“En República Dominicana decir que el haitiano nos invade distrae la atención de los problemas del país”
- Ronald Ávila-Claudio
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La historia de República Dominicana y Haití no se puede contar por separado.
Ambas naciones no solo están unidas geográficamente en la misma isla caribeña, sino que también sus ciudadanos comparten influencias culturales, lazos de sangre y hasta los mismos peligros, como los azotes de huracanes y otros estragos del cambio climático.
Según las cifras más recientes del gobierno dominicano, que datan de 2017, en su territorio viven cerca de medio millón de haitianos, quienes, de alguna u otra manera, influyen en lo que allí sucede todos los días.
Y, durante los últimos 100 años, decenas de miles de trabajadores han sido parte de la mano de obra de muchas industrias en Dominicana, en especial las relacionadas al sector agroindustrial.
Pero pese a toda esta historia en común, con los años las relaciones entre los gobiernos de ambas naciones se han ido deteriorando.
Al punto que hoy, mientras Haití sufre violencia generalizada y caos a consecuencia de grupos criminales que han tomado el poder de grandes zonas del país, República Dominicana ha impuesto severas restricciones migratorias.
Miles de personas son deportadas de nuevo a Haití, en donde escasea la comida y los servicios esenciales.
El presidente dominicano, Luis Abinader, quien este domingo se mide con otros 8 candidatos en busca de la reelección en los comicios generales, también ordenó la construcción de una valla fronteriza y pidió una intervención internacional en el país vecino.
Afirma que sus acciones tienen el propósito de proteger la soberanía dominicana. Por su parte, grupos de derechos humanos denuncian que las detenciones y deportaciones violan leyes nacionales e internacionales.
Algunos expertos, como Bridget Wooding, opinan que todas estas políticas están cargadas de un sentimiento antihaitiano, cuyos orígenes se remontan al siglo XIX.
Wooding es la directora del Centro para la Observación Migratoria y el Desarrollo Social en el Caribe. Durante años ha estudiado el flujo de personas de los dos lados de la frontera y afirma que los políticos en Dominicana han usado este discurso en contra de los haitianos para buscar rédito electoral.
Wooding, egresada de la Universidad de Oxford en Reino Unido y quien investiga sobre migración con un enfoque de género y trabajo, dice que les ayuda a tapar los verdaderos problemas del país caribeño.
De eso conversamos en esta entrevista.
Usted expone en trabajos académicos que en República Dominicana existe un discurso antihaitiano. Podría explicar su origen y cómo se puede palpar en el día a día del país.
El origen del antihaitianismo se remonta al pasado colonial de ambos países. Primero, el hecho de que de 1822 a 1844 Haití ocupó toda la isla de La Española, de manera que la primera independencia definitiva de República Dominicana, luego de España, realmente fue del país vecino.
Y surgen otra serie de rivalidades históricas, fruto de que Haití fue colonizado por los franceses.
Hace un siglo comenzó un corredor de mano de obra haitiana hacia República Dominicana. Es el corredor de mano de obra de más larga data y de más importancia en todas las Américas por el volumen de personas que cruzan, algo que continúa hasta el día de hoy.
Esa mano de obra fue impulsada, sobre todo, por la ocupación de EE.UU. a ambos lados de la frontera a principios del siglo XX. Luego, a través de acuerdos entre los dos gobiernos, se normaliza en 1952.
Y la dictadura de Rafel Leonidas Trujillo en República Dominicana (1930-1961) fue un periodo en el que hubo un gran malestar hacia la comunidad haitiana. Tuvo su auge con el genocidio de 1937 cuando hubo una masacre de miles de personas haitianas y dominico-haitianas en la frontera norte y central del país.
En tiempos más recientes, el desencuentro más significativo fue la sentencia en 2013 del Tribunal Constitucional dominicano, que desnacionaliza a cientos de miles de personas de ascendencia haitiana que habían adquirido su documentación legal según la Constitución.
Esta serie de dificultades son propiciadas mayormente por las élites dominicanas, que tienden a catalogar a la persona haitiana como un otro amenazante. Lo llaman también una invasión pacífica, refiriéndose a que las mujeres haitianas están dando a luz en República Dominicana y usurpando los roles de los locales.
Pero las personas trabajadoras, en los barrios, los cafés, logran entenderse. Es cuando hay una intervención en otros niveles que no ayuda a mantener las buenas relaciones.
En este periodo electoral se utiliza el tema haitiano diciendo que el otro nos está invadiendo, no sólo culturalmente sino también físicamente, para distraer la atención de lo que realmente son los problemas del país, como los altos precios y la corrupción.
¿Puede abundar en cómo influyó la dictadura en el discurso anti-haitiano?
Bajo la dictadura, hubo mucho control y represión de diferentes sectores. En ese tiempo comenzó la idea de que se necesitaba la mano de obra haitiana, pero que no era deseada.
Cuando ocurrió la masacre en la frontera, fue con la idea de blanquear a la nación dominicana. Pero los bateyes, ubicados en el interior del país, en donde las personas haitianas laboraban en el sector azucarero, no fueron afectados.
Al tiempo que eso ocurre, se quiso presentar a República Dominicana como que tiene raíces españolas, que son católicos y no practican vudú, que hablan español y no creole.
Una serie de binomios que fueron utilizados en la dictadura para crear ese imaginario de un otro amenazante.
Dijo que es la élite dominicana la que promueve el anti-haitianismo. ¿Puede abundar en quiénes son y cómo se benefician?
En República Dominicana, sin excepción, ninguno de los partidos principales se ha atrevido a contrarrestar el discurso anti-haitiano porque entienden que les hace ganar elecciones.
Los últimos gobiernos se sintieron obligados a hacer causa común con corrientes ultranacionalistas, que tienen visiones conservadoras en términos de los derechos de la mujer, el aborto y la diversidad. Pero sobre todo, donde más inciden es en el tema de pensar que las personas haitianas están diluyendo la sangre de la nación.
Y a quienes intentan defender los derechos de las personas haitianas y sus descendientes se les tilda de traidores a la patria.
Aunque los sectores ultranacionalistas son relativamente pocos en términos de números, en la práctica tienen mucha influencia y logran incidir en los principales medios de comunicación.
Ahí reside el problema. Hay una dificultad de ir en contra de esa narrativa por estas alianzas políticas.
He estado reportando sobre el papel de los haitianos en la economía de Dominicana y he encontrado ejemplos de cooperación y convivencia. Además, a través de la historia ha habido una enorme colaboración entre personas de ambas naciones. Como la participación de los haitianos en la lucha de los nacionalistas dominicanos contra las invasiones norteamericanas y el enorme apoyo humanitario de los dominicanos cuando ocurrió el terremoto en Haití en 2010
¿Cómo se vive esa colaboración en la calle y el día a día?
Hemos sido testigos de situaciones alentadoras. Ocurre mucho en la frontera.
Hace un par de años estuve en una actividad por el día 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer) y hubo un junte de los dos lados de la frontera para hacer actividades culturales y deportivas. Asistieron autoridades locales, como personal del Ministerio de la Mujer.
Fue una muestra de cómo se puede existir en armonía.
También hay muchos esfuerzos de arte y cultura significativos. Grupos de artistas, de músicos que son conocidos de ambos lados de la frontera y que hacen actividades en común, como murales y conciertos.
Igualmente, hay celebraciones dominicanas de origen haitiano como el gagá, un grupo de creencias y ritos que tienen su momento culminante en Semana Santa.
Entonces, hay lucecitas.
De hecho, por ciertas presiones de la sociedad civil y a nivel internacional el gobierno se ha visto en la necesidad de renovar el Plan Nacional de Regularización para personas en situación irregular, suspendido totalmente a mediados de septiembre del año pasado a raíz del incidente de la construcción de un canal por parte de Haití en la frontera.
Hay una realidad, y es que en Haití hay una crisis política y de seguridad. Si no es controlando la migración, ¿qué podría hacer República Dominicana para no verse afectada por lo que sucede en el país vecino?
No estamos en contra del control migratorio, pero se debe hacer respetando los derechos humanos, las legislaciones nacionales e internacionales.
Por ejemplo, esos espacios de varios meses en el que no se estaba renovando los documentos de las personas migrantes fomenta una situación de irregularidad y más detenciones y más deportaciones.
Estamos de acuerdo con la necesidad de controlar los puntos migratorios. Pero ahí lo que hay que hacer es cortar la corrupción, las maneras informales que la gente utiliza para cruzar la frontera.
Construir una valla no necesariamente va a ayudar a controlar la migración. Como se ha visto en el caso de México y EE.UU., la gente se va ingeniando rutas cada vez más peligrosas para cruzar la frontera en la ausencia de métodos legales.
Hay que crear un proceso de migración ordenada. Eso se puede hacer midiendo las necesidades que hay en los diferentes renglones de la economía, como el Instituto Nacional de Migración ha comenzado a hacer en los diferentes nichos de la agricultura y el sector turístico.
Las personas que migran forzosamente no son el problema, el problema es la falta de buena gobernanza.
¿No le parece común que entre países vecinos con asimetría económica haya controles migratorios por parte del Estado que se encuentra en una mejor situación? ¿Cree que en República Dominicana la situación es más compleja?
Al ser dos estados pequeños que comparten una sola isla se crean una serie de complejidades.
Pero pienso que se puede aprender de buenas prácticas de otros países que comparten frontera, pero que han manejado un poco mejor el tema migratorio.
Podemos pensar en Nicaragua y Costa Rica.
Ahí hay cierta historia, no tan larga como la de Haití y República Dominicana, de nicaragüenses que migran, sobre todo, para trabajar en la agricultura y las mujeres en el servicio doméstico remunerado.
Pero relativamente hablando, tienen políticas de migración.
Costa Rica acaba de publicar un documento de cientos de páginas que corresponde a una política migratoria renovada para enfrentar la actualidad. Mientras que República Dominicana no implementa su ley de migración ni sus reglamentos.
En Costa Rica con los nicaragüenses también hay todo ese tema del otro amenazante, que se agravó un poco durante la pandemia de la covid-19, cuando tenían esa consigna de que eran los migrantes los que llevaban la enfermedad.
Pero se han buscado maneras de contrarrestar esos imaginarios.
¿Cómo cree que se ve a los dominicanos del lado de Haití?
Desde la caída de la dictadura en Haití, a mediados de los años 80, mucho más tarde que la caída de Trujillo en Dominicana en el 61, las personas haitianas y sus gobiernos han estado ensimismados en tratar de lograr una democracia más acabada, por lo que no han tenido la oportunidad de mirar más arriba.
Fue hace poco, a comienzos de este nuevo siglo, que realmente las personas haitianas comenzaron a darse cuenta de la importancia de la frontera en términos comerciales.
Además, hay pocos dominicanos en Haití, entonces no tienen tanto conocimiento sobre ellos.
No hay una visión negativa. Si algo hay es una visión neutral de que Dominicana puede ser un trampolín para ir a otro país o una ayuda para encontrar trabajo.
¿Qué puntos en común tienen ambos países?
Tienen muchos puntos en común. Como una historia colonial, aunque con sus matices por responder a diferentes metrópolis. También la relación con EE.UU., que influye bastante en ambos países.
Tienen mucho en común en términos de arte y cultura. Ciertas tradiciones que tienen que ver con una historia en común de afrodescendientes que hay a ambos lados de la frontera.
¿Cree que el discurso antihaitiano que usted menciona está relacionado más al tema racial o también a una cuestión de clase social y pobreza?
Están de alguna u otra forma relacionados. Hay discriminación por etnia, hay discriminación por clase y por cómo se percibe al otro.
Y asuntos culturales que a veces se sobredimensionan.
Por ejemplo, que las personas haitianas hablan creole y República Dominicana es hispanohablante.
Son diferencias culturales que se tienden a sobredimensionar en aras de usar el antihaitianismo como una herramienta política en términos electorales o en otros momentos de crisis interna.
¿Se utiliza el tema de Haití para tapar otros problemas en República Dominicana?
El gobierno actual llegó al poder con una plataforma de cambio. Sobre todo, respondiendo a lo que fue una necesidad que sintió el pueblo dominicano de combatir la corrupción.
Eso se ha logrado muy parcialmente. Pienso que el discurso antihaitiano tiende a opacar eso.
También opaca las necesidades reales de otros grupos que están en situación de desventaja, como las mujeres, y los temas que tienen que ver con salud sexual y reproductiva.
Todas esas cuestiones están rezagadas porque hay un foco en una sola temática con el fin de unir el país en torno a ella.
Pero eso es algo que no se logra. Se vio en unas declaraciones recientes de la Iglesia católica y de aliados, que hicieron un video cuestionando el nivel de antihaitianismo y las acciones que se han estado tomando en contra de ese colectivo migrante.
¿Cómo se le puede dar un giro al antihaitianismo?
Hay que comenzar con la educación. Crear nuevos libros de texto con una historia más equilibrada y los puntos en común a través de la isla. Desde una temprana edad, la gente tiende a escuchar los lugares comunes, como cuando dicen que si un niño se porta mal, la persona haitiana vendrá por él.
Hay que realmente contrarrestar todo lo que han sido esos lugares comunes negativos con historias y narrativas más equilibradas.
También sería bueno fomentar más intercambios a través de la isla, que no es tan viable en este momento, pero cuando las condiciones en Haití lo permitan.
No se puede apreciar lo que no se conoce.
¿Cree que pasadas las elecciones y en los años por venir haya un cambio en las políticas de República Dominicana hacia Haití?
Es necesario. Si pasa o no, es otro tema. Pero pienso que de alguna u otra manera el presidente Luis Abinader, quien probablemente sea reelegido, está obligado a reflexionar sobre esa mano dura de los últimos meses y tratar de pensar en políticas que puedan ser más adecuadas para mejorar las relaciones entre ambos países.