¿La muerte cruzada valió la pena?
Se podría decir que esta semana se cierra uno de los ciclos más tormentosos de la política ecuatoriana reciente. 30 meses de una pugna de poderes injustificable, bajo cualquier punto de vista de orden patriótico, que terminaron en el anticipado fin del gobierno de Guillermo Lasso y en el inicio de un nuevo mandato, totalmente indescifrable, como el de Daniel Noboa, que apenas será de 18 meses con la posibilidad abierta de una reelección.
Por primera vez, en 44 años del presente período democrático, el presidente que no completa su periodo participó en la ceremonia de asunción de su sucesor, en el Palacio Legislativo, con el que tanto confrontó. Y todo ello es consecuencia de una medida como la muerte cruzada, la polémica figura constitucional que permite cerrar la Asamblea y convocar a elecciones legislativas y presidenciales para resetear la democracia.
Hay varios aspectos que, siguiendo esta primera experiencia con Lasso, podrían advertir que no es una mala figura. Al menos, permite que un presidente acosado por la crisis pueda ganar iniciativa política, comandar mejor los tiempos y desactivar toda la carga de confrontación que, normalmente, pone al Primer Mandatario contra la espada y la pared. Así toda esta bulla se canaliza en el terreno de lo electoral.
Por otro lado, la figura de la muerte cruzada limita aún más la capacidad de acción política de los vicepresidentes de la República. Si el mandatario cree que dentro de la crisis hay un factor de desestabilización por cuenta de su compañero de fórmula, esta medida lo neutraliza de inmediato.
La muerte cruzada permite a un gobierno un cierre menos traumático y más reposado incluso para quienes como Lasso, que no optan por la reelección.
Y si de equilibrios de poder hablamos, vemos que la Corte Constitucional fue rígida al extremo a la hora de validar los decretos ley del Presidente.
Faltará algún tiempo más para evaluar con argumentos más sólidos la fuerza y necesidad de esta figura polémica.