El periodismo, en serio
No es cierto que el país empezó a interesarse por la destrucción del Ecuador, a cuenta del narcotráfico y sus mafias, con las investigaciones de La Posta.
Muchos años antes, el periodismo nacional había realizado trabajos memorables, cuando tras la firma de la paz con el Perú, debimos mirar hacia norte y palpar los efectos del Plan Colombia y la guerra de Álvaro Uribe contra el terrorismo.
Desde entonces, la agenda informativa ha tallado, con responsabilidad y profesionalismo, una serie de investigaciones, contextos, historias de vida muy dolorosas y ejemplares, enfoques políticos, entrevistas indispensables que no solamente alertaron sobre la peligrosa llegada del narco al Ecuador, sino que fue capaz de ponerle nombre y partido político a los mafiosos.
Decenas de grandes reporteros y editores, en canales de televisión, radios y periódicos, arriesgaron su pellejo por buscar la verdad y su reputación se hizo más grande.
Aclarada, entonces, esta confusión cronológica, es preciso aterrizar en el campo de la deontología. Y aquí no se trata de abrir un debate petulante ni moralista. Simplemente, explicarle a la gente que es imposible trazarse cualquier investigación periodística sin que esta camine por una hoja de ruta ética.
Cuando hay claridad en este componente, es más difícil extraviarse. Peor sostener, como se dijo la mañana de este martes 19 de diciembre, que el periodismo de inmersión, para que funcione, debe despojarse de los prejuicios.
Pues bien, que más prejuicios pueden despertar en un periodista que meterse en los pabellones de una cárcel donde opera el abominable crimen organizado.
¿Si la corrupción y la sevicia son el lenguaje de estos desalmados, en realidad era una urgencia periodística tratar de entenderlos? ¿Había que despojarse de prejuicios con ellos y hasta mostrar empatía?
Si las mafias no entienden de democracia, valores institucionales y derechos humanos, resultaba inoficioso entablar una relación de cercana amistad que, claramente, sobrepasó la más elemental línea roja entre un periodista y su fuente.
Cuando esos límites se edulcoran es más fácil morder el anzuelo que terminó por llevarlos al peor de los escenarios: la normalización del crimen y la violencia.
Y eso fue lo que lamentablemente ocurrió con dicho medio digital.
Durante el último año se percibía una descompensada agenda editorial que minó sistemáticamente la poca fuerza que le quedaba a nuestras instituciones, mientras se asumía, en total calmachicha, que los criminales, por ser criminales, hacían un trabajo ruin, sí, pero sobre el cual ya no cabían ni las críticas ni las condenas.
Lamentablemente, los chats que ha divulgado la Fiscalía, dan cuenta de una relación confianzuda sobre la cual todos debemos reflexionar para evitar que este sector tan importante de la sociedad termine igual de manchado que los centenares de políticos, jueces, uniformados y burócratas a quienes les debemos la peor tragedia nacional.