Carlos Ponce, el consentido de Beatriz Valdés en "Santa Diabla"
La actriz cubana asegura sentirse de lo mejor junto a sus compañeros, pero en especial Carlos Ponce.
En la telenovela "Santa Diabla", la consagrada actriz cubana Beatriz Valdés da vida a Begoña, una sirvienta que trabaja en la casa de la adinerada familia Cano y se enreda en una relación pasional con el esposo de su propia hija, Santa, interpretada por Gaby Espino.
“Es una mujer con la que yo no estoy de acuerdo”, cuenta sobre su personaje. “Tiene una debilidad por un hombre y decide relacionarse con el marido de su hija. Son desafíos que tienen que ver con la ética que están en desacuerdo conmigo”. Sin embargo ha sabido defender a capa y espada al personaje, que juega un papel clave en la trama.
Ha sido un placer, según ella, relacionarse con el elenco de esta telenovela. “Ya había trabajado con Gaby en sus inicios y es una niña muy talentosa. Es una gran actriz”, dice sobre Espino. También siente un cariño especial por Carlos Ponce. “Con Carlos hubo una química inmediata. Es un hombre con un gran sentido del humor y una sensibilidad muy especial. Me cautivó desde el primer momento”. Por eso confiesa que lo consiente y le da doble ración de café a él cuando ella lo cuela para los actores entre escenas. “Ella es una dulzura. Es súper cariñosa”, dice Ponce sobre Valdés. “Estoy al lado del camerino de ella, muy cerquita, entonces cuando huelo el café con limón que ella hace, empiezo como Sam el tucán a acercarme a su
Para Valdés —quien llegó hace unos seis meses a Miami de Venezuela, donde trabajó en televisión por más de dos décadas— fue gratificante encontrarse a compatriotas que recordaban sus papeles protagónicos en películas icónicas del cine cubano como La Bella del Alhambra. “Es una buena cosa que a uno lo persiga un personaje como ese”, dice sobre la vedette que interpretó en esta historia, donde actuó junto a César Évora.
Sin embargo, a sus 50 años, confiesa que muchos fanáticos aún le reclaman por no verse igual que cuando grabó esa película décadas atrás. “¡Yo nunca fui bella. Yo fui normalita!” dice entre risas, “Pero la ilusión de un personaje tan hermoso tiene que ver mucho. No soy yo sola. Habían maquilladores, vestuaristas, coreógrafos. Con el estigma de ser bella he tenido que vivir toda la vida. Es esa sensación que tiene la mayoría de la gente que se apropia de sus ídolos. Me quieren tanto que no me quieren ver menos bella. Me regañan un poquito”.
En Miami se ha establecido con su hijo Mauricio, de 23 años, fruto de su fallida relación con el cantautor cubano Silvio Rodríguez. “Ellos tienen una relación muy divertida, muy amorosa. Su papá está muy pendiente de él. Los une el sentido del humor. Hay un universo de fantasía donde ellos se encuentran”, cuenta ella, quien dice estar soltera. “Hace mucho tiempo que no me enamoro y es muy raro porque yo soy muy enamoradiza”, añade con picardía. “Hay una edad que ya esos altibajos emocionales no hacen falta, no son necesarios, al menos no para mí”.
Lo que sí agradece es seguir expresando su arte frente a las cámaras. “Es una tremenda etapa. No tengo aspiración más allá de la bendición de poder existir”, asegura. “Me veo llegando a un país nuevo, a una comunidad que me conoce y que me quiere. Eso es una suerte”.