A pulir el gabinete de crisis...
Un país en crisis permanente necesita un gobierno que aprenda a reaccionar con rapidez y sentido de oportunidad. El ministro Roberto Luque parece ser el mejor sintonizado con ese sentido de la urgencia.
Mientras se escribían estas líneas, había apagones simultáneos en muchas ciudades del país. Fue un corte eléctrico, masivo e indiscriminado, que complicó el tránsito en las ciudades, afectó las tareas del hogar, dañó negocios y productos y amenazó lugares sensibles y estratégicos como las casas de salud.
En sus redes sociales, Luque habló del daño en una línea de transmisión, según le reportó Cenace. Es una explicación técnica con la que muy poca gente estará familiarizada y por el grado de confusión que estos detalles suponen, las autoridades hasta pueden utilizarlos para tapar otro tipo de falencias más graves y cuestionables.
En todo caso, ha sido este ministro quien busca tapar el vacío informativo, sabiendo que si el gobierno se demora en hacerlo, otros sectores lo cubrirán por él: las oposiciones, los grupos de presión, los medios.
No todos en el gabinete tienen esta misma experticia. Los pormenores explosivos de la condición personal y familiar del presidente Daniel Noboa, así como de su visión de país, de lo que piensa y cómo lo exterioriza, recogidos en el extenso reportaje de Jon Lee Anderson, en The New Yorker, generaron una crisis interna que el Régimen, lejos de matizarla o controlarla, ha terminado por darle más fuego. Irene Vélez pagó piso con este hecho, desde la Secretaría de Comunicación.
Por lo que la canciller Gabriela Sommerfeld trató esta mañana, en una entrevista con Radio Centro de Guayaquil, de salvar los muebles. Primero, lo más penoso y quizás inevitable: insistir en que el manejo periodístico de ese artículo fue malintencionado, pretendiendo afectar las relaciones con varios países. Muy poca fuerza tendrá ese argumento, tomando en cuenta que una revista de esa relevancia no va a urdir asechanzas contra el presidente de un país pequeño y vulnerable. En todo caso, para minimizar los errores de origen, es decir, las infidencias y ligerezas del propio Noboa, insistió como Vélez en culpar al periodista.
Luego vino lo más importante: señalar que la Cancillería tomó contacto con sus pares de los países, cuyos presidentes fueron mencionados de manera descomedida por Noboa, para dar una explicación directa y amistosa de parte del régimen ecuatoriano. Una acción positiva, sin duda.
Sin embargo, estos dos ejemplos nos llevan a concluir que Noboa depende del buen o mal juicio suyo, o de algún colaborador, a la hora de tomar decisiones y comunicarlas. En poco tiempo vendrán movilizaciones. No se sabe qué tan grandes o efímeras pueden ser. Pero si Carondelet no logra construir un método y una pedagogía en la desgastante coyuntura, que cambia en cuestión de horas, los problemas se acumularán y los errores serán mucho más frecuentes.
Hay que hacer ajustes inmediatos.