La ruta al Yasuní, un viaje al corazón de la Amazonía en Ecuador
Animales míticos, árboles gigantes y espejos de agua son algunas de las maravillas naturales de la ruta al Parque Nacional Yasuní, un viaje directo al corazón de la Amazonía de Ecuador para encontrarse con una de las joyas mundiales de la biodiversidad.
Con más de un millón de hectáreas, el Yasuní es el área natural protegida más grande del Ecuador continental y en su interior alberga una de las mayores concentraciones de vida del planeta, con más de 2 000 especies de árboles y arbustos, 204 de mamíferos, 610 de aves, 121 de reptiles, 150 de anfibios y más de 250 de peces.
No solo es riqueza natural, sino también cultural, al ser el hogar de pueblos en aislamiento voluntario como los tagaeri y taromenane. También es riqueza fósil, pues bajo su fértil suelo existe uno de los mayores yacimientos de petróleo de Ecuador, que es explotado frente a la profunda preocupación de ambientalistas y ecologistas.
La ruta al Yasuní comienza en la ciudad de Francisco de Orellana, principal puerta de entrada al Parque Nacional y capital de la provincia de Orellana, que recibió el nombre del mismo explorador español que lideró la primera expedición que navegó todo el río Amazonas en 1542.
Llevados por el río
Desde esta urbe, también llamada El Coca, y ubicada a unos 300 kilómetros al este de Quito, parten las embarcaciones que recorren los sinuosos meandros del río Napo, uno de los principales afluentes del río Amazonas, para adentrarse cada vez más y más en el corazón de la Amazonía ecuatoriana.
Pronto, la selva se presenta con toda su majestuosidad a lo largo del río hasta perderse en el horizonte, en una postal que gana aún más en belleza al atardecer, cuando el azul del cielo se torna naranja y el río resplandece con más fuerza con los últimos rayos de sol, ante la silueta a contraluz de la vegetación.
Son unas ocho horas de navegación las que toma llegar hasta Nueva Rocafuerte, la última población de Ecuador en el Napo antes de pasar a Perú, cuya frontera también marca el final del Yasuní.
Los espejos del cielo
Es precisamente también en esta parte más baja y llana del Yasuní donde se forman sus bucólicas lagunas, espejos de aguas apacibles en los que se refleja el cielo con su azul intenso salpicado por nubes que se asoman desde el horizonte.
La más grande, como su propio nombre indica en el idioma nativo kichwa, es Jatuncocha, una extensa laguna de aguas negras que permite avistar a sus navegantes la profusa y múltiple vida que se desarrolla en su interior y alrededores, una pequeña muestra de la enorme biodiversidad del Yasuní.
De la superficie pueden emerger tanto los simpáticos delfines rosados y grises, animales místicos y protagonistas de numerosos mitos de las comunidades amazónicas, como también imponentes caimanes que solo alcanzan a mostrar sus ojos y hocicos.
Fuera del agua pueden apreciarse aves como garzas, patos aguja y pavas, pero mucho más esquiva es el águila harpía, el ave cazadora más grande del continente, mientras que desde las ramas, según la temporada del año, pueden también hacer acto de presencia diversas especies de monos.
Los colosos de la selva
Y en mitad de la espesura de la selva sobresalen vigorosos y esplendorosos los ceibos, los gigantes de la Amazonía, árboles que asombran por su descomunal tamaño y que hacen sentir diminutas e insignificantes a las personas que llegan a sus pies.
En ocasiones son necesarias una decena de personas para rodear sus robustos troncos, de colosales raíces que sostienen este rascacielos natural.
Uno de los más famosos alcanza los 20 metros de altura y se encuentra en el centro turístico comunitario Yaku Warmi, en la comunidad de Martinica, cuyos habitantes afirman que se trata del ceibo más antiguo de la Amazonía de Ecuador, al calcularle unos 400 años de edad.
En este espacio de unas 20 000 hectáreas de bosque primario, sus 40 familias se han propuesto conservar su entorno y una de las principales atracciones es observar, e incluso, alimentar a los delfines rosados.