El testimonio de un paramédico que atiende la emergencia de covid-19 en Nueva York
Anthony y su equipo: "Las cosas que vemos a veces son difíciles de dejar ir".
Para todas las llamadas que he tenido que atender el día anterior, puedo decir que he tenido un buen sueño: cinco horas bien dormidas.
Me levanto y mientras me ducho escucho las noticias en la radio. Más covid-19, pero al parecer el mundo sigue andando.
Tengo que estar listo en Sunset Park, Brooklyn,
Me visto, agarro mi radio y comienzo el proceso de descontaminar los equipos con los que trabajo. Tengo que limpiar todo: radio, llaves, maletín y el resto de las cosas que llevo. El virus puede sobrevivir en cualquier cosa. Nada es seguro. Ni siquiera tus compañeros de trabajo.
En las guerras, tú sabes cómo luce tu enemigo. Esta es una guerra que tiene balas invisibles. Cada persona con la que tienes contacto es una bala que te puede impactar.
Llego a las 6:02. Todavía me da tiempo de desayunar algo. Hacia las siete la radio comienza a recibir mensajes.
Mi primer trabajo:
Como tengo cargo de teniente, yo acompaño al equipo y le ayudo a tratar a los pacientes y darles los recursos que necesitan.
Estamos en tiempos en que los recursos escasean y tenemos días en los que recibimos más de 6.500 llamadas.
La ciudad de Nueva York tiene el sistema de emergencia médica más usado en el mundo, con un promedio de 4.000 llamadas diarias.
Algunas veces tenemos emergencias grandes como un huracán o una ola de calor. Pero antes de esto, nuestro período más ajetreado había sido por el 11 de septiembre de 2001.
El día de los atentados a las Torres Gemelas recibimos 6.400 llamadas.
Nosotros comenzamos a notar el aumento de casos hacia el 20 de marzo.
Cuando vimos el estallido de casos, el sistema no estaba preparado. Nos dijimos "¿cómo vamos a enfrentar esta emergencia con los recursos que tenemos?" Simplemente tuvimos que movernos.
Ahora mismo, cerca del 20% de los paramédicos del equipo están enfermos. Algunos de ellos están contagiados y otros, internados en unidades de cuidados intensivos.
Dos de ellos están siendo asistidos por un respirador mecánico.
Pienso esto mientras llegamos a la primera emergencia.
Nos encontramos con un hombre. Sus familiares dicen que lleva cinco días con tos y fiebre.
Estamos con él por más de 30 minutos antes de declarar su muerte. Me cercioro de que todos estemos bien, volvemos a nuestro transporte -descontaminando todo antes- y presiono el botón para indicar que quedamos disponibles otra vez.
Veinte minutos después recibimos otra llamada por un ataque al corazón. Los mismos síntomas, los mismos procedimientos, el mismo resultado.
El virus ataca los pulmones:
Otra vez el botón. Otra emergencia.
En el turno sólo tuvimos un caso que no estaba relacionado con el coronavirus: había sido suicidio.
Imagina: ése fue el momento en que mi cabeza descansó. Esa persona, ese suicidio. Me sentí aliviado de tener un caso que no estaba relacionado con el virus.
Son las 11:00 de la mañana y he atendido seis paros cardíacos.
En tiempos normales atiendo entre dos y tres por semana. Puedes tener días ocupados, pero nada como esto. Nada como éste.
Entramos a una casa y hay una mujer en el piso. La vemos aplicando primeros auxilios a su madre. Ella me dice que su mamá ha dejado de respirar y que "tiene los síntomas".
Tratamos de salvarla. La hija nos cuenta que su madre ha estado enferma en los últimos días y, aunque no ha podido examinarse, ella está convencida de que su madre está infectada.
"", le pregunto. Me responde que sí, pero me cuenta que mis compañeros habían estado el jueves anterior y que habían atendido a su padre.
Que tenía los síntomas y que también había muerto.
Vuelvo al cuarto donde la doctora del equipo atiende a la madre con la esperanza de que me digan que hay signos de vida. Ella levanta la cabeza y me mira, con una mirada que reconozco después de 17 años de trabajar en esto.
Los ojos de la doctora dicen que no.
Ahora tengo que decirle a esa mujer que ha perdido a ambos padres en cuestión de tres días.
Su papá no ha sido enterrado. Así que esta mujer va a tener que asistir a un funeral doble. Eso, si es lo suficientemente afortunada para organizar un funeral, porque no se están realizando actualmente.
Salgo a la calle y busco refrescarme con aire frío que circula por allí. Nos sentamos por unos minutos para recuperarnos, pero parece que a todos nos ha golpeado este caso.
Historia curiosa,
Tenemos que estar listos para el siguiente caso.
Se repiten. Uno detrás del otro. Son cerca de las seis de la tarde y acabo de terminar mi décimo caso de ataque cardiaco.
Es una familia de asiáticos que no pueden creer que su tío acaba de morir.
Puedo ver en sus ojos que no lo pueden creer.
Los hospitales no reciben a nadie que no tenga signos vitales.
Ellos insisten: "usted tiene que salvarlo, usted tiene que salvarlo". El hijo del hombre me pregunta por qué no podemos reiniciar su corazón.
Lo más duro de llevar una máscara es que te cubre la mitad de mi cara. Todo lo que la otra persona escucha son palabras. Si pudiera mostrarle mi rostro, al menos la familia podría ver la emoción que hay detrás de lo que diga.
Ahora todo lo que ven son mis ojos, y mis ojos están aterrorizados porque no sé cómo convencer a este joven de que no hay nada más que hacer.
He tenido que decirle a 10 familiares que no podemos hacer nada más.
Los sentimientos me desbordan. Nunca he tenido antes días como estos en toda mi carrera.
Las cosas que vemos son difíciles de sacarlas de la cabeza.
No es posible que la mayoría del personal de emergencias que salga de la crisis regrese entero y con pensamientos positivos.
Tal vez algunos tendrán esos momentos de claridad y apreciarán el sol y las flores. Pero la mayoría de nosotros, cuando cerremos los ojos, vamos a ver esto.
Ahora pienso en la mujer que perdió a sus dos padres.
Todos sabemos cómo nos sentimos y lo sentimos todos juntos. Pero volvemos a apretar el botón.
Ahora son las 9:30 de la noche. En una hora y media se acaba mi turno. Otro infarto. Los mismos síntomas, fiebre y tos por varios días.
Ayudamos a la persona y por doceava vez en el día tengo que decirle a la familia que lo siento,
Soy soltero y no tengo hijos. Esta es la única vez en mi vida que me siento feliz de no tenerlos y de no tener pareja, porque no le llevo esta enfermedad a una familia. Pero muchos de mis compañeros sí se preocupan por eso.
Yo elegí un trabajo donde me puedo enfermar y morir. Los familiares del personal de emergencia saben que su ser querido se puede enfermar y morir, pero lo que no eligieron es que su familiar les pueda llevar una enfermedad como esta a la casa.
Ahora hay miembros de mi equipo que duermen en sus carros porque quieren evitar el contagio de sus familias.
Tengo 16 años haciendo terapia, soy un budista practicante y medito,
El agotamiento emocional que tenemos por días como éste permanece con uno, porque desafortunadamente uno sabe que tendrá que volver a trabajar mañana por otras 16 horas y lo sufrirá de nuevo.
Los médicos sobreviven a una carrera en constante contacto con la vida
Somos bastante buenos para salvar la vida de las personas.
Pero con este virus, las probabilidades van en contra de nosotros. La esperanza se desvanece luchando contra ella. Estamos luchando contra un enemigo invisible que está eliminando a nuestros compañeros de trabajo, y en este momento, la esperanza es fugaz.
Y lo mismo está sucediendo en toda la ciudad.
Visita nuestra cobertura especial
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC News Mundo. Descarga nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.
Advertencia: El contenido de sitios externos y terceras partes puede contener publicidad
Final de la publicación de Youtube número de BBC News Mundo
Advertencia: El contenido de sitios externos y terceras partes puede contener publicidad
Final de la publicación de Youtube número 2 de BBC News Mundo