El misterio del hombre que cayó del cielo y se estrelló en las calles de Londres
Matada viajó 8 horas en el tren de aterrizaje de un avión porque iba en busca del amor de su vida.
Eran las 7:30 de la mañana en Mortlake, un barrio a las afueras de Londres. No había nadie en la calle. De repente, un hombre cayó del cielo. Como si de un meteorito se tratara se estampó contra el pavimento, de cabeza. La policía llegó media hora después, tras recibir la llamada de un vecino. El cuerpo se encontraba en una posición tan extraña, y un estado tan lamentable, que los investigadores de homicidios eran incapaces de saber que había pasado con aquel hombre. ¿Cómo imaginar que venía de un avión?
Mortlake está justo debajo de una de las vías aéreas de acceso al aeropuerto de Heathrow. El detective encargado del caso, Jeremy Allsup, ató cabos, llamó a las compañías aéreas y descubrió que el cadáver que tenía entre manos era el de un polizón que había viajado en un vuelo proveniente de Angola, escondido en el hueco que hay en el depósito donde se guardan las ruedas tras el despegue. El momento de la caída coincidida con el instante en que el piloto había desplegado las ruedas.
Parece una historia más propia de una novela de ficción que de un periódico, pero el suceso ha protagonizado la última edición de The Sunday Times, y ha puesto al descubierto un fenómeno que pocos conocían. El caso de Mortlake no es un hecho aislado.
En un Boeing 777, como en el que viajaba el polizón, queda un pequeño hueco en el compartimento donde se recogen las ruedas en el que es posible viajar si se tiene muy poco aprecio a la vida. Si la seguridad del aeropuerto no es la que debiera –algo que sucede en muchos países africanos–, es posible acceder a este espacio antes de que el avión despegue. La cavidad no es mucho más grande que un ataúd pero, por increíble que parezca, se tiene constancia de polizones que han sobrevivido a vuelos transatlánticos.
Desde 1947, según ha estudiado el doctor Stephen Veronneay, de la Administración Federal de Aviación de EE.UU., se han identificado a 99 personas que han viajado en la cavidad de las ruedas, en 88 vuelos. De estos, 23 sobrevivieron. Según el doctor Rob Chapman, el patólogo que examinó el cadáver de Mortlake, lo más probable es que el polizón estuviera vivo cuando cayó del avión. A lo que no sobrevivió, lógicamente, es al choque contra el pavimento.
A tanta altura, ha explicado Chapman, el oxígeno es reducido y hace mucho frío: el cuerpo entra en un estado de hibernación, para no consumir tanto. Lo más probable, en cualquier caso, es sufrir hipoxia: el estado de privación de oxígeno que acaba provocando la muerte. Hay quien sobrevive, pues, a medida que el avión descendiente, el cuerpo se calienta y el polizón puede recobrar la conciencia. A juzgar por los datos, un tercio tiene suerte, el otro tercio se estampa contra el suelo (ya que no está despierto para evitar que las ruedas se lo lleven por delante al desplegarse) o llega cadáver a la pista de aterrizaje.
¿Quién era el hombre que cayó del cielo en Mortlake? No tenía ningún tipo de identificación, sólo unos billetes angoleños, uno de Botswana y una moneda de una libra; un tatuaje, en el que se leía "ZG" y, por suerte, un teléfono móvil. El terminal estaba destrozado, pero Allsup logró recuperar parte del contenido de la tarjeta SIM. Entre otros un mensaje a un número de Suiza que decía “por favor amor call me”.
Pasaron unas semanas hasta que Allsup logró contactar con el número suizo, pero finalmente descolgó el teléfono una mujer con un perfecto inglés. Su nombre era Jessica Hunt y tenía toda la información sobre el polizón, Josef Matada, de 26 años. Su familia había contratado a Josef en su casa de Sudáfrica pero hacía un tiempo que le había perdido la pista. Lo último que había sabido de él es que estaba en Angola y quería viajar a Europa para encontrar una vida mejor.
Esa es la historia que Hunt contó al detective. Pero había algo más. Hunt y Matada eran mucho más íntimos de lo que parecía. El redactor de The Sunday Times, David James Smith, viajó a Ginebra para reunirse con la mujer, y descubrió que Matada no se había metido en el tren de aterrizaje en busca de una vida mejor, se había metido en busca de la mujer que amaba.
Aunque Hunt mantiene que nunca tuvo una relación amorosa con Matada, se hicieron muy amigos –“éramos como hermanos”– y huyeron de casa cuando el marido de Hunt, un acaudalado hombre de negocios, expulsó al joven africano del servicio. Pasaron un tiempo juntos en una casa en la playa pero pronto se quedaron sin dinero, y acabaron en la calle. Hunt decidió viajar a Berlin, donde vivía su madre, para pedir ayuda. Intentó por todos los medios ayudar a Matada, pero el dinero nunca llegó a su destino.
Su “hermano” africano desapareció, hasta que encontraron su cuerpo, destrozado, en una calle de Londres. Sólo hay dos cosas que pueden llevar a alguien a hacer un vuelo de ocho horas y media junto a las ruedas de un avión: el amor o la miseria. Matada sufría de ambas.