El joven fue herido por un policía con una bomba lacrimógena durante una manifestación estudiantil.
Los familiares de Édison Cosíos creen que es milagrosa la recuperación del joven estudiante que fue gravemente herido por un policía, durante una manifestación estudiantil hace más de dos años. Aunque ya hay una sentencia en el caso, Vilma Pineda, madre de Édison, se queja de la actuación de los jueces.
En su modesta casa del barrio la Argelia, al extremo sur de Quito,
Édison y su madre ahora comparten lo que para ella es un milagro. Fue en su pulcra habitación donde Vilma notó que su hijo respondía a estímulos tras ser deshauciado por los médicos.
El 15 de septiembre del 2011, cuando cursaba el quinto curso en el Colegio Mejía, Édison fue impactado por una bomba lacrimógena lanzada por un policía durante una manifestación. El proyectil dañó el 65% del cerebro convirtiéndolo en casi un vegetal.
En aquella época el joven se proyectaba como líder del Movimiento Combatiente Alfarista y encabezaba protestas como la que le quitó su movilidad.
Pero pese a las bajas expectativas de los médicos, Édison hoy puede mover ligeramente sus dedos y hasta sonreír. La primera vez que notaron su mejoría fue cuando una de las enfermeras que lo atiende preguntó a Vilma si su hijo salía a bailar antes del accidente: "Le conté que no lo hacía bien. En las fiestas remedaba cómo bailaba su abuelo. Eso era tan gracioso".
Mientras se reían, la enfermera notó que en el rostro de Édison se dibujaba una mueca. "¡No puede ser. Mire señora, se está riendo!". La madre rompió en llanto.
Esa noche, la cena en familia duró menos de 10 minutos. El padre y sus hermanos rodeaban su cama esperando que les sonriera. "Estábamos tan entusiasmados. Creo que ni dormí. Solo le agradecíamos a Dios por ese milagro”, cuenta Vilma.
Édison regaló una sonrisa para su papá y sus hermanos. Su padre cuenta que ahora lo hace más seguido, "sobre todo cuando recordamos cosas que él vivió".
Junto con esa leve recuperación de una parte de la actividad cerebral, el aspecto del joven también mejoró. En los dos años que lleva postrado creció 11 centímetros, de 1,75 metros a 1,85. Pasó de pesar 26 kilos a 50. Su rostro ganó color y sus músculos se reforzaron. Así está aquel joven alegre, seleccionado del equipo de vóley del Instituto Nacional Mejía.
Su madre reconoce el apoyo oficial, la silla ruedas, una cama de hospital e incluso el pequeño paso para entrar y salir de la humilde vivienda.
Una mezcla de amor materno y milagro divino van devolviendo los movimientos y la conciencia del joven que soñando en mejores días salió a protestar y casi pierde la vida.
El 15 de octubre pasado, la Corte Nacional de Justicia redujo la sentencia del policía procesado por haberle disparado. Le bajaron la pena de 5 años de cárcel y duplicaron la indemnización a 100.000 dólares. "Pero −dice Vilma− ningún dinero vale lo que hemos padecido. A mi hijo lo mataron en vida".
Recomendadas