Perfil | Pedro Restrepo ha vivido los últimos 36 años en medio de la impunidad y las adversidades
Pedro Restrepo ha sido un hombre de lucha y de no quedarse callado ante las injusticias. Tras la desaparición de sus hijos, Carlos Santiago y Pedro Andrés, cuando apenas tenían 17 y 14 años, el 8 de enero de 1988, su vida se convirtió en un calvario y un vaivén de emociones, lo cual le llevó a encarar frontalmente al poder.
Ha permanecido en medio de una gran interrogante durante los últimos 36 años, pero no se rinde. Tampoco baja la guardia, más cuando ahora, a sus 81 años, atraviesa por otro momento difícil. Padece una insuficiencia respiratoria crónica y parálisis diafragmática. Su hija, María Fernanda, dijo en el noticiero de Televistazo que su padre ha permanecido interno en una casa de salud del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) desde 2022, y ahora busca que lo trasladen a su hogar para recibir cuidados. Lo primordial es permanecer lo más cerca posible de su familia y de Pedro Amaru, su nieto de cuatro años, quien se ha convertido en su principal razón para seguir.
Su vida ha transcurrido rápido, en un abrir y cerrar de ojos. Siempre ha reconocido que todo cambió desde aquel fatídico 8 de enero de 1988, cuando sus niños no volvieron a casa. Así lo confiesa en el libro 'El amor contra el poder, los Restrepo en el laberinto de la impunidad', publicado por Claude Roulet y Dora Quintero en 1996.
"Nuestro hogar era normal. Nos amábamos profundamente, la situación económica estaba clara y teníamos un futuro con perspectivas interesantes", relataba este ingeniero mecánico colombiano, quien llegó al país en enero de 1970 tras aceptar una oferta laboral en la compañía textil La Internacional. A finales de ese año nació Carlos Santiago y se radicó junto a su familia en Quito.
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Tuvo una vida profesional exitosa y sin contratiempos. Su rutina era levantarse a las 06:00 y ponía música en la radio para despertar a los chicos. Ellos se bañaban y luego desayunaban. Pedro nunca comía solo por las mañanas, siempre lo acompañaban; después se alistaba pera dejarlos en el colegio.
Concurría a su trabajo y daba asesoría en empresas. A las 13:00, recogía a sus hijos del colegio y luego almorzaban reunidos en casa. En algunas ocasiones, los niños se quedaban jugando en la piscina y Pedro tomaba una pequeña siesta y, de ser necesario, los ayudaba haciendo las tareas escolares.
A las 15:00 se trasladaba a Quito para preparar conferencias sobre administración, mantenimiento y control de calidad que dictaba por las noches en Planificación Económica Empresarial, una organización que capacitaba a gerentes y supervisores. A las 21:00 ya regresaba a casa.
Así transcurrieron los días hasta que Carlos Santiago acabó la secundaria y comenzó sus estudios de Medicina. Pedro lo recuerda como un joven responsable y educado que siempre lo acompañaba cuando dejaba a sus hermanos en el colegio. "Era apegado a mí, muy hermoso. Dejábamos a los dos menores y sabía manejar el carro perfectamente cuando volvíamos", narra en libro.
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Esos momentos se acabaron y el calor de su hogar se rompió en mil pedazos cuando se enteraron de la desaparición. Él recuerda claramente cómo cambió el rostro de su esposa, Luz Elena Arismendi, cuando conoció la noticia. Inicialmente, estaba conversando jovial y feliz con sus amigas sin saber lo que pasó, pues pensaba que los chicos no regresaban a casa. Ante la demora, ella comentó muy extrañada: "¿Qué es esto? ¡Qué muchachos! ¿Por qué no traen el carro? ¿Dónde estarán?".
Hasta ese momento, los esposos aún no sabían que sus hijos habían desaparecido. Las amigas de Luz Elena llevaron a Pedro aparte y le contaron lo que pasó. "Los niños no regresan, no les encontramos, están perdidos". El hombre sintió que el mundo se le vino encima. No dudó un segundo en contarle a su mujer, pues nunca le ha gustado esconder las cosas. "Luz Elena, Carlos Santiago y Pedro Andrés no aparecen, están perdidos".
La esposa estalló en llantos. Pedro sintió que ella murió en vida en ese instante y el resto fue un camino de dolor. A partir de ahí comenzó su calvario y la gran lucha que los Restrepo lidiaron para siempre. Luego vino el largo peregrinaje por innumerables despachos oficiales de autoridades indolentes que siempre mostraron lo mismo: silencio y quemeimportismo.
No recibían respuestas y solamente les daban largas en la Policía Nacional con una serie de versiones que hasta hoy carecen de sustento, como que los hermanos Restrepo fallecieron en un accidente de tránsito. Por momentos, Pedro sentía que las autoridades gubernamentales querían hundir a su familia hasta que finalmente con su esposa decidieron hacer su primer plantón de protesta, en la Plaza de la Independencia, el miércoles 8 de marzo de 1989.
Así lo hizo cientos de veces, todos los miércoles de 11:00 a 13:00, en el mismo lugar. La gente ya comenzaba a identificarlo como un activista de Derechos Humanos.
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Los acompañaba la hermana Elsie Monge, de la Comisión Ecuménica de los Derechos Humanos (Cedhu). También la hermana Laura de la misma organización y luego se unió el cantante Jaime Guevara. La gente de Quito también se solidarizó con ellos. Frágiles carteles, de cartón o papel, con las fotos de sus hijos, los acompañaban. De a poco se iban uniendo más ciudadanos a la causa.
Al principio, su caso tuvo escasa cobertura mediática. La revista Vistazo fue la primera que lo publicó en mayo de 1989. La situación era cada vez más complicada y todo se ponía en contra. "Nos sentíamos como seres invisibles, inexistentes", cuenta en el libro.
Finalmente, las declaraciones de un subsecretario de Gobierno en una entrevista radial lo cambiaron todo. Dijo que los hermanos murieron en un accidente de tránsito y defendió la inocencia de la Policía. Esto provocó que Pedro y su esposa dieran una rueda de prensa en el Congreso para aclarar esas aseveraciones. De ahí todo cambió de inmediato y la opinión pública puso sus ojos en el caso.
Se abrieron más frentes en los poderes del Estado y las amenazas o amedrentamientos se hicieron frecuentes. Para Pedro, el objetivo del Gobierno era que la muerte de los muchachos quede en la impunidad. Era común que el teléfono de su casa permanezca interceptado y que afuera los persiguieran automotores sin placas con vidrios polarizados, que aparecían de la nada.
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Uno de los más momentos más complicados se dio en medio de una manifestación por los cuatro años de la desaparición, el 8 de enero de 1992, cuando organizaron un festival artístico frente al Palacio de Carondelet en el Centro Histórico. Cerca del mediodía, la Policía Nacional lanzó bombas lacrimógenas. Una impactó en el parabrisas del carro de la familia Restrepo, que estaba parqueado al margen de la plaza y se incendió.
Una persona salió de un almacén y apagó el fuego con un extintor. Luz Elena, dos sobrinos pequeños y una señora estaban dentro del vehículo. Se salvaron de milagro. Pese a todo, el festival continuó de forma incipiente. La institución uniformada volvió a intervenir mientras se celebraba una misa en memoria de los adolescentes desaparecidos, pero no lograron impedir que el acto se suspenda. Su caso se mantenía firme en la memoria de la gente.
Un año después, en 1993, el ministro de Gobierno de ese tiempo consideró deportarlos a Colombia, pero tuvo que retractarse ante las fuertes críticas de la ciudadanía. De 1992 a 1995, Pedro contó más de 150 agresiones contra su familia y acompañantes. En una ocasión, Luz Elena fue agredida con golpes de puño y pies. La arrastraron para sacarla de la Plaza Grande.
Ella murió el 3 de julio de 1994 en un siniestro de tránsito. A la par, la salud de Pedro iba deteriorándose paulatinamente con la generación de úlceras producidas por estrés. Resistió a esos malestares y siguió adelante. Aguantó cientos críticas negativas cuando, en mayo de 1998, el Estado ecuatoriano reconoció su responsabilidad del caso, comprometiéndose a pagar una indemnización y seguir con la búsqueda los cuerpos. Sin embargo, esa es una deuda pendiente porque Carlos Santiago y Pedro Andrés no aparecen. Nadie se atreve a decir lo que pasó.
Han pasado 36 años y un cúmulo de vivencias. Ahora, la familia Restrepo pide ayuda. En su entrevista con Televistazo, María Fernanda dijo que la Policía Nacional le arrebató la vida entera a su padre, su tranquilidad y su salud física y anímica. Para ella, "resulta un deber moral que la misma policía le dé un final, al menos digno en casa. No devolvieron los cuerpos de Santiago y Andrés, al menos mi padre merece ser atendido y morir en casa, no encerrado en un hospital".
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