La historia de la gatita Wi Fi, rescatada de los escombros tras el terremoto

Por en medio de la calle polvorienta
19 may 2016 , 09:57
Redacción

En Canoa, una gata rescatada de los escombros fue bautizada así por su intermitencia.

En medio de la calle polvorienta, en la clara y semi-oscura muerte de la tarde, una mujer persigue a una pequeña gatita. 

 

Una hora antes, María Emilia buscaba un camión. Regresó, atravesando el cementerio de Canoa -una playa rodeada por un pueblo, de atardeceres morados y celestes, luces recurrentes de Manabí- cargando en sus manos una funda con alimentos. 

 

Minutos después, Wifi comería leche en polvo, con una cuchara y jugaría sin descansar con los niños que duermen en alguna de las 30 carpas -construidas con palos y fundas- que los damnificados del terremoto edificaron  en medio de la calle.

 

Mientras Wifi llena sus bigotes con el polvo blanco, otro grupo de sobrevivientes se coloca en fila, ordenadamente, para merendar una pierna de chancho que llegó como donación, desde Cuenca. 

 

“Yo preparo hamburguesas, salchipapas y papi-pollos” recuerda María Emilia. Ella duerme sobre la pared de caña de lo que alguna vez fuera una vivienda. 

 

La cubren de la naturaleza, una lona azul, dos fundas y un paraguas. Tan denso fue el terremoto, que la obligó a dejar botado su puesto de trabajo, mientras “fritaba unas papas”. 

 

La casa que esta familia de refugiados colombianos alquilaba, colapsó, dejando a la gatita Wifi, enterrada bajo los escombros. 

 

“Mi hijo la escuchó  llorando, se metió y la salvó” recuerda Emilia. El rescate de Wifi incluyó a la mezcladora de música de su hijo y a una niña pequeña, atrapada entre las ruinas.

 

María Emilia espera que el Gobierno ecuatoriano les ofrezca un terreno o herramientas para construir su vivienda: “Todo esto, lo armamos nosotros acá, este paraguas es el que utilizo en mi negocio para cubrirme del sol” aclara.

 

Por ahora,  este campamento independiente es el hogar de Wifi, María Emilia y de los futbolistas que persiguen sin tregua una pelota. Esperan que, al igual que la gata gordita  que se va, pero regresa, la esperanza y la ayuda que reciben no decaiga, mientras pasa el temblor.