Colombia puede ser un gran apoyo para Venezuela en la reconstrucción de su economía
Con menos de una semana en el poder, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, sacudió una relación con Venezuela que estuvo 6 años congelada.
Petro prometió en campaña reestablecer las relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro, interrumpidas por las diferencias con los gobiernos de Juan Manuel Santos y, sobre todo, de Iván Duque.
El jueves, Petro y Maduro anunciaron embajadores para el otro país: el colombiano eligió a Armando Benedetti, un veterano congresista sin apegos ideológicos, y el venezolano a Félix Plasencia, excanciller del ala moderada del chavismo.
Antes, Petro había nombrado como canciller a un veterano político experto en negociaciones de paz, Álvaro Leyva. El ministro ya se reunió con altos funcionarios venezolanos y está ahora en Cuba explorando la reanudación de negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional, una guerrilla.
Y Maduro, como ocurrió con las FARC hace 6 años, puede jugar un rol central en ese proceso.
Pero además de lo que a paz se refiere, tanto a Colombia como a Venezuela les interesa reabrir la inmensa frontera que comparten, cuyo cierre ha disparado la ilegalidad e impedido el flujo de comercio y la prosperidad de miles de empresarios.
En vísperas de que se anuncien las pautas del restablecimiento de relaciones, BBC Mundo habló con Ricardo Lozano Forero, último embajador de Colombia en Venezuela (entre 2015 y 2018).
Experto en diplomacia y relaciones comerciales, Lozano anticipa un proceso largo y complejo que, sin embargo, puede ser una "gran oportunidad" para ambos países.
¿Qué opina del nombramiento de Armando Benedetti como Embajador en Caracas?
El embajador en Venezuela tiene que ser un gran gerente para mover esta agenda tan grande.
Tiene que tener un olfato político agudo.
Y debe trabajar de la mano y entender tanto el sector empresarial como el sector público colombianos.
No es solo un trabajo de política. El que tenga esas condiciones es el indicado.
¿Por qué es necesario abrir la frontera?
Porque el cierre ha potencializado un entorno de ilegalidad. Hace 6 años teníamos tres grupos armados en la zona, y ahora hay 16.
Hay 45 municipios en la frontera, y el 80% tienen relación directa, cotidiana, con Venezuela. Hay vínculos comerciales, familiares, personas que vienen y van a estudiar por el día.
Cuando usted cierra algo tan vital, el espacio se lo toma la ilegalidad, porque la vida fronteriza no para aun con la frontera cerrada.
Según la Cámara colombo-venezolana, hay más de US$1.500 millones de artículos legales que están pasando ilegalmente. Esas mercancías pasan sí o sí.
Entonces abrir es regularizar eso, permitir el flujo normal de la vida en un lugar donde en ningún momento dejó de haberla.
¿Quiénes son los mayores beneficiados?
Pues todos. La gente que vive ahí, los comerciantes y las economías de ambos países.
Colombia puede ser un gran apoyo para Venezuela en la reconstrucción de su economía.
Es que mire: durante la historia las ciudades fronterizas han estado tan integradas que realmente parecen una sola. La gente que vive ahí tiene un pie en cada lado.
¿Por qué es tan difícil reabrir de repente?
Porque esto es como si usted va a construir un edificio: si lo hace de afán, fracasa. Necesita método y estructura.
Acá no hay relaciones hace 6 años. Los generales y ministros no se ven hace 6 años.
Abrir una frontera tan caliente genera muchos inconvenientes jurídicos, logísticos y de orden público. La reacción de los grupos armados puede ser violenta.
Si uno abre ya los 15 consulados, por ejemplo, ¿lo va a hacer sin gente? No, primero hay que nombrar funcionarios, trasladarlos, capacitarlos y, sobre todo, tener un plan preestablecido para saber lo que van a hacer. Buscar y encontrar esos perfiles no es fácil.
Hay que definir qué tenemos ya armado, porque esto tampoco puede ser borrón y cuenta nueva: por ejemplo, hay 200 acuerdos ya firmados en seguridad, infraestructura, comercio, cultura. ¿Cómo reactivamos esos acuerdos?
Porque además no es un trabajo que se hace desde las capitales, sino desde las regiones afectadas por la frontera y donde hay migrantes de ambos países, que es básicamente todas partes.
Si se hace un maquillaje, el resultado es parcial, con caos, con ilegalidad. Esto es lento.
¿No cree que todo ese trabajo puede verse afectado por la llegada al poder de alguien que no sea afín a Maduro o Petro?
Claro. Es que parte del reto es que esto sea sostenible. No puede ser que la relación cambie dependiendo de quién está en el poder en Colombia o en Venezuela.
Esta relación ha sido siempre difícil, con altas y bajas. Pero eso no debería significar una ausencia de líneas de dirección, que van más allá del interés político.
Es decir: si usted pretende resolver algo tan complejo como la frontera colombo-venezolana con un criterio ideológico, fracasa.
¿Cuáles cree que son los puntos urgentes para que el proceso no fracase?
Primero hay que definir una agenda común bajo las premisas de dónde estamos y para dónde vamos. Generar confianza.
Lo segundo es alinear a los sectores públicos y privados de ambos países, que no es fácil.
También hay que resolver cuentas pendientes, no solo las deudas que el Estado venezolano tiene con algunas empresas colombianas, sino temas jurídicos de personas privadas de libertad.
Un siguiente punto es la migración: en Colombia hay 2,3 millones de venezolanos, pero un tercio de ellos no está regularizado. ¿Dónde están? ¿Qué están haciendo?
Cada mes pasan a Colombia 10 mil venezolanos y el 80% se queda. Hay que tener muy claro qué esperan estas personas y qué está haciendo la cooperación internacional, que es muy grande y no siempre del todo eficiente.
Otra cosa: de dónde va a salir el dinero, porque es mucho el que se necesita para renovar puentes, sistemas de software, vigilancia.
En el norte de Santander hace dos años había 3.500 estudiantes venezolanos, y ahora hay 50.000. ¿Está Colombia en condiciones de recibir aún más? Hay que ver.
Y otro tema importante. Venezuela tiene unas sanciones con Estados Unidos: ¿cómo afecta eso a Colombia, y a quienes se vayan a relacionar con ellos?
El plan toca mostrárselo a los países que sancionaron al gobierno chavista.
¿Por qué es tan difícil restablecer las relaciones diplomáticas?
Porque no tenemos reglas claras de cómo se va a hacer y cuáles serán los criterios de la relación.
Hay que ver si se pueden hacer consulados móviles. Los puentes viejos necesitan mantenimiento. Pensar cómo se van a hacer los pagos para las inversiones en un país con sanciones y restricciones financieras.
Esto se empieza con unas mesas de negociación para buscar diagnósticos y soluciones.
¿Cree que la afinidad ideológica entre los gobiernos puede ser un problema o una oportunidad?
Es una oportunidad, claro. Pero tienen que primar los objetivos conjuntos, la construcción de bases sólidas que vayan más allá de estos cuatro años.
El fin último debe ser que la relación no esté mediada por la ideología de quien esté gobernando.
Pero hay quienes que creen que para negociar, Venezuela debería cumplir ciertos criterios democráticos.
Claro, pero es que la democracia de Venezuela no la puede resolver Colombia. Y relación tiene que haber, nos guste o no el tipo de gobierno que haya.
La apertura y la liberalización económica de Venezuela, ¿es una oportunidad para Colombia?
Por supuesto. La economía, con todas sus distorsiones y efectos humanitarios, se está estabilizando de a poco.
Ojo, no es que Colombia invada a Venezuela comercialmente aprovechándose de su crisis.
Esto tiene que ser un tema de complementariedad. Colombia puede ayudar a reconstruir el aparato industrial venezolano, exportar productos agro y luego bienes como textiles.
Y Venezuela nos puede ayudar con la negociación con grupos armados, sobre todo el ELN y las disidencias de la FARC. El plan tiene que estar basado en la reciprocidad.
Pero, en todo caso, es esencial que ninguno de los gobiernos se sienta que se le están quitando atributos o soberanía.
Si los venezolanos se sienten amenazados, vuelven y cierran el mercado.
Ayer dijo Juan González (asesor para América Latina del presidente de Estados Unidos, Joe Biden) que en el caso de los tratados entre Estados Unidos, Canadá y México se ha aprendido que lo mejor para todos es que a todos les vaya bien.
A Colombia lo que más le debe interesar es que le vaya a bien a Venezuela, más allá de si está o no Maduro en el poder. Porque si les va mal, nos repercute.
¿Reestablecer relaciones implica reconocer a Maduro como presidente?
Yo creo, sin saber qué está pensado, claro, que Petro está jugando a eso de manera tácita. Ya se reunieron los cancilleres y los ministros de Defensa. Quizá reunirse él con Maduro sea demasiado arriesgado, pero eso no es lo más urgente.
Es evidente que Maduro tiene el control de la soberanía, del territorio, de la economía. Eso no es una cuestión simbólica, es real.
Reconocer a Maduro debería ser una discusión superada. Él tiene el control de todo.
¿Fracasó el cerco diplomático de Duque?
Totalmente. Tenía objetivos loables, pero sacar a Maduro del poder no se pudo ni se puede. Es una ilusión.
Y el mundo ha cambiado. Ya pasó la Guerra Fría. González (el asesor de Biden) dijo que hace 40 años Estados Unidos habría hecho lo imposible por no dejar que Petro ganara. Y vea ahora. Esto cambió. El pragmatismo se tomó las relaciones internacionales.
Si hasta Estados Unidos está hablando con los venezolanos, uno no puede seguir pensando en la política interna de cada país. Hay que tener mente abierta y pragmatismo.
Usted trabajó de cerca con el chavismo. ¿Cuál cree que es la fórmula para tratar con el gobierno de Venezuela?
Hay que generar confianza y construir una relación de complementariedad.
Ellos juegan con reglas distintas a las de uno. Si uno tiene reglas de futbol, ellos tienen de básquet.
Entonces hay que hacer el esfuerzo de entender sus reglas, sus prioridades, qué los mueve y qué los espanta.
Eso no quiere decir legitimar autoritarismo y ceder más de la cuenta. Es, como en toda relación, construir desde la comprensión del otro.
Porque si usted no los entiende, se estrella con una pared.