiera ensayarlo y estrenarlo con el coro de la Escuela Sucre. Así sucedió, gustó y el tema fue difundido en colegios, escuelas y en la comunidad con aceptación.
En la actualidad, el órgano tubular se encuentra en la sala de coros de la Iglesia de San Francisco. Los tubos miden más de un metro de longitud. Arias cuenta que otro aparato de similares características se ubica en la provincia de Loja, pero no funciona. El de Quito necesita mantenimiento debido al paso de los años. Funciona con motor de aire y es un símbolo valioso en la historia de la ciudad.
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Otros datos históricos
Pablo Guerrero Gutiérrez señala que el actual Himno a Quito no es el único que se ha dedicado a la capital.
A comienzos del siglo XIX, en la etapa independentista, se compusieron versos patrióticos dedicados a la ciudad. Dos composiciones literarias que corresponderían a 1809- 1814, aparecieron en una publicación de 1854 del doctor Agustín Salazar y Lozano, titulada 'Recuerdos de los sucesos principales de la revolución de Quito desde el año de 1809 hasta el de 1814'.
Hubo otras que pertenecen a los compositores quiteños Aparicio Córdoba (ca. 1840-ca. 1932), Sixto María Durán (1875-1947) y Juan Pablo Muñoz Sanz (1898-1964). Para 1892, Córdoba, conocido en el medio de la época por haber sido el ganador en la competencia musical de la Exposición Nacional en 1892 y ser maestro de piano de familias acomodadas, había estrenado un Himno a Quito con texto del poeta Quintillano Sánchez. Su letra destaca la lucha de emancipación.
De igual forma, en 1934, el músico y escritor Juan Pablo Muñoz Sanz (1898-1964) compuso otro, el mismo que, al menos por una década, fue interpretado por los músicos del Conservatorio Nacional de Música en los eventos en que participaba.
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